La literatura vuelve al campo

Álvaro Colomer / La Vanguardia

Día 20/08/2014

Los escritores están volviendo al campo. Bosques y aldeas son de nuevo cortejados por los novelistas. Como propuesta de recambio de valores en una época de crisis, o como escenario de fábulas apocalípticas. Como paraíso imposible de urbanitas decepcionados. Algunos de estos autores critican la visión privilegiada de lo urbano que brindan los medios. Analizamos el fenómeno en distintas literaturas

La crisis de valores que vive España ha auspiciado el resurgimiento de dos géneros narrativos olvidados por nuestra literatura y ahora rescatados por una serie de escritores de nueva hornada que, aun no habiéndose puesto de acuerdo entre ellos, coinciden en la temática de sus libros. Por un lado, tenemos la reaparición de esa novela apocalíptica anticipada en el mundo anglosajón por Cormac McCarthy (La carretera) y en el hispanoamericano por Rafael Pinedo (Plop), y cultivada en nuestro entorno por narradores tan certeros como Cristina Fallarás (Últimos días en el Puesto del Este) y Manuel Darriba (El bosque es grande y profundo), y cuyo mensaje último vendría a referenciar la destrucción de la sociedad tal y como la conocemos y la necesidad de construir, partiendo de cero, un nuevo marco de convivencia en el que no se repitan los errores del pasado. Paralelamente a este fenómeno -el cual ya empieza a agotarse como consecuencia de la saturación cinematográfica de ese tipo de historias-, se detecta también un renacimiento de un segundo género muy cultivado durante el franquismo tardío pero absolutamente abandonado por quienes tomaron el relevo de aquella etapa narrativa: la novela rural.

Desde hace un par de años, se han publicado en España no pocas novelas en las que el entorno rural lo domina todo. Este neorruralismo sería, de alguna manera, el reverso literario de la narrativa apocalíptica, ya que lanzaría el mensaje de que la solución a la crisis de valores de nuestra sociedad se encuentra en una vuelta a los orígenes, en una huida de las grandes ciudades, en un intento de recuperación del Paraíso Perdido, mientras que el otro género, el apocalíptico, difundía la idea, mucho más pesimista, de que dicha solución pasaba única y exclusivamente por la destrucción del modelo social construido hasta el momento. Así pues, en esta nueva narrativa, las ciudades, que durante las tres últimas décadas habían sido el marco predilecto de los escritores para la reflexión literaria, quedan relegadas a un segundo plano y lo telúrico deviene el nuevo escenario desde donde meditar sobre el fin de la sociedad del ladrillo.

 

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