Al dios del lugar. JoséÁngel Valente
Género: Poesía Editorial: Tusquets Año de publicación: 1989 Número de páginas: 107
Reseña: La colección Nuevos textos sagrados (Marginales 104) dirigida por: Juan Gustavo Cobo Borda y Antoni Marí presenta “Al dios del lugar” poemario del ourensano JoséÁngel Valente. Valente, considerado escritor de la generación de la posguerra, empieza su trayectoria profesional cuando todavía era un estudiante, eso sí, que destacaba como poeta. Formó parte del grupo poético de los cincuenta, representando a su poesía como una vía del conocimiento. En los años sesenta su poesía evoluciona adquiriendo tintes de metapoesía y se separa del grupo que vio sus inicios para seguir las tendencias de la llamada “poesía del silencio” formato en que se podía adscribir mejor su nueva poética. Dicha corriente, la poesía del silencio, fue muy influida por la mística sincrética, la cábala judaica, el sufismo iranio, el misticismo cristiano, el taoísmo o el budismo zen entre otros, y aunque la aproximación de Valente a la mística propiamente dicha se aleja de cualquier dogma religioso concreto, su concepción artística de la poesía, como catalizador de tendencias filosóficas, tradiciones culturales e históricas lo convirtieron en heredero de la tradición mística española, de ahí su obsesión por el problema de la inefabilidad, del vacío y de la nada. Contemporáneo de Gamoneda, del que se dice que fue muy influido por la figura y obra de Valente, nos presenta su libro como aquel hiciera con “Canción errónea” prescindiendo del título de los poemas. A decir verdad, para mi sentido común sería preciso, hacer una extensísima introducción sobre Valente antes de opinar sobre la obra que nos ocupa, dado que como artista es un paradigma de la síntesis, del simbolismo, de la encriptación de la alusión y la metáfora, pero una reseña no permite espacio físico para tal análisis. La lírica valentina ha sido de las más estudiadas del siglo XX, pero por una minoría de críticos, dada la dificultad que entraña destrenzar su sistema poético-ontológico. Esa inextricabilidad pretendida en su praxis como poeta quizá haya alejado de su obra al lector más pasivo como también haya acercado a ella a los lectores más necesitados de su inmanencia. El primer verso del libro es el siguiente: “El vino tenía el vago color de la ceniza”, supone un diálogo abierto, de tú a tú entre un hombre mortal y quizá el dios con de minúscula que hace referencia el título del poemario, un monólogo que hastía al orador que lo pronuncia ya que al saberse silencio la respuesta nunca irá más allá de sus limitadas posibilidades. Los poemas de Valente comienzan siendo muy escuetos, de versos generalmente cortos y de tres líneas, cinco, algunos de tres o cuatro estrofas, pero a medida que vamos adentrándonos en esta plegaria enclaustrada en el retorno de un viaje iniciático, la extensión lírica se va dilatando por el ancho y largo de la hoja. “Formó/de tierra y de saliva un hueco, el único/que pudo al cabo contener la luz”, tres versos para referirse a una hipotética génesis de la materia. Y encontramos otros tres versos muy significativos con los conceptos que tiene del lenguaje su autor: “BORRARSE./Sólo en la ausencia de todo signo/se posa el dios”. El dios del lugar puede habitar el fondo de una copa de vino, pero donde realmente vivirá será en la ausencia de todo signo, es decir, en el silencioso lenguaje o en el lenguaje no corrompido, ya que el que tenemos fue creado para el entendimiento de los seres pero es a su vez un obstáculo dado sus limitaciones, hay cosas que no pueden explicarse con palabras, quizá porque no deban ser explicadas. Borrarse, y en letras mayúsculas, señala la imperiosa necesidad de desandar, desaprender, desdecirse y retrotraerse hasta el estado de primigenia pureza al que se aspira mediante la meditación y la catarsis de opciones dogmáticas como la mística, para favorecer así el asentamiento del dios necesitado. Según María Zambrano, introductora de Valente en la mística, el poeta, al crear, recorre el tiempo en sentido inverso, y quizá, si conseguimos ser poetas toda nuestra vida, justo antes de morir, será el momento en que más cerca estemos de ese imaginado punto cero. El poema que comienza con dos palabras de Paul Celan dice así: “Quedar/en lo que queda/después del fuego, residuo, sola/raíz de lo cantable”. Además de aludir al renacimiento del Ave Fénix atribuye al fuego la capacidad de redención que necesitamos para alcanzar nuestra esencia, ese fuego podría ser nuestra conciencia, que una vez desatada por las ofensas tomara realmente el mando de nuestra conducta y nos obligara a realizar esa purga, esa desnudez que mostraría lo cantable. “Línea o modulación, apenas/trazo, tentativa del cuerpo, envite/oscuro/del ángel que aún no puede/afirmarse en el borde/sumido de la luz”. En la ultrahistoria que va diseminando Valente a lo largo del libro subyace la esperanza de cumplir el viejo sueño del hereje Miguel de Molinos, figura admirada por JoséÁngel que fue motivo de su segundo ensayo. En estos versos se vislumbra levemente la posibilidad de un hombre venidero como esbozo de semidiós, el encarnamiento de todas las esperanzas en un héroe que terminará con la ruindad de la humanidad. Una membranza del Mont St-Michel pone de manifiesto el ancestral ichthus de los orígenes, el pez griego con lecturas cristianas que inauguró la vida, los apóstoles de Jésus eran pescadores del Almas, el milagro de los panes y los peces relatado en las Sagradas Escrituras, pero que como acrónimo refiere mayormente su significado a Cristo, veamos: “Iesous Christos Theou Uios Soter”, Jesucristo, Hijo de Dios, el Salvador. Según la teoría de Carlos Bousoño, este ichthus es un símbolo de carácter disémico que mira tanto a una explicación científica de la vida como hacia una explicación religiosa o espiritual. Veamos el siguiente poema para cerciorarnos de la dualidad entre la ambigüedad y el sincretismo que son constantes en la poesía valentina: “La arena tenía el color de las escamas/de un enorme pez extendido/y la luz caía sobre ella/con el secreto brillo del acero/como un ala rasante. /Vacío y extensión. / El súbito/relámpago de la piedra en el aire. /Y nada. /El vuelo. /Y nadie”. Recordemos que el pez era el antiguo símbolo de los primeros cristianos, ya que decir cristiano era lo mismo que ser perseguido. Ichthus significa pez en griego, y para el cristianismo era lo mismo que ahora es para nosotros el símbolo de la cruz, símbolo que fue introducido por Constantino. En el poema que comienza: “Lugar de destrucción. /El humus de la muerte/ha sido recubierto/por otra primavera…”, digamos que existe el primer indicio de que la conversión del hombre en su propia salvación es posible, es posible el reinicio de la Historia, le reunificación de los criterios y los seres en una comunión que hará posible la catarsis universal. En el siguiente poema se alude a un estado de quietud, de anulación del ser, que fue preconizado por Molinos en su: “Guía espiritual”, como hipertrofia de las tres vías místicas de San Juan de la Cruz para llegar a la unión divina: “Estar. /No hacer. /En el espacio entero del estar/estar, estarse, irse/sin ir/a nada. /A nadie. /A nada”. En su búsqueda de la palabra seminal, de un nuevo lenguaje, la sencillez y brevedad son el resultado de un viaje a la retórica que simplifica cualquier filosofía hasta el extremo de su esencia, una esencia que palpita en los versos de Valente y que es significación pura. “Al llegar a Passy/la torre se alumbraba por el aire/y las nubes se llenaban de pájaros”. El poeta es embargado de melancolía y nostalgia, ya que Passy es un cementerio parisino. Y voy a concluir mi indagación sobre este libro, ya que su interpretación invita a extenderse en infinitas vertientes, es muy difícil resumir un libro con tantas aristas, con tantas lecturas, intentar ser justo con él sin olvidar cosas importantes en el tintero. Como curiosidad diré que hay un poema monosílabo escrito en su totalidad por palabras que comienzan con la letra pe. También contiene un poema dedicado a Antoni Tàpies con quien trabajó en el año 82 en el libro de arte titulado: “El péndulo inmóvil”. En líneas generales, no puedo más que recomendar el libro pero advertir al lector de que encontrará una ardua tarea de paciente indagación e interesante composición de imágenes mediante señales alegóricas. Desde “A modo de esperanza” 1953, hasta “Fragmentos de un libro futuro” 2000 (que recibió póstumamente el premio nacional de literatura), Valente nos ha dejado mucho, un legado que a pesar de sus utópicas pretensiones universales ha conseguido permanecer en lo más elevado, atemporal, taumatúrgico, como objeto de culto y estudio para las generaciones venideras.
José Antonio Olmedo López-Amor