Truman Capote: la soledad del guerrero

Un buen escritor puede tomar lecciones del texto más casual, imperfecto y banal porque la resignación no es su destino. Sabe que la esquiva literatura requiere de esfuerzos que, por momentos, parecen trascender sus modestas fuerzas. Tardó mucho en percibirse (y probablemente el juicio hoy diste de ser unánime) que ese joven huérfano que empezó siendo Truman Persons en Monroeville y que murió siendo Capote en Park Avenue fue junto con Onetti y Borges el escritor contemporáneo más lúcido respecto del permanente fracaso que le aguarda a quien tiene la pompa de llamarse escritor.Derrota sólo superable mediante una laboriosa prestidigitación de las palabras que no es engaño ,ni tampoco ilusión, sino una batalla ganada a la ingenuidad estética. Como advirtió Cortázar desde su primer línea: ”un libro más es un libro menos;un acercarse al último que espera en el ápice, ya perfecto"” Ese fue el camino de Truman Capote: buscar infructuosamente la línea definitiva. Eso descarta por completo las acusaciones de cándido provocador, de neurótico devenido en escritor de ocasión, de cronista unas veces mordaz y otras nauseabundamente complaciente con la alta sociedad. Al menos esas facetas que trazan la continuidad del Capote público y privado (su correspondencia prueba sus manierismos sociales, pero en ocasiones muy dramáticas también justifica la hipótesis inicial de este texto: su denodada lucha por la refutación de la literatura como fragmento) no son las que deben ser tenidas en cuenta para hacerle justicia a su talento literario. Capote les ruega a sus amistades que le escriban continuamente, un ritual para él asociado a un “un placer fugaz”. Esa necesidad de la escritura perpetua dista de cualquier forma de hedonismo. No es en grado alguno anecdótica la correspondencia de Capote, todo lo contrario, se advierte la permanente angustia por la forma adecuada que, por caso, debe tener un simple artículo periodístico. Son varias las cartas en las que le escribe al editor del New Yorker, William Shawn, pidiendo más plazo para escribir una nota extensa, que finalmente dejó inconclusa, intitulada “Una hija de la revolución ”. En las mismas cartas bosqueja su disconformidad con el abordaje inicial de un esquema narrativo lineal y pasa a considerar uno con avances y retrocesos, pero tampoco se manifiesta muy convencido al respecto. Capote es un escritor que apuesta continuamente la reputación de su obra, compromete su solidez a cada paso y obtiene resultados desparejos. También es justo reconocer que puede trazarse, de un modo sinuoso pero posible, una calidad ascendente en la obra de Truman Capote que desemboca en "Música para Camaleones" y en lo que sugiere como proyecto literario "Plegarias atendidas". Esto se lo escuché a Belgrano Rawson y como lector no me cuesta reconocer que es una aproximación interesante. Cuestiona el lugar de "A sangre fría" como cenit de la obra de Capote para luego sobrevenirle una inexorable decadencia. Más allá de los matices que aceptemos, más vindicatorios o ásperos de la figura literaria del hiperestésico Capote, lo que juzgo inadmisible es la excesiva filiación que los críticos han intentado establecer entre su obra y la creación de la "non-fiction". Por un lado, porque me parece un género menor y, por otro, porque no lo contaría como una contribución original a la narrativa de la segunda mitad del siglo XX. He llegado a presenciar, con ira y estupor, conversaciones académicas donde se disputaba la paternidad de la “no ficción” entre Capote y Walsh. Es una atroz injusticia endilgarles tal estulticia cuando ambos son magistrales cultores del relato breve. Supongo que ese afán de propiedad sobre un género híbrido responde más a la posibilidad de identificaciones ligeras- y disputas más superficiales aun- en torno a las cuales celebrar reuniones pretendidamente científicas. Es un hecho que los lectores incompetentes proliferan y mudan en autorizados exégetas con la facilidad que les concede una época que sólo aspira a la persuasión y la plausibilidad. Quiero dejar sentada mi perspectiva de que Capote es un escritor sumamente problemático, pero no en el sentido de enfant terrible de la literatura norteamericana contemporánea sino un guerrero extraviado en una confrontación imposible: la persecución fiel de la realidad. Tenemos así un estilo singular que pendularmente oscila entre distintos matices del realismo: el autor de “El arpa de hierba” y “Desayuno en Tiffany's” que encuentra en la descripción de la realidad cierta aligerada fantasía moldeándola a su infinito capricho y el de “A sangre fría” paralizado ante la indeterminación de la realidad, quien aguarda esclavizado un desenlace que no puede crear. Los escritores latinoamericanos fueron más audaces porque llegaron, en muchos casos, a la fantasía con una noción de desamparo y carencia que emergía de la historia de sus propios países. Así, por caso, para Cortázar la realidad daba abrupto paso a la fantasía, y eso era algo constatable. Era un axioma de su modo de entender las cosas, a pesar de que siempre rehuyó a las interpretaciones demasiado intelectuales de cualquier aspecto del mundo. Capote sobredimensiona el peso específico de los elementos cotidianos con enorme talento, pero acaban por desmoronárseles en el momento más inoportuno. La fantasía suele ser mucho más violenta y difícil de controlar. Cortázar tan siquiera intentó esa empresa, en todo caso usufructuó inmejorablemente esa naturaleza de lo real-maravilloso tal como le era ofrecida;Borges construyó un sistema en que la imaginación era una propedéutica hacia una visión ordenada del mundo;Capote busca formas sin disponer de buenas intuiciones, es decir, sospechas totalizantes de lo que la literatura es. Lo sorprenden proyectos infatigables que resuelve magistralmente, como “A Sangre Fría”, mientras que es derrotado por una nota periodística sobre la unión soviética. En cualquier caso su éxito o fracaso es azaroso, lo vive como tal y se entrega de ese modo espontáneo a la tarea de retratar las intrigas de una sociedad compleja, mezquina y, sobre todas las cosas señalaría Truman, deslumbrante como es la neoyorquina."Plegarias atendidas" para muchos representa el apartarse de ese hechizo de los plutócratas sobre su talento, pero creo que es simplemente la venganza hacia ellos, categoría muy propia de esos pobres cenáculos. Truman Capote no pudo jamás rechazar lo que le impedía ser un genial escritor, un narrador que conservando su delicadeza, pudiese aspirar a la perfección propia de un Borges. En qué radicaba esa imposibilidad sólo lo supo él, fiel al hermetismo del guerrero.

Andrés Russo

 


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