Aquí está el futuro de la edición

Peio H. Riaño / El Confidencial

Día 02/01/2014

Es hombre, tiene entre 25 y 34 años, cursa estudios universitarios, está en paro, vive en una ciudad de más de un millón de habitantes y es de las personas que más lee en este país. Forma parte del 52 % de lectores frecuentes y del 63 % de población que dice leer libros. Según el último observatorio de datos de hábitos lectura, publicado en enero de 2013 por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, el censo de lectores de libros en España crece cada año.

¿Eso quiere decir que la industria del libro crece? No. La Federación de Gremios de Editores de España (FGEE) reconoce una pérdida de un 6,7 % en la facturación neta de su negocio entre 2009 y 2010: de 1.953 millones de euros a 1.822 millones de euros. Esto supone una caída en la venta de ejemplares de un 1,7 % (de 236.197 a 228.226). En su último informe se especifica que sólo el 22,3 % de lo facturado corresponde a literatura y el 11,5 % a ciencias sociales y humanidades.

De las 839 empresas editoriales, el 53,2 % de la facturación correspondió a 33 (12 de ellas muy grandes y 21 grandes), pero sólo fueron las empresas pequeñas las que aumentaron su facturación con respecto a 2009 (en un 9,4 %). El futuro de la edición española se polariza. La parte más jugosa de los beneficios es para las grandes empresas, pero la presencia de esas más de ochocientas editoriales protege la diversidad cultural.

La Universidad Pompeu Fabra de Barcelona tiene el Máster de Edición más prestigioso del país, que estos días reúne a una treintena de alumnos. Son la cantera del futuro editorial y se ven, mayoritariamente, ejerciendo su oficio en una de las pequeñas e independientes editoriales que mantienen vivas las librerías. No quieren las grandes empresas, prefieren otra cosa.   

El valor del libro

“La gran amenaza del editor son los grandes grupos editoriales y las políticas públicas de educación y cultura. Están convirtiendo al editor en un especulador a la sombra del prestigio de la profesión”, asegura tajante Daniel Pino, uno de los estudiantes que aprenden del programa de asignaturas lo que supone la negociación de la compra de derechos, control de los derechos digitales, traducción, editing, maquetación y corrección, producción en papel e, incluso, cómo crear un sello editorial propio.

No es el único alumno que incide en la pérdida del valor del editor en las grandes empresas. Lorena Carbajo cree que “la peor amenaza de un editor es el propio sector”. “Muchos editores han caído en su propia trampa y se han dejado absorber por el mercado editorial”. La consecuencia, según Carbajo, es la saturación del sector y algo peor: “Ya no se sabe exactamente cuál es el valor de un libro”.

Los editores del futuro pretenden “contribuir a conservar los espacios editoriales independientes” y su imaginación empresarial les lleva a un panorama muy real: un pequeño sello “rodeado de monstruos editoriales”. Alguno de ellos manifiesta un aguerrido sentido del compromiso con la creación de reflexiones confrontadas que cuestionen los fundamentos de la sociedad a la que se dirigen –ese escaso 52% de los españoles y quién sabe si más allá-, el mundo en el que viven. “Crear cultura”, resume Daniel Pino.

Carlota Freixenet sueña con dar sus primeros pasos en una editorial pequeña, “donde aprender de editores de oficio, con tradición y, sobre todo, que amen su trabajo”. Ella también es alumna del Máster y señala la necesidad urgente de devolverle el valor al libro. Todos creen que la materia prima a la que se entregarán no cuenta, se ha desvirtuado, ha perdido su sentido. Se niega a definir al libro como otra forma de entretenimiento, y lanza una sentencia que suena a manifiesto: “Debemos volver a hacer libros que sean libros, que quieren ser libros, no libros que quieren ser algo diferente”.

“La responsabilidad actual y el reto de los editores –presentes y futuros- es devolver el valor al libro, hacer que la lectura siga siendo el canal del conocimiento”, asume Sergi Soliva, cuarto alumno consultado por este periódico. Todos acuden a la “pasión” como virtud mayor en el desempeño de lo que pretenden que sea su vida laboral.

El futuro es digital

La edición digital es un nuevo mercado, en crecimiento –lento-, pero llamado a dinamizar el negocio. Los estudiantes a editores ven en ella la “gran oportunidad para revitalizar y reivindicar el trabajo del editor como productor de conocimiento”. Internet es para ellos el aliado que les dará a conocer y acercarse a su público y, por encima de todo, de reivindicar el buen catálogo: “Nuestra tarea es consolidar la profesión y dotarla de un sentido, de dignidad”.

De hecho, las estadísticas señalan que el lector frecuente en soporte digital crece sin freno: del 42% en 2010 al 54% en 2012. Eso sí, sólo un 11,7% del total lee libros, aunque haya crecido. Ellos mismos se muestran defensores del papel: “¡Yo no me acostumbro a leer en un cacharro!”. Y a pesar de ello valoran la dimensión digital, porque conocen lo mejor de ambos mundos.

Por eso esperan una revolución en los hábitos gracias al nuevo soporte. El abaratamiento –que está por consolidar- acercará el libro a más lectores y “recuperará el amor por la lectura”. Con un aviso claro: “El mayor temor es hacer libros que tengan otra vocación. Si el objetivo es convertirlo en una aplicación, no confundamos al lector”.

Los antiguos pupilos

El Confidencial también ha preguntado a los editores de nueva generación, aquellos que han pasado de representar el futuro a definir el presente más prometedor del oficio con sus empresas propias. Donatella Ianuzzi (Gallo Nero), Daniel Moreno (Capitán Swing), Jan Martí (Blackie Books) y Jorge Lago (Lengua de Trapo). “Un editor sirve para que no todo aquello que se escribe salga publicado. Es como un entrenador y el catálogo es su equipo”, dice Ianuzzi al definir el papel del editor.

Las virtudes que estos cuatro editores detectan como necesarias en su oficio son “un olfato muy desarrollado” como detectar un éxito antes de serlo. Debe ser también “estratega”, “planificador”, “valiente”, “con cierta inocencia pretenciosa” y una fuerte conexión con el mundo que le rodea. No vale “abusar de la cueva”, de confiar exclusivamente en sí mismo y el quienes le rodean. Un editor es una antena receptora sin codificar.

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