Barcelona Literaria - 2
Barcelona Literaria - 2
En el siglo XX hay dos momentos claves para la relación de la literatura y la ciudad. El primero la época de la República y la Guerra Civil Española. George Orwell es el más conocido con su libro Homenaje a Cataluña, pero no cabe olvidar L'Espoir de Malraux, o Claude Simon que puso nombre de hotel, Le Palace, a la novela que probablemente le dio el premio Nobel. Ahí está la ciudad como modelo para otros novelistas de paso: Thomas Mann, Max Frish, Soldati, gozadores de la ciudad bifronte, el Ensanche de Gaudí y la burguesía y el Barrio Chino o el puerto de los sans coulotte.
Otro momento histórico fue capitalizado por algunos de los que acabarían siendo los pilares del llamado Boom latinoamericano de los setenta, como el caso de Gabriel García Márquez que en 1967 decidió irse a vivir a Barcelona: "Me vine por la nostalgia que me inculcó en Colombia Ramon Vinyes, un librero que nos orientaba en nuestras lecturas", ha explicado."Era el sabio catalán que hice aparecer en Cien años de soledad. Continuamente nos hablaba de Barcelona, nos decía que siempre fue un gran centro cultural de Europa, una ciudad con una burguesía tan rica y sofisticada que apoyaba a Gaudí, y con una clase obrera pujante dirigida por anarquistas. Después de publicar Cien años de soledad me vine para acá con mi familia, en 1967. Aún me acuerdo del trayecto de Madrid a Barcelona en un coche alquilado, un Seat desvencijado, en el que el viaje se hizo larguísimo.¡Qué calor!, sobre todo al llegar a los Monegros...“.
En cambio Mario Vargas Llosa residió desde 1970 hasta julio de 1974. En un artículo sobre su agente literaria Carmen Balcells, recordó esta época: "A fines de los años sesenta, yo enseñaba literatura en el King's College, de la Universidad de Londres. Ella [Carmen Balcells] súbitamente desembarcó en mi casa y me ordenó: "Renuncia a tus clases de inmediato. Tienes que dedicarte sólo a escribir". Le repuse que tenía mujer y dos hijos y que no podía hacerles esa bellaquería de dejarlos morirse de hambre. Me preguntó cuánto ganaba enseñando. Era el equivalente de quinientos dólares."Yo te los doy, a partir de este fin de mes. Sal de Londres e instálate en Barcelona, que es más barato". Le obedecí -ya para entonces había descubierto, como un editor cualquiera, que era inútil resistir los ucases de Carmen- y nunca me he arrepentido de ello, porque, entre otras cosas, los cinco años que viví en la Ciudad Condal fueron los más felices de la vida. Fueron años de nuevas amistades, de entusiasmos literarios y políticos, de grandes ilusiones, de compartir lo que parecía ser una inminente revolución cultural y social, de la gran modernización de las costumbres, las ideas, los valores y las letras en España, un proceso que comenzó por Barcelona y al que esta ciudad dio, en los setenta, su mayor dinamismo."
El recuerdo fundacional de Julio Cortázar era mucho más atávico. Cortázar nació accidentalmente en Bruselas y vivió también por casualidad en Barcelona cuando tenía dos años. En la entrevista que le hizo Joaquín Soler Serrano contó que de esa lejana época guardaba algunas imágenes borrosas e inconexas:"Formas extrañas, mayólicas de colores" que tal vez correspondieran al Parc Güell, donde al parecer le llevaban cada día a jugar con otros niños. Cortázar confiesa que en 1949, en su primer viaje a Europa, desembarcó en Barcelona y su primera visita fue precisamente al Parc Güell: le gustó descubrir que su admiración por Antoni Gaudí tenga un origen tan antiguo. Recuerda también de esa época "una playa, la sensación amenazante de las olas que avanzan y mucho sol y un olor a sal muy extraño, muy inquietante".
Barcelona fue clave, como lo fue México DF, en la obra y la vida de Roberto Bolaño que llegó por la misma época que los integrantes del boom pero con vivencias muy distintas, ya que pertenecía a una generación mucho más joven. Bolaño declaró que el magnífico fervor prerrevolucionario en que se vivía entonces lo atrapó."En cuanto llegué a Barcelona hice dos cosas, ir a ver Pepe Donoso y visitar Juan Marsé", recuerda. Aquella visita, poco o nada deformada por la ficción, pasó a ser uno de los capítulos de la gran novela Los detectives salvajes, escrita más de dos décadas más tarde y una de las pocas ficciones latinoamericanas en que Barcelona adquiere un peso importante en la ficción.
Por último, Pablo Neruda había colaborado en la Guerra Civil en la causa republicana y juró no volver a pisar España mientras gobernara Franco. Pero un día de 1967 no pudo resistir la tentación. Aquella tarde del 16 de abril el Augustus, barco en el que viajaba rumbo a la URSS, hizo una escala en Barcelona y el poeta decidió visitar viejos rincones y evocar recuerdos de la ciudad acompañado de su amiga y editora Esther Tusquets. Casi clandestinamente, él y Matilde Urrutia pasaron allí las horas, hablando sin parar de un tiempo ido. Esther Tusquets lo relató así: “nos dirigimos, pues, al puerto, esperando que se tratara efectivamente del poeta y no de un presunto amigo que ni se me había pasado por la mente.Íbamos sólo tres personas: Esteban, entonces mi pareja y años más tarde padre de mis hijos; Oriol Maspons, gran fotógrafo y gran amigo, que debía inmortalizar en imágenes el acontecimiento, no para la prensa, sino para conservar nosotros un recuerdo de una tarde que podía ser memorable, y yo. Luego, a punto ya de zarpar el barco, aparecería en el muelle Guillermina Mota, para ver unos instantes a Neruda y pedirle que le dedicara un libro. Que yo recuerde -han pasado más de treinta y cinco años-, nadie más tuvo noticia de este primer regreso, rigurosamente clandestino y brevísimo, del poeta a España después de nuestra Guerra Civil. Sí se trataba de Pablo Neruda, acompañado como siempre que yo le vi por Matilde, y sí fue aquella tarde memorable. El poeta se había jurado, y lo había manifestado repetidas veces en público, no regresar a nuestro país mientras estuviera Franco en el poder. Y lo había cumplido hasta entonces. Pero resulta que, si viajas en un barco, puedes desembarcar en los puertos donde hace escala con un simple pase que te entregan al bajar y que devuelves a tu regreso, sin que quede constancia en el pasaporte, sin que hayas entrado legalmente en el país. Y Neruda había aprovechado la ocasión para pasar unas pocas horas en una Barcelona para él entrañable y llena de recuerdos”.