Unidad ortográfica del español
La ortografía española empezó a ser codificada en 1727, por parte de la Real Academia Española, y al poco tiempo de su fundación. Hasta que se marcó un criterio único, las vacilaciones en las grafías eran constantes: desde las soluciones fonémicas a los criterios etimologizantes.
Actualmente existen 22 academias del español en los diferentes países de habla hispana, estas mantienen acuerdos que garantizan la unidad ortográfica, y la edición de 1999 de la Ortografía de la lengua española fue la primera en ser elaborada con la colaboración consensuada de todas las academias de América y de Filipinas, las cuales lograron unificar criterios a pesar de las variaciones del español en la diversa geografía, causa de los problemas más frecuentes en el uso de la ortografía, como grafías que presentan igual sonido, como la "b"/"v" (betacismo), "c"/"s"/"z" (seseo y ceceo), "g"/"j", "ll"/"y" (yeísmo).
La ortografía del español utiliza una variante modificada del alfabeto latino, que consta de los 27 símbolos A, B, C, D, E, F, G, H, I, J, K, L, M, N, Ñ, O, P, Q, R, S, T, U, V, W, X, Y, Z.
Asimismo, se emplean también cinco dígrafos para representar otros tantos fonemas: «ch», «ll», «rr», «gu» y «qu», considerados estos dos últimos como variantes posicionales para los fonemas /g/ y /k/. Los dígrafos ch y ll tienen valores fonéticos específicos, por lo que en la Ortografía de la lengua española de 1754 se les comenzó a considerar como letras del alfabeto español y a partir de la publicación de la cuarta edición del Diccionario de la lengua española en 1803 se ordenaron separadamente, y en 1994, se acordó reordenar los dígrafos ch y ll en el lugar que el alfabeto latino universal les asigna, aunque todavía seguían formando parte del abecedario, en 2010 ambas dejaron de considerarse letras del abecedario.
Aunque las ortografías sob las encragadas de crear unas reglas, esto nos demuestra que no son reglas fijas sino que el valor de los tratados ortográficos, y de las academias, reside precisamente en ir fijando temporalmente los rasgos que caracterizan el uso de una lengua en los diferentes tiempos y espacios, para lograr una criterio lógico que permita la natural evolución histórica de la lengua pero sin perder sus raíces.