HOMENAJE A JOHN KEATS, EL POETA DE LA MELANCOLÍA INALCANZABLE

“Si firme y constante fuera yo, brillante estrella, como tú”… es el inicio del último poema que escribió John Keats el 28 de septiembre de 1820, mientras se alejaba de la isla de Wight, un lugar que le colmó de felicidad en 1817 y donde compuso su largo poema épico Endimión, famoso por su verso inicial: “algo bello es un goce eterno”. Sin embargo, en esta última ocasión, el destino era otro, y le servía al poeta para poner distancia de por medio con su añorada Inglaterra y con su amada Fanny Brawne, destinataria de estos últimos poemas si exceptuamos los que escribió por pura desesperación en el puerto de Nápoles durante la cuarentena que le obligó a estar encerrado en el navío María Crowther durante una semana. El viaje a Italia era la última oportunidad de conquistar lo imposible, que en su caso, era buscar una posibilidad de sanar de la tuberculosis que persiguió como una epidemia a varios miembros de su familia (a su madre, a su hermano Tom y a él mismo), por lo que podríamos definir su accidentado periplo por el mar que le llevaría hasta Nápoles, como de una huida hacia delante, en la que el sol y la bonanza climatológica serían sus recompensas. Un premio que nunca llegó a obtener, porque Roma, su destino final, se convirtió en la máxima expresión de la ausencia de capacidad creativa a la que la enfermedad le postergó. Roma, cuna del arte y la belleza, fue la antítesis de sus dotes poéticas, donde la contemplación era el auténtico camino hacia la belleza. En este sentido, Roma para Keats fue una especie de cárcel con barrotes de oro, y también, la máxima expresión de la libertad que él sólo alcanzó con la muerte. Víctima de la desesperación que la tuberculosis le producía, y que la distancia que le separaba de su amada Fanny Brawne le aumentaba, cayó como un soldado que se erige en el héroe de su propia derrota. No cabe mayor expresión de su soledad que la del propio epitafio: “esta tumba contiene todo lo que fue mortal de un joven poeta inglés que, en su lecho de muerte, con el corazón lleno de amargura, al malicioso poder de sus enemigos deseó que estas palabras fueran grabadas en su lápida: aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua”. Esa bella e insinuante imagen, nos lleva, casi sin quererlo, a los poemas de este gran poeta romántico, y que tanto su amigo Charles Brown en Inglaterra como su fiel y último compañero Joseph Severn en Italia, coincidieron en definirlos como la melancolía de lo inalcanzable. Si le pusiéramos voz a los pensamientos del poeta, quizá el definiría su poesía del siguiente modo: mi visión estética de la realidad siempre tiene un valor moral que la hace trascender hacia esa otra realidad donde el poeta deja de ser poeta y se transforma en árbol, pájaro o urna, pues no se me ocurre una forma más acertada de llegar a ser eterno que ser otro, sobre todo, si esa mutación es inalterable al paso del tiempo. El Hombre es un ser vivo que es incapaz de ser perdurable más allá de sus días terrenales, salvo si tiene la dicha de que aquellos que le llegaron a conocer se comporten como una fuerza transmisora de su vida y sus actos. Fuera de ahí, nada queda, sino la más completa oscuridad. No se me ocurre un contrario mayor a la belleza que la propia oscuridad. La oscuridad es la nada más absoluta. Yo lucho por vencer a esa fuerza que nos tumba día a día. La luz en mi vida es la poesía y con ella trato de ir más allá de mi propia vida y mi propia persona. Quiero acabar con la fugacidad en la que mi alma se encuentra aprisionada en mi cuerpo. Quiero vagar por el infinito sin tener que pensar en un final. Quiero encontrar esa estrella brillante que me guíe más allá del tiempo. El pasado 23 de febrero, se cumplieron ciento noventa y dos años de su muerte. A las cuatro de la tarde del 23 de febrero de 1821 pronunció sus últimas palabras: “Severn, yo… incorpórame… me estoy muriendo… moriré tranquilamente… No te asustes… sé fuerte… y gracias a Dios que esto se acaba”. Después simplemente depositó su cabeza sobre la almohada de su lecho, hasta que a las once de la noche dejó de respirar. Este es el último poema que escribió sobre una página blanca de un ejemplar de los Poemas de Shakespeare que, días antes, había dado a su amigo y compañero de viaje Severn. SI FIRME Y CONSTANTE FUERA YO, BRILLANTE ESTRELLA, COMO TÚ Si firme y constante fuera yo, brillante estrella, como tú, no viviría en brillo solitario suspendido en la noche y observando, con párpados eternamente abiertos, como paciente e insomne ermitaño de la Naturaleza, las agitadas aguas que en su sagrado empeño purifican las humanas costas de la tierra, ni miraría la suave máscara de la nieve recién caída sobre los montes y los páramos; no, aunque constante e inmutable. reclinado sobre el pecho maduro de mi amada, sintiendo por siempre su dulce vaivén, despierto para siempre en dulce inquietud, callado, para escuchar en silencio su dulce respirar y así vivir siempre –o morir en el desmayo. Poema del que Jane Campion cogió el nombre para su película sobre Keats titulada Bright Star (2009), y que escenifica sus tres últimos años de vida.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.

 


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