ENTREVISTA CON...

 

ÁNGELA PRADELLI

BUENOS AIRES, 1959

Es profesora en Letras, escritora y periodista. Ha publicado las novelas "Las cosas ocultas", "Amigas mías" —que recibió el primer premio del concurso Emecé 2002— y "Turdera". Sus cuentos y poemas integran diversas antologías, entre ellas "La otra palabra" (Biblos), "Quince líneas" (Tusquets) y "Nuevos cuentos, nuevos cuentistas" (Grupo Editor Latinoamericano). Su obra literaria ha recibido distinciones en varios premios y concursos nacionales y extranjeros. En 2002 recibió una beca de la Secretaría de Cultura de la Nación que le permitió viajar a los Estados Unidos para participar de un programa de intercambio cultural entre Argentina y el Atlantic Center For the Arts de New Smyrna, en Florida. Su novela "El lugar del padre", que será editada próximamente por el sello Clarín-Alfaguara, resultó ganadora entre 815 obras recibidas.


Angela Pradelli ganó con "El lugar del padre" la última edición del Premio Clarín de Novela. El jurado destacó su prosa despojada y minimalista, que sugiere más de lo que cuenta. Aquí, la escritora habla de su sed de historias cotidianas. Además, un texto del chileno Antonio Skármeta que destaca los méritos de la obra, y un anticipo de la novela ganadora.

 

ENTREVISTA
Angela Pradelli está tranquila. Lo estuvo en el momento de recibir el premio y lo sigue estando horas después, luego de las fotos, las entrevistas, los innumerables llamados. La gente que viaja en la combi que la traslada desde Adrogué, donde vive, a Capital, la reconoce y felicita, y el chofer se sorprende con la repentina fama de su pasajera habitual. Ella conserva la calma, confiada en la determinación que está en el origen de su escritura: dedicarse a contar historias desdeñando el peregrinaje por las editoriales y apostando, en cambio, a la posibilidad de ganar concursos. Una determinación cuyos resultados, más favorables que adversos, confirman su vocación de escritora.

—Empecé escribiendo poesía a los veinticinco o veintiséis años, porque antes, durante la adolescencia, yo sólo quería leer, leer y leer. Incluso leía literatura en textos no literarios. Mandé mis poemas a Cuba, a Casa de las Américas, y ese libro salió finalista, en 1994, con una recomendación del jurado para la publicación; pero después los problemas económicos se adueñaron de la isla y ya no tuvieron dinero ni para el papel, ni para nada... El libro nunca se publicó. Seguí participando en concursos porque realmente creo que es una vía. Nunca transité los pasillos de las editoriales porque me parece que ése es un acceso imposible. En cambio, siempre tuve una gran confianza en los concursos. Si uno confía en la institución que convoca y en el jurado, le pude ir bien. La verdad es que a mí siempre me fue bien.

Angela omite, por discreción, la parte que le toca: la solidez de su talento que ya fue reconocido en varias oportunidades. En 1999 ganó el Premio Avón, un concurso iberoamericano de cuentos que contaba con Angélica Gorodischer, Isidoro Blaistein y Mempo Giardinelli como jurados. Los dos primeros, junto con Pablo de Santis, le otorgaron el Premio Emecé de Novela en 2002, y en septiembre de este año, la Secretaría de Cultura de la Nación le concedió una beca de intercambio con el Atlantic Center Fordiats para realizar una experiencia de escritura en la Florida.

- —Primero docente, luego escritora, ¿cómo empezó tu trabajo periodístico?

- —En el 2000 me ofrecieron colaborar en la revista "Lea" y en el Suplemento "Las 12", de "Página/12". Allí debía ocuparme de una sección dedicada a mujeres muy destacadas en lo suyo, pero nada famosas. Empecé entrevistando a una enfermera de terapia intensiva de un hospital de Adrogué, del turno de la noche, una milonguera de las que bailan en los suburbios. La experiencia periodística me enseñó que en ese tipo de notas también se escribe literatura, porque se apela a mecanismos narrativos similares. Aparecen pequeños detalles que se pueden volver muy potentes, y entonces allí hay literatura. Pierre Paolo Passolini decía que la invención poética consiste en identificar un momento anómalo y extraer de él belleza pura. Eso es como una brújula para los escritores: extraer belleza pura de cosas chiquitas. Además, la gente suele contar muchas historias. Y a mí, si hay algo que me encanta es escucharlas.

Forma parte del orgullo de Turdera afirmar que Jorge Luis Borges veraneaba en Adrogué pero iba a buscar historias de orilleros al pueblo vecino, que se metía en los almacenes de ramos generales y pedía que le contaran historias, porque las que escuchaba en Adrogué no eran interesantes para ser escritas.

Heredera de la misma pasión, Angela ha desarrollado un oído extremadamente atento y una capacidad inagotable para promover los relatos ajenos, germen de su narrativa.Amigas mías, su primera novela, desplegaba los mundos paralelos de cuatro amigas que se encontraban para cenar cada 30 de diciembre, pero es en Turdera, título de su segunda novela, donde logra construir un marco social para una multitud de historias privadas.

—Turdera está escrita a partir del censo del 2001. Me anoté para participar en él porque es la experiencia más literaria que hay, fuera de lo literario. Vos tocás el timbre en una casa, empezás a hacer las preguntas y, en general, nadie te las contesta, pero todos te cuentan al menos una historia en cada respuesta. Es decir, vos preguntás: "¿Tiene televisor?" Y la persona te dice: "Tengo, pero este desgraciado no me deja ver los programas que quiero". Entonces, te cuenta una historia. Lo más probable es que el desgraciado esté escuchando y entonces, desde atrás, hace gestos y cuenta otra historia o te acompaña a la puerta para aclararte que la cosa no era así.

- —Al cabo de un día completo de censo, debiste de haber recopilado una cantidad enorme de historias.¿Cómo lograste retenerlas?

- —Por ley no se puede hacer ninguna anotación extra, ni grabar. Lo tenía todo en la cabeza. Tuve que confiar en que el torbellino de anécdotas se asentara, hasta que quedara un sedimento. Había censado una manzana y el caudal de historias era tan gigantesco que me desbordó. Entonces, tenía dos caminos: dejar pasar un tiempo y ver qué era lo que había quedado, o sentarme inmediatamente y anotar, anotar, anotar. Elegí lo primero. Cuando un mes después me puse a escribir, ya no pude parar. Me levantaba a las cuatro de la mañana porque no conseguía dormir, pensando en el final de un capítulo o en un diálogo.Turdera estuvo lista en dos meses. Con esa novela experimenté la urgencia y la necesidad de la escritura.


Giros alrededor de una ausencia

- —Hay una transformación muy grande entre las dos primeras novelas, que tienen un carácter episódico y se ocupan de una gran cantidad de personajes, y "El lugar del padre" en la que, por el contrario, se narran muy pocos sucesos y los personajes se reducen a tres o cuatro.¿Hubo alguna motivación autobiográfica que explicara el cambio?

- —No es una historia autobiográfica. Sí puedo decir que es una historia que trabaja con muchos materiales familiares, en el sentido que John Cheever le daba a esa expresión. Tampoco me propuse hacer lo contrario de lo que había hecho en Turdera. Cuando escribí el primer capítulo, recordé que Chéjov decía que cuando un escritor cuenta una historia, está contando también otra que desconoce y que corre paralela. Me pareció que eso podía funcionar: narrar algo para hacer eco en otro lugar.

- —Un aspecto notable en la novela es que, a pesar de su tema —las observaciones cotidianas de una mujer luego de la muerte de su padre—, no es evocativa ni nostálgica."El lugar del padre" aparece como un lugar vacante, aludido en mil detalles.¿La novela fue concebida como el relato de esa ausencia?

- —Así es. La relación de la narradora con el vecino remite todo el tiempo al lugar del padre. Lo remite para nombrar la ausencia, para nombrar la presencia, a veces; para nombrar las faltas y las carencias, otras. Me gustaba que la historia con el vecino funcionara como un eco en la historia del padre.

- —Es una novela de duelo, pero no de dolor.

- —El duelo aparece en el primer capítulo y fue el motor de todo el resto. Esa escena ocurrió tal cual: un domingo a la mañana —con ese silencio raro que hay en las casas los domingos a la mañana— yo estaba leyendo y escuché unos ruidos que no reconocía. Me asomé por la ventana y mi vecino estaba cortando un paraíso; la escena me pareció maravillosa. A él le daba mucho trabajo, y yo seguí durante toda la mañana el recorrido por las ventanas de la casa, para verlo desde distintos lugares. Ponía tanta pasión en tirar el paraíso, que ese mismo día le conté por mail a un amigo lo que había visto. Esa imagen estuvo dando vueltas en mi cabeza hasta que pude retomarla para trabajarla desde la perspectiva del conocimiento cotidiano. Me cuidé de no agregarle ninguna intención alegórica porque creo que la alegoría lo diluye todo. Quise mostrar eso, sin recurrir a dobles sentidos: escribir sobre las hormigas por las hormigas en sí, y sobre las plantas por las plantas mismas.

- —Lo mismo ocurre con los personajes: no se los describe sino por sus acciones.

- —Me gusta trabajar con personajes muy precarios que, al mismo tiempo, tienen un costado muy fuerte, no por fortaleza personal sino porque no les queda otra: están en la vida y tienen que vivir. Son personajes a la intemperie, como diría también Cheever, presentados en el mayor grado de exposición. No los construyo deliberadamente, porque me parece que ya los conozco, que los veo todos los días. Me basta con traducir situaciones que tengo al alcance de la mano.

- —Tanto Angeles Mastretta como Antonio Skármeta —dos de los jurados de esta edición del Premio Clarín de Novela— señalaron que habían leído la novela de un tirón gracias a la fluidez del relato y al carácter sedoso de su escritura.

- —Escribí cada capítulo con una respiración de cuento. No sé si funcionan o no como cuento, separadamente, pero encontraba muy interesante que cada capítulo plasmara un universo completo. Confiaba en que si lo lograba, la historia iba a funcionar como un engranaje total. Además yo corrijo mucho y no avanzo sin corregir, no me importa estar tres días con un párrafo. Voy probando la música de cada oración; voy acomodando sus elementos. Para mí es muy importante cuidar este aspecto, porque creo que la prosa tiene una música, al igual que la tiene la poesía. Cuando escribo necesito escuchar una voz que cuente eso que estoy escribiendo. Lo mismo me ocurre con las imágenes y las escenas, tengo que tenerlas completas en mi cabeza antes de que pasen a las palabras.

- —Pensando en términos de corrientes, tu literatura se acerca mucho al minimalismo.

- —Sin duda. Algunos todavía discuten si Carver es o no minimalista. A mí Carver me gusta muchísimo, por esa prosa despojada y porque sus personajes sufren de una precariedad absoluta. Y antes que él, Chejov fue para mí de una importancia enorme. También Cheever es uno de mis escritores preferidos, en especial, por la escritura de sus diarios que dejan una sensación de tristeza muy vital. No se puede avanzar demasiado en su lectura. Leés una página, leés dos y decís: "Bueno, basta". Me gusta que la literatura provoque una experiencia intensa y de corta duración. Me encantaría poder dejar así de inquietos a los lectores. Contar como si uno estuviera en un edificio en llamas (otra vez Cheever), con esa urgencia y esa necesidad, pero aferrada a los detalles.


El arte de narrar

Angela se interesa por lo que la narración tiene de más vasto respecto de la literatura."Las narraciones —dice— son una forma de entender el mundo, de explicarse muchas cosas, pero no a fuerza de metáforas. La narración por sí sola tiene una gran potencia y sus distintas formas exceden la literatura". Confiesa que le gustaría investigar las maneras no convencionales en que la gente narra; cuándo hace los silencios, qué cara pone, qué eligió para cerrar una historia, cómo va suministrando la información de lo que está contando. Un proyecto que tal vez empiece a tomar cuerpo en su cátedra de Literatura y oralidad, en la Escuela del Relato de Ana María Bovo.

—No le tengo miedo a la página en blanco porque hay como hilos de relatos en todas partes y hay que poder recogerlos y tirar de ellos, entrelazarlos, entretejerlos. Tengo un miedo que es anterior: el de escuchar un fragmento de conversación en el bar o en el tren y no poder pensar después en una historia. Por suerte, cuando uno escribe, la gente que te rodea empieza a interesarse y se acerca a contarme historias. Allí hay como un arte poética, que no está en los libros, pero que aparece. Un día yo estaba dando clases y veo a una amiga por las ventanas del aula, caminando muy nerviosa y haciendo señas para que saliera. Yo estaba dando la clase, entonces le pedí que esperara, hasta que en un momento entró al aula y me dijo: "Tengo que contarte una historia que escuché". Cuando terminó, se fue mucho más tranquila, tenía un vaivén como sereno. Yo tenía cuarenta pibes enfrente que me miraban azorados y uno me dijo: "Cuente, profesora". La necesidad de contar y de que te cuenten es un germen de arte poética, ¿no?

Los pibes de los que Angela habla son los alumnos de primero, segundo y tercer año del Polimodal de la escuela donde piensa seguir dando clases. Los mismos de quienes las estadísticas dicen que apenas manejan unas ochocientas palabras pero en quienes ella aún descubre núcleos férreos de esperanza. Adolescentes parcos de expresión que la mañana siguiente a la entrega del Premio Clarín de Novela la recibieron con un aplauso cerrado en el patio, mientras ella se dirigía al aula con la misma tranquilidad de todos los días.

Entrevista realizada por JORGELINA NUÑEZ

 

 


 


 


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