Escritores: entre el contrato y la pared
25-01-2012

Alicia Huerta
La cinta titulada Anonymous, del director Ronald Emmerich, pretendía desvelar la verdadera identidad del autor de las obras hasta ahora atribuidas a Shakespeare. Según el oportunista guión, no fue el cerebro del famoso ciudadano de Straford Upon Avon el verdadero creador de las obras más importantes de la literatura en lengua inglesa, sino Edward de Vere, 17 Duque de Oxford, quien a causa de su posición social nunca pudo disfrutar del honor de ver su nombre en la portada de los manuscritos que contenían las piezas que con tanto éxito se representaban, para deleite del entusiasta público londinense, en el mítico teatro The Globe. No podía hacerlo, precisamente porque en la época aquello no constituía ningún honor, por lo menos, no para un miembro de la aristocracia, que debía de mantenerse muy por encima de tan peculiar menester. En una de las escenas finales de la película, su propia esposa acusa al duque de haber llevado la desgracia y la deshonra a la familia por culpa de una obsesión tan insana e indigna como la de escribir.¿Por qué lo haces?, le pregunta entre lágrimas, a lo que Edward de Vere responde que si no escribiera lo que los personajes que moran en su cabeza le susurran, y a veces hasta le gritan, haría tiempo que se habría vuelto completamente loco.
No exagera. La mayoría de las veces, el escritor se pone a las órdenes de esas voces porque es la única forma que encuentra para descansar, para irse a la cama sin la amenaza de que lo susurrado en su cerebro durante el día le obligue a levantarse en mitad de la noche para plasmar en la pantalla frases y situaciones que exigen ser contadas. En definitiva, para no volverse tarumba. Cada escritor, por supuesto, tiene su método y la mayoría, con el tiempo y la experiencia, aprende a vivir escuchando, imaginando, visualizando y acogiendo situaciones ficticias de personajes ficticios con la más absoluta normalidad. Llegando con todos ellos a un acuerdo para que no incordien, salvo en los momentos en los que toca ponerse a escribir. Lo malo es cuando ese tiempo no llega. Entonces, la ficción se cansa de esperar y reclama la atención que está convencida de merecer. Todo esto debería de ser bastante para explicar por qué con los tiempos que corren, aún siguen apareciendo escritores en cualquier rincón del planeta.¿Hay alguien que no conozca personalmente a un escritor?

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