ANTONIO TABUCCHI DESCANSA EN EL PANTEÓN DE LOS ESCRITORES PORTUGUESES DEL CEMENTERIO LISBOETA DOS PRAZERES

Pereira que Cardoso tiene razón, y que el hombre no posee un solo alma, sino varias, y que una de ellas es sólo la preponderante en cada momento, dependiendo de la época vital de la persona. Sostiene Pereira, que ahora, él siente un gran clima de incertidumbre en su espíritu, como aquel que se avecina en épocas de cambio. Más allá de la literatura francesa y de la muerte de su mujer, él por fin ha abierto los ojos ante el mundo, y ve todo aquello que le rodea y a su amada Lisboa de una forma distinta, como si acabara de llegar a una vida nueva, a una ciudad nueva... en la que el horizonte ha dejado de ser oblicuo cada vez que sube y baja por sus colinas subido en uno sus tranvías; y su transformación es tal, que en este momento, el horizonte se le muestra horizontal y diáfano… Quizá esta libre interpretación acerca del sentimiento de libertad del protagonista de una de las novelas más celebradas de Tabucchi (Sostiene Pereira), fue el que en un momento dado de su vida, le llevó al autor italiano a querer aprender portugués a su regreso a Italia desde la Universidad de La Sorbona de París. Allí, en los años sesenta, fue donde la sombra de Pessoa no le dejó indiferente y su influjo fue lo suficientemente feroz como para atraparle el resto de su vida. Allí también, en Francia (en la estación de tren de Lyon), fue donde accidentalmente encontró olvidado en un banco un ejemplar del poema Tabacaria del autor portugués. Y a partir de ahí, Tabucchi necesitó más, y se alió con el destino que, en forma de azar, nos cincela la vida cual viento invisible que somete a los designios de nuestro alma hasta llevarla al lugar adecuado. Azaroso o no, el destino y sus consecuencias forjaron una parte importante de la obra de Tabucchi, y no sólo eso, porque además, se mostraron algo más que caprichosos a la hora de darle señales acerca del paralelismo de su vida con la del mejor poeta portugués del siglo XX. Y es en ese abismo vital, de inescrutables casualidades, donde cayó el escritor italiano seducido por el misterio de la vida y obra del escritor portugués. Ese último e íntimo input de conocimiento del autor y la persona, fue lo que le llevó a sumergirse en el conocimiento de la lengua nativa de aquel que consideraba su brújula. Tabucchi, entonces, se convirtió en el mejor y más ambicioso traductor, crítico y conocer italiano del escritor portugués.Él, junto a su mujer, María José de Lancastre, tradujo al italiano un gran número de obras de Pessoa. Después de esta larga introducción, queda claro que Tabucchi no es portugués de nacimiento sino italiano, pero su empeño, su trabajo y su obra, ensalzaron, como nadie antes lo había hecho, el valor del idioma portugués y su literatura. De ahí, que no nos debe resultar tan extraño ver su féretro descansando en una de las baldas de los dos panteones de escritores ilustres portugueses del cementerio dos Prazeres en Lisboa, ni tampoco leer su nombre junto a la nómina de otros grandes creadores lusitanos, pues si no fue portugués de nacimiento si lo fue de adopción y empeño. Del mismo, modo que no se nos debe pasar por alto que estaba casado con una mujer portuguesa y que vivía la mitad del año en Lisboa, ciudad en la que decidió morir. Ambas, estampas vitales de lo que fue el sueño de su vida. Antonio Tabucchi descansa en la paz del barrio de Campo de Ourique y en el silencio soleado del cementerio dos Prazeres, donde el sinuoso ronroneo del famoso tranvía veintiocho de la ciudad lisboeta, acaba su recorrido; un lugar que preside una majestuosa estatua de otro célebre italiano que da nombre a la plaza, San Juan Bosco, y que además, sirve de acceso al cementerio más señorial de la capital portuguesa. Y allí, Tabucchi comparte espacio junto a los escritores portugueses más importantes, y a su lado, como testigos de la admiración que despierta, un puñado de flores y algunas despedidas en forma de libros con dedicatorias o folios con palabras que sirven de recordatorio a su memoria. Visto con la curiosidad del viajero, todo el conjunto parece una invitación a que el alma del escritor sea capaz de escribir una última frase más, y si no puede ser así, que tenga el don de dictársela a la gran cantidad de personas que por allí aparecen a rendirle culto. Una afirmación de la que fuimos testigos en el corto espacio de tiempo en el que le acompañamos, en su silencio de corpóreo que no verbal, bajo un tórrido sol de mes de agosto que, como un centinela, hacía guardia sobre la piedra milenaria del panteón donde descansan sus restos mortales. Fuera de ahí, su obra y su pensamiento siguen vivos y resurgen cada vez que nos acercamos a ellos, a lo que sin duda hay que añadir, la gratitud por su dedicación a la universalización de un idioma, una cultura y una literatura únicas y plenas, y a las que un día, tal y como Sostiene Pereira, Tabucchi decidió dedicarle el resto de su vida.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel

 


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