Meteduras de pata históricas: la edición no es una ciencia exacta
José Luis Ibánez Ridao / Zoomnews.es
Día 30/10/2013
Veamos. Primero una declaración de principios: la edición no es una ciencia exacta y, por tanto, las posibilidades de meter la pata son infinitas.¿Qué fue del editor que advirtió a John LeCarré que no tenía “ningún futuro” como escritor? ¿O del que rechazó"El diario de Ana Frank" porque aquella chica no mostraba sentimientos que elevaran su libro “por encima de una curiosidad"?
Me comenta una amiga editora que la media de originales recibidos y no solicitados por una editorial es de cuatro al día –apliquen aquí la teoría estadística de los pollos, según el tamaño de la empresa–. A ellos debemos sumar los libros que encargan y los que les llegan a través de cauces establecidos –unos pocos agentes y prescriptores de confianza–. Una barbaridad.
En general, esos manuscritos no solicitados suelen ir a la pila del reciclaje de papel o, si el aspirante a escritor incluyó un sobre franqueado, se devuelven sin ser leídos.
Es así de duro.
Algunas editoriales pequeñas, que reciben menos obras, pueden darles una oportunidad si la carta de acompañamiento les parece que abre unas buenas expectativas. Por "oportunidad" se entiende leer las cuatro primeras páginas y, si les atrae, otras cuatro del medio y, quizás, del final. Si, con suerte, el libro supera el filtro, pasa a un lector –o lectora, ya saben– que hará el informe pertinente, acompañado de una calificación numérica –lo normal es de 0 a 10– del texto. El reino del "si" condicional.
La decisión final queda en manos de los editores. El Gran Sí.
A modo de consejo práctico (un paréntesis en el artículo)
"El autor novato tiene más posibilidades de que leamos una propuesta editorial que el manuscrito de la obra", me dice mi interlocutora. Es una tendencia que se inició en los Estados Unidos y que se ha extendido. No hay garantía de lectura, "más posibilidades" quiere decir exactamente eso, que a lo mejor –de nuevo los síes condicionales– alguien le echa un vistazo.
Lo que muchos aquí llaman propuesta editorial es lo que los editores en lengua inglesa conocen como book proposal.
¿En qué consiste? Se trata de una descripción del libro –tanto da si es ficción o no ficción– formada por una carta de presentación y un resumen de la obra.
En la carta, de una extensión aconsejada de unas 250 palabras, el autor debe responder a una serie de preguntas:
- Cómo se titula el libro.
- Quién es su autor –una breve reseña biográfica–, con los datos de contacto.
- Qué hace especial la obra o por qué debería ser publicada en unos momentos de inflación de novedades.
- A qué público se dirige.
- De qué va, una sinopsis muy breve, apenas un párrafo.
¿Y el resumen de la obra?
Es un documento formado por dos partes.
En la primera, se incluye de nuevo el título y autor y una sinopsis más amplia del libro, pongamos un máximo de tres páginas. Si es una obra de no ficción hay que añadir el índice de temas.
En la segunda parte –¡ojalá el editor llegue a ella!– se ofrece una muestra de la escritura: un capítulo o fragmentos de un par de capítulos que no excedan de las doce páginas.
Bestsellers en la papelera
Con ese panorama no es extraño que muchas primeras novelas que se convirtieron en bestseller pasaran por un montón de papeleras antes de ser publicadas. Son las meteduras de pata históricas del sector. Hay docenas de ellas. Aquí va una muestra.
Stephen King se hartó de enviar el manuscrito de Carrie a cuantas editoriales se le pusieron a tiro. Treinta, en total."No nos interesa la ciencia ficción sobre utopías negativas. No vende", le respondió un editor. Desesperado, King tiró el original a la basura pero su esposa lo recuperó y le animó a seguir insistiendo.
A John LeCarré le pasó lo mismo con su estupenda opera prima El espía que surgió del frío. En una de las cartas de rechazo –en aquella época aún se mantenía esa costumbre– se le aconsejaba que cambiara de profesión, "no tiene ningún futuro como escritor"