TESTIMONIOS HISTÓRICOS Y FICCIÓN LITERARIA EN LA VOZ DORMIDA DE DULCE CHACÓN MARÍA CARMEN ESTÉVEZ-SHERER
In La voz dormida (2002), Dulce Chacón uses historical testimonials of people who lived through both the Spanish Civil War (1936-1939) and the post-war, especially those of women jailed in the Ventas prison in Madrid. Her aim was to restore the fundamental role that women had during the war and to recover the historical and collective memory of the Spanish people. This memory had remained buried up until and even after the democratic period of the Transition in 1980. This thesis relies upon the theories of the historian and linguist, Hayden White and the philosopher Tzvetan Todorov, whose works deal with the role of language in restoring memory. The final objective is the understanding of the concept of “historical memory,” as a response to a social current that has shaken the foundations of Spanish society in the last few years. Furthermore, in this study the very literary features of the postmodern novel are analyzed, which itself juxtaposes history and memory with literary fiction. “Yo quiero no olvidar todo lo que hoy sé. Que otros hagan historia y cuenten lo que quieran; lo que yo quiero es no olvidar, Y como nuestra capacidad de olvido lo digiere todo, lo tritura todo, lo que hoy sé quiero sujetarlo en este papel”. Victoria Kent Nada, en los últimos años, puede afirmarse definitivamente sin tener en cuenta lo ocurrido durante los años de la Guerra Civil en España (1936-1939) y los años consiguientes a la dictadura franquista hasta el comienzo de la democracia, y posteriormente, de la Transición. La época democrática de la Transición (1975-1980 aproximadamente)hubiera sido la adecuada para hacer una revisión específica del pasado; sin embargo, estos años sólo sirvieron para crear una etapa de silencio, un paréntesis histórico, que únicamente sirvió para dejar a un lado los mismos problemas que, precisamente, habían llevado a la guerra para seguir continuando como siempre. Este modelo de Transición, de acuerdo a Elena Yeste , permitió que todo el mundo pudiera participar igualmente de él, y de ahí su total éxito: Todos podían sentirse plenamente identificados, [era] el modelo del consenso: a los modernos les garantizaba la supervivencia de su proyecto, vaciado y convertido en pastiche de sí mismo, en pura farsa; a los posmodernos, el cínico reconocimiento de la muerte del referente a manos de un régimen simbólico…A los premodernos anclados en la retórica cristina del franquismo se les da la posibilidad de asirse a la contemplación en el espejo de su resignada inmovilidad por el bien de la patria. E incluso, a los anarquistas y pasotas… que podían disfrutar de su rebeldía y su marginalidad a la vez que alimentan la lógica desparticipativa de que se nutre la recién estrenada democracia (Yeste 8). Lo que sí es cierto fue el hecho de que durante la Transición se renunció, mediante el silencio, a reparar la “dignidad de los caídos a quienes nadie rindió homenaje. Una renuncia política que, amparada en la reconciliación nacional, dejaba intactos símbolos, físicos o no, de la guerra y la dictadura en su afán de no herir sensibilidades ni reabrir heridas” (Rodrigo 210) De hecho, Paloma Fernández Aguilar critica las políticas de memoria del Estado de este periodo por ser totalmente inexistentes. Las políticas de la memoria son, según la autora, “las iniciativas de carácter público para difundir una determinada interpretación de algún acontecimiento del pasado de gran relevancia para determinados grupos sociales o políticos o, para el conjunto de un país” (Aguilar 53) En el caso español, se había hablado de la guerra y se habían hecho estudios al respecto, pero se olvidó todo lo demás: la violencia cometida, las víctimas y su dignidad: todo ello para no tener que señalar a nadie, ni dar nombres, ni reabrir las heridas del pasado. Se dejó a un lado el pasado para afianzar la paz y mostrar una nueva imagen del país: un país estable con todo un futuro por delante. Así se sometió el pasado al olvido en nombre de la reconciliación nacional. No fue hasta el 31 de octubre del 2007 cuando se aprueba en España la ley de la Memoria Histórica, ley por la que “se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura” (el énfasis es mío) Así pues, la reivindicación del pasado histórico en las últimas décadas responde tanto a la libertad constitucional y de los medios de información como a la memoria y al testimonio de las víctimas que se resistió a desaparecer por completo de la historia. La transmisión de los testimonios surge tanto de la necesidad de romper el silencio de la historia como de reconstruir un pasado, algo que dejar a los supervivientes ante la pérdida de continuidad histórica. El enfoque de este trabajo está orientado a las víctimas del silencio, especialmente el silencio de las mujeres encarceladas durante la resistencia franquista, sus circunstancias políticas y su vida: “en aquellas mujeres a las que nunca se les rindió homenaje las que casi desaparecen en el olvido, en ese agujero negro de la historia en el que hemos crecido generaciones posteriores. La prisión y el silencio se romperán por las voces de las mujeres en un intento por recuperar nuestra memoria”. El relato de estas presas políticas, así como el de otras mujeres, nos sirve ahora de intérprete entre un pueblo al que le arrancaron las páginas de su historia y un país que renunció a pedir perdón por sus errores, en un afán por no abrir de nuevo las heridas del pasado, por no querer admitir que la Guerra Civil había sido sólo la justificación de un régimen. El hablar de nuestra historia más reciente equivale a “deconstruir la imagen perfecta de la transición española” en palabras de André-Bazzana, ya que pone en evidencia la renuncia de todo un pueblo a querer saber y a su deseo de olvidar. Estos testimonios son una llave para entender la Guerra Civil española: una guerra que nunca fue nuestra, sino de nuestros padres y nuestros abuelos. Ahora los hijos y los nietos protagonizan la memoria mediante testimonios históricos sobre el hambre, la represión, la guerrilla antifranquista (maquis) y especialmente los acontecimientos históricos de mujeres encarceladas, como el de “Las Trece Rosas” Durante los primeros meses de la Guerra Civil (1936-39) la mujer se convirtió en un símbolo de lucha contra el fascismo. La imagen de la mujer heroína enfundada en uniforme y con el fusil al hombro les hacía portadoras de los mismos derechos que tenía el hombre. Algunas mujeres lucharon en el frente junto a los hombres y muchas otras se unieron a la retaguardia para ayudar desde allí como podían. Su decisión de lucha estaba motivada tanto por defender la Segunda República como por salvar los derechos que había adquirido durante ella, de modo que muchas mujeres se unieron por la misma causa desempeñando un papel decisivo en la resistencia al régimen. Sin embargo, pronto empezarían las detenciones por parte del gobierno franquista. Algunas mujeres estaban embarazadas en el momento en que fueron detenidas; muchas de estas mujeres eran ya madres y esposas que fueron encarceladas junto con sus hijos; muchos de los niños sobrevivientes de aquellas condiciones fueron separados de las madres bajo la tutela del Estado e ingresados en centros de asistencia y escuelas religiosas. Con hijos o sin ellos su situación era terrible, debido a las condiciones de las cárceles, el hacinamiento y las enfermedades, que provocaron la muerte de muchas mujeres y niños. La represión del gobierno franquista en Madrid llevó a la cárcel a miles de mujeres, llegando a albergar a más de 14.000 presas durante la posguerra . Con este número de mujeres, pronto desaparecieron entre las reclusas las ventajas con las que la prisión de Ventas en Madrid había sido construida. Fernández Holgado comentó en su libro Mujeres encarceladas en la prisión de Ventas: de la República al franquismo, 1931-1941 que esa vida en la cárceles era como vivir en el infierno, una vida de horror en las que no sólo el hambre y las injusticias del régimen sino también las enfermedades contagiosas, la falta de medicamentos y de higiene, acababan con las reclusas y con sus hijos: Ventas, concebida para albergar un máximo de 500 reclusas se vio desbordada por más de 3.500 ingresos, casi todos políticos, y eso que el franquismo siempre negó su existencia puesto que a los vencidos jamás se les aplicó ni los beneficios militares ni políticos, aunque siempre fueron distinguidos de los delincuentes comunes según la legislación franquista. Si éstas eran las causas de ingreso no debe extrañar el trato y las condiciones higiénicas sufridas: 84 fusiladas documentadas, incluso algunas de ellas embarazadas -el autor asegura con razón que la cifra queda corta- y menores de 21 años-siete de las Trece Rosas-, 81 muertes por enfermedad, un suicidio (p. 226), ausencia de agua potable, partos sin asistencia médica, hasta 13 reclusas compartiendo celdas diseñadas para dos, mujeres abarrotando escaleras, pasillos, duchas; menores de edad mezcladas con ancianas, ratas por doquier, etc. Todo ello repercutía incluso en la alimentación, ya que la cocina debía funcionar a turnos y por supuesto la dieta resultaba terriblemente pobre y escasa tanto en contenido como en calidad (Fernández Holgado). En Madrid, las autoridades franquistas crearon una penitenciaria para madres lactantes, disponiendo a su disposición de los hijos de de las presas que sobrevivían en las más ínfimas condiciones, hacinadas, sin atención médica y sin derechos. Y también, como contó la presa Esperanza Martínez sobre la prisión de Ventas: Creo que los primeros momentos fueron los peores para los hombres, pero también para las mujeres, porque las mujeres no solamente eran fusiladas sino que también eran violadas, morían de hambre… hay que pensar en la cárcel de Ventas… cómo sufrían las madres cuando dejaban morir a sus hijos porque se negaban a denunciar (Almeda). Muchos de los niños sobrevivientes de aquellas condiciones fueron separados de las madres bajo la tutela del Estado e ingresados en centros de asistencia y escuelas religiosas: No hay duda posible sobre la intencionalidad política de sustracción de niños o niñas por parte del régimen del general Franco, los mismos responsables se ocuparon de proclamar sus razones: miles y miles y de niños han sido arrancados de la miseria material y moral; miles y miles de padres de esos mismos niños, distanciados políticamente del nuevo Estado español, se van acercando a él agradecidos (Vinyes). Las mujeres con experiencia política adquirida durante los años de guerra se percataron la situación a las que el régimen quería someterlas: “por una parte quieren obligarnos a vivir en la porquería, por rebajarnos, por hacernos sufrir. Pero, sobre todo, busca enfrentarnos unas con otras, por un vaso de agua” Para poder sobrevivir, las presas unieron sus esfuerzos en una lucha por los alimentos y la higiene. La higiene entre las mujeres era de extrema necesidad en las cárceles. Entre ellas, debían hacer turnos en largas colas, que en Ventas duraban toda la noche, para poder utilizar las duchas. Faltaba el jabón y el agua se congelaba por las bajas temperaturas. Las mujeres carecían de paños higiénicos. No obstante, las mujeres permanecían activas en prisión y se organizaban familias cuidando unas de otras en todas sus necesidades. Es precisamente esta hermandad entre las presas las que permite su supervivencia. Entre ellas existe un código de entendimiento mutuo que las hace ser como miembros de una misma familia hermandad dentro de las cárceles, a la vez que subvierten la imagen de que la mujer es un ser débil. El historiador americano James Preston resalta la brutalidad del régimen franquista, especialmente con la mujer roja, “a las que se les sometía una vez denunciadas: el rapado de cabeza, con la intención de despojarlas de su feminidad, o la ingestión de aceite de ricino” Preston describe el sistema de prisiones durante Franco como un lugar anárquico, degradante y tiránico: “The Francoist prison system was chaotic, improvised and utterly arbitrary(…)Hundreds of thousands who escaped the random killing were kept in conditions of extreme degradation in prisons and concentration camps”(Preston 308) El cinco de agosto de mil novecientos treinta y nueve trece mujeres, la mitad menores, fueron ejecutadas ante las tapias del cementerio del Este de Madrid: “Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermano y papá al otro mundo, pero ten presente que muero por persona honrada. Adiós madre querida, adiós para siempre. Tu hija que jamás te podrá besar ni abrazar…Que no me lloréis. Que mi nombre no se borre en la historia”. Estas fueron las últimas palabras de Julia Conesa de 19 años de edad. Esta mujer lo sabía, porque ya le habían juzgado el día anterior en el tribunal de las Salesas: “Reunido el Consejo de Guerra Permanente número 9 para ver y fallar la causa número 30.426 que por el procedimiento sumarísimo de urgencia se ha seguido contra los procesados…responsables de un delito de adhesión a la rebelión…Fallamos que debemos condenar y condenamos a cada uno de los acusados…a la pena de muerte” (Huete Machado). Trece mujeres, sietes de ellas menores de edad, que entonces estaba establecida en 21 años, fueron fusiladas por la represión franquista. Su único delito era: “ser rojas”. El verano de 1939 fue un verano sin precedentes en la Historia Española: glorioso para los vencedores del régimen y desolador para los vencidos; un ambiente de ruinas, polvo y muertos, en donde el régimen alzaba orgulloso la bandera española. Junto al orgullo de los vencidos se extendía la represión del régimen en todos los sectores de la población. En este verano Franco declaró: Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior, perpetuamente fiel a sus caídos, España, con el favor de Dios, sigue en marcha, una, grande, libre, hacia su irrenunciable destino…Juro aplastar y hundir al que se interponga en nuestro camino (Franco). Empezaron las detenciones y las torturas en las cárceles a diario, especialmente en Madrid. La gente tenía miedo, miedo a ser señalada y delata por los vecinos, los amigos o los mismos familiares. Había desconfianza en todas partes, se hablaban las cosas a medias, se caminaba deprisa y con la mirada baja. Fueron unos tiempos terribles y muy tristes. Después vinieron los fusilamientos, incluso de mujeres, por rojas, por revisionistas, por marxistas o porque sus familiares eran del bando republicano: Un escarmiento, eso dijeron que buscaban cuando fusilaron a estas mujeres. Y les cargaron en las costillas el atentado al comandante Isaac Gabaldón, encargado del Archivo de Masonería y Comunismo. En un coche iba con la hija, una niña de diecisiete años. La niña, el padre y el conductor murieron a balazos en la carretera de Extremadura…Tres muertos. Y quisieron veinte por uno. Sesenta jóvenes de las Juventudes Socialistas Unificadas fueron juzgados y condenados por atentar contra el Movimiento Nacional Triunfante. Un escarmiento, y en dos días los llevaron a todos a la tapia. (La voz 193-94) 13 mujeres y 43 hombres murieron ejecutados en las tapias del cementerio de las JSU. Las Juventudes Socialistas Unificadas nacieron en 1936. Su presidente, Santiago Carrillo con el intento de defender la libertad y la República. Formada por jóvenes españoles, la organización tenía mucha fuerza cuando comenzó, pero en 1939 se encontraba casi desecha. Sus líderes habían sido aniquilados, encarcelados o exiliados, lo mismo que sus seguidores. Los miembros que quedaban no tenían ya valor para reorganizarse. Las Trece Rosas de la JSU se llamaban Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffitte, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa. Eran modistas, pianistas, amas de casa, algunas afiliadas a las Juventudes Socialistas. (Huete Machado). Algunas de estas mujeres se habían incorporado durante la República a la política y a los sindicatos. Afrontaron los mismos peligros que sus compañeros los hombres y además, en la retaguardia, cuidaron de los enfermos y de los niños, a la vez que trabajan para poder vivir. Después, durante la posguerra, sirvieron como enlaces y mensajeras pero el avance de las tropas franquistas hizo que estas mismas mujeres tuvieran que desplazarse de un lugar a otro igual que los hombres. Francia y Méjico fueron dos de los países que más acogieron a los republicanos españoles desde 1939 hasta 1977. En un artículo sobre el libro De la Resistencia y la deportación de Neus Catalá se analiza el testimonio recopilado en el libro de cincuenta mujeres españolas que fueron partícipes del exilio:“las muchachas de la JSU nos incorporamos de mil y una maneras al combate. No fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en detectar el peligro dependía a veces la vida de decenas de guerrilleros”(Catalá). Catalá nos narra que estas mujeres se incorporaron a las filas de la Resistencia cuando Francia fue ocupada por los nazis en mayo de 1940. Hicieron de enlaces, transportaron correos, mensajes y armas y dieron refugio a los perseguidos por la Gestapo y la Milicia francesa: “cuando entrábamos en la Resistencia éramos conscientes del peligro. Teníamos un 90% de posibilidades de caer. Pero caía uno, y sabíamos que diez nos remplazarían (...) Como las demás, cumplí sencillamente con mi deber. Me llamaron y respondí” (Catalá). Muchas mujeres murieron ejecutadas por su trabajo en la resistencia, luchando en los montes junto a los maquis y otras fueron torturadas. Otras siguieron el trabajo de la lucha contra el régimen desde sus casas, mientras cuidaban de sus hijos. Las mujeres más jóvenes se vieron envueltas en el transporte de municiones, dinero y cartillas de racionamiento. Iban a pie o en bicicleta para no ser vistas en sitios públicos como tranvías y autobuses. Así, si tomamos a la mujer como punto de referencia, sería interesante notar cómo estas mujeres representan el ideal de la República y de la libertad. Entre ellas existe el deseo de sobrevivir para poder hablar, para contar la historia. Su conciencia está desarrollada para sobrevivir más allá de los limites sociales establecidos y, por eso dan cuenta de todo lo que sucede a su alrededor. Contar la historia es necesario para poder vivir, para no caer en el anonimato de la memoria española. El poeta asturiano José María Álvarez Posada escribió a modo de homenaje: “Sin ellas, bien lo sabes, nosotros los valientes, los heroicos guerrilleros, nos hubiéramos hundido moralmente más de una vez…” (Álvarez Posada). Desgraciadamente, acabada la Guerra Civil en 1939 empezará a registrarse de nuevo el discurso antifeminista del régimen que retoma los valores tradicionales de la familia, la maternidad, el hogar, la religión y la obediencia al régimen como consignas típicas femeninas. Los nombres de republicanas como Victoria Kent, Margarita Nelken, que defendieron el matrimonio civil y el divorcio, o Federica Montseny, que cuando era ministra de Salud firmó la legalización del aborto, solamente volvieron a ser mencionados en la postguerra para ser presentados de forma negativa, a la que ninguna mujer debería parecerse. En su lugar, se intentó reducir a las mujeres al papel de madre y esposa, se les exigió un carácter sumiso y fueron condenadas a una existencia secundaria: “La primera idea de Dios fue el hombre”-dice un panfleto falangista de la época. La Sección Femenina, a través de su fundadora Pilar Primo de Rivera, les aseguró que el temperamento femenino se manifestaba en dos únicas virtudes, “la abnegación y el silencio”, y les dio una consigna tres veces inquebrantable: “Vosotros no tenéis que tener más que obediencia, fortaleza y fe.” (Mala gente 91) Por ello declara Chacón: “La mujer perdió dos veces. Perdió la guerra civil y perdió los derechos civiles que había logrado durante la República. En el primer caso, perdieron las mujeres republicanas, en el segundo, las dos, tanto republicanas como nacionales, porque fueron relegadas al ámbito doméstico” . La memoria del pasado no es sólo la memoria de los vencedores, la memoria oficial de los libros, aquella que tiene nombres en plazas y calles, sino la de los vencidos, aquella que ha quedado oculta, callada, en un segundo plano, la otra historia, la historia no oficial. Mucha de esta información es ahora confusa, y carece de orden transformando así la misma historia. Es muy probable que la historicidad de una parte de estas historias, basada en los testimonios orales, pudiera ponerse en duda. Pero a cambio, la historia de la Guerra Civil española gana al menos en interés y en adictos al tema, que cada vez más se interesan en el pasado por mucho tiempo ignorado y silenciado. España ha perdido durante muchos años su historia, pero la historia se ha ordenado por si sola para que todo el mundo pueda ahora conocerla, especialmente la historia de las mujeres protagonistas de la Guerra Civil Española. OBRAS CITADAS André-Bazzana, B. Mitos y mentiras de la Transición. Madrid: El Viejo Topo, 2006. Argul, Sergio.”Lugares de memoria y transición española”. <http://biblioteca2.uclm.es/biblioteca/ceclm/websCECLM/transici%C3%B3n/PDF/04- 01.%20Texto.pdf> Beverly, John. Del Lazarillo al Sandinismo: Estudio sobre la función ideológica de la literatura española latinoamericana."Anatomia del testimonio". Minniapolis: The Prisma Institute, 1987. Chacón, Dulce. La voz dormida. Madrid: Santillana, 2002.___________"Las mujeres perdieron la guerra dos veces". Noviembre, 2005<http://www.perso.wanadoo.es/guerracivillcc/dulce.pdf> ___________"La historia silenciada". 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MªCarmen Estévez-Sherer