En el centro de la periferia
Javier Pérez Andújar acaba de recibir el premio Ciutat de Barcelona de medios de comunicación, por sus crónicas publicadas en El País que aportan una mirada crítica sobre la Barcelona y la llamada periferia (las vecinas Santa Coloma, Badalona, Hospitalet o Sant Adrià del Besòs). Tras la novela Los príncipes valientes, en la que el autor relataba su infancia en Sant Adrià de Besós, apareció Paseos con mi madre en 2011, donde reflexionaba sobre ese paisaje sentimental que lo forjó y que, en su caso, identificaba como la "Internacional de los bloques".
El extrarradio de Barcelona nació con la masiva emigración de los años cincuenta y sesenta. En esa época el choque entre distintas culturas marcaba las diferencias, sin embargo, la vara que imponía distancias era sobre todo social, y para mostrar esto la crónica resultaba mucho más accesible, el pionero fue Paco Candel (1925) con libros como Donde la ciudad cambia su nombre, publicado en 1957, que mostraba la vida en las Casas Baratas. Juan Marsé (1933) se codeó con esa burguesía a la que aspiraban los chicos de barrio y este choque quedó espléndidamente retratado en la novela Últimas tardes con Teresa, que ganó el premio Biblioteca Breve en 1966, era un salto enorme que explicaba la periferia desde la excelencia literaria, pero también desde dentro.
Estos autores mostraban el enfrentamiento entre culturas de distinto origen, por el contrario, los “jóvenes” escritores nacidos ya en los sesenta, entre los que se encuentra Pérez Andújar, han reclamado una visión de la periferia distinta, enmarcada más bien en la exposición de un extrarradio fruto de la bonanza económica de los setenta y ochenta pero en el que esta pujanza quedaba raramente visible. Los problemas de identidad frente al autóctono dejaban de estar en primer plano para forjarse una identidad propia, lo que lleva a Pérez Andújar (1965) a la reflexión de que: “Todos los extrarradios de todas las ciudades son iguales, son el mismo”, y es cierto que la música, el rock, las drogas o el canallismo aportaron un nuevo misticismo a estos jóvenes, tal como mostraría magistralmente Francisco Casavella (1963) en su trilogía El día del Watusi, en la que el autor ofrecía una implacable disección de la España de la Transición, sirviéndose de la mirada del personaje de Fernando Atienza, un perdedor criado en las chabolas de Montjuïch que acabará alcanzando las más altas cotas de la miseria moral, al tiempo que el país entero se transforma. Sergi Pàmies se refería a la temática de la novela con precisión quirúrgica: “de un modo tangencial, da pistas sobre por qué los barrios se convirtieron en barriadas, las barriadas en periferia, la periferia en suburbio, el suburbio en extrarradio y el extrarradio en tumor extirpado al caos porciolista para gloria del área metropolitana”. Y el propio Casavella ya nos situaba sobre la pista en una entrevista al declarar: “El relato de las delirantes mutaciones del culto a un macarra de barrio cuando un país y sus hombres necesitan pretextos, mitos de usar y tirar o una religión sustitutoria que será inevitablemente pop”. Algo que recogería Kiko Amat (1971) al retratar esas bandas underground de los ochenta, especialmente los punks, ("unos niños dañados y perdidos en un mundo que no entendían, con todo en contra"), y que le lleva, en su novela Con el paso de los años, a la conclusión de que: “fue precisamente la cohesión de la banda lo que nos salvó, mientras que las canciones de los discos de vinilo eran la única posibilidad de acceder a algo bonito".
Mireia Pol