“El martirio del obeso” de Henri Béraud

Acabo de leer un libro de película. Se llama “El martirio del obeso”. Es de un periodista y escritor francés, que se llama Henri Béraud. Lo escribió en dos semanas, ciento cuarenta páginas, y ganó el premio Goncourt que todavía sigue siendo el mejor premio literario de Francia. El premio no se lo han dado ahora, sino hace noventa años, exactamente en 1922, pero bien podrían habérselo dado hace nada. El tema que toca el libro es de plena actualidad, tanto más que entonces. El léxico y la forma pueden parecer rancios, pero no, contribuyen a realzar el humor, la ironía y la mala leche que exuda una prosa muy elaborada. Lo grotesco y la mala hostia no se lo permite la elegancia del personaje de la historia. Un gordo elitista y sibarita que nos la cuenta casi como si fuera un largo monologo mientras imagina que tomamos juntos una pinta de cerveza. Béraud fue condenado a muerte por colaboracionista con la Alemania nazi al terminar la guerra. François Mauriac y otros escritores convencieron al General De Gaulle que era mucho menos de lo que parecía, y éste le conmutó la pena por la de cadena perpetua. La sufrió en el penal de la Isla de Ré, pero no a perpetuidad por motivos de salud. Murió en su casa en 1958. Según la Organización Mundial de la Salud: “1.500 millones de adultos tiene sobrepeso, y de estos más de 600 millones son obesos, es decir, que soportan una acumulación anormal o excesiva de grasa”. Cabe afirmar, pues, que casi dos personas de cada diez de la población adulta mundial son obesos. Y los obesos también aman. Podría alguien decir: Y los narigudos, los cojos, los ciegos, los feos, los jorobados, los bajitos… Cierto, pero Henri Beraud, sostiene en su novela que los gordos, los orondos, los mofletudos, los gordinflones, los rechonchos, los barrigudos, los obesos sufren el amor, el sexo y la pasión de otra manera. Desde otra marginalidad más cruel por cotidiana. En consecuencia, también el desamor, la aversión, el desprecio, la prevención y la burla lo viven cotidianamente con otra zozobra igualmente cruel. Cualquiera puede constatarlo en parte con el escaso tocino que le exceda, pero sobre todo al observar a los que les sobra por todas partes, si convenimos que lo que prevalece en este mundo sobresaturado es lo que raya en la anorexia como más fashion. Por contra, ser rollizo significa que a mayor abundancia de grasa mayor bondad se tiene. No sorprende que la hermosa mujer, objeto del deseo del panzudo, no lo denomine nunca por su nombre —no tiene—, sino afectuosamente lo llame: «mi bondadoso gordo» durante los más de seis meses que viajan juntos por medio mundo, huyendo de un marido celoso descubierto “in puribus naturalis” hocicando en las pudendas partes de una camarera de alcoba. Ni tampoco, que se comprendan tan bien entre ellos, los barrigones, y se sientan verdaderamente dichosos en sus exclusivos clubes (only members), cuyos requisitos esenciales para ser socio sea sobrepasar los cien kilos y sentirse orgulloso de ello. Ese es el capítulo más hilarante, seguido del de la visita al capitolio para parecer, por analogía, un emperador con propósitos seductores. No debe haber nada más desesperante para un fofo emperador libidinoso, dispuesto a la conquista de una plaza asediada, que el lánguido bostezo de su presa. No quiero exagerar en lo sobreabundante porque podría conducir al equívoco. Que nadie se engañe. Estoy hablando de un libro fabuloso, de película como he dicho al principio, pero cuyo argumento es el amor encendido de un bondadoso gordo hacia una displicente y remilgada lolita. Podéis imaginaros en blanco y negro las escenas subtituladas. Como acompañamiento puede servir una polka seguida de un charlestón o un foxtrot en un piano de cola al lado de la pantalla. La novela sirvió de guion para la película muda que filmó Pierre Chenal en 1933. “El martirio del obeso” lo rescata ahora con muy buen criterio Tropo Editores, y es precisamente por su estricta actualidad, porque me parece que quiere rescatar del olvido la buena literatura que ya la quisieran para sí muchos escritores vivos de cuarenta años hacia atrás, aquí y en Francia. Juzgad vosotros mismos cuando os sentéis a la mesa con el gordo, viajéis en tren o en barco y os alojéis en los mismos hoteles que los protagonistas. En 1922 Henri Béraud fue clarividente sobre los políticos de hoy día, cuando ya criticaba el parlamentarismo estéril de los políticos de su época, a los que tilda de raquíticos y descarnados.«Menos corruptos habría si nos gobernaran gordos bien hartos». Lo dice en la novela. Quiero revelar con cierto retraimiento que mientras leía “El martirio…”, me descubrí un par de veces delante del armario ropero sacando trapos del año pasado y del anterior, para devolverlos después con la amargura de comprobar que ya no me cabían, y entendí en parte el sufrimiento del obeso. Qué cierto lo que dice ese “gordo bondadoso”: “La verdad que nadie se atreve a confesar es que una vez que se esfuman las ilusiones, nos pasamos la vida echando vaho sobre el espejo de la decepción. Pero el vaho siempre acaba evaporándose. Entonces nos vemos reflejados en su triste fealdad, que cada día se acusa más cruelmente, y mientras murmuramos: «no vale la pena que piense en todo eso», una voz interior nos dice: «Pero si no haces más que pensar en ello, imbécil»” No volví más al armario para no deprimirme, sino que, para recuperar la risa aun a costa de profundizar una arruga, seguí leyendo con gozo “El martirio del obeso”. Todavía me queda la sonrisa en el rostro. Os recomiendo que lo leáis. Seguro que os divertís como yo me he divertido y al mismo tiempo disfrutáis de una muy buena literatura. Mis felicitaciones a Tropo Editores por rescatar esta joya.

© Bárbara Fernández Esteban 03/2013 www.barbarafernandez.es

 


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