Hace falta un muchacho

Los libros que sentaban entonces (época franquista) cátedra sobre la guía del adolescente eran, entre otros, El muchacho español, de José Mª Salaverría, y, sobre todo, el libro de Arturo Cuyás Armengol, titulado nada más y nada menos que Hace falta un muchacho, subtitulado precisamente “Libro de orientación en la vida para los adolescentes”. En la “Advertencia de los editores de la cuarta edición” puede leerse: “Favorecido con la aprobación de la autoridad eclesiástica, ha sido adoptado como libro de lectura por los Marianistas, Maristas, PP. Escolapios y Hermanos de la Doctrina cristiana. También ha sido adoptado por muchos colegios particulares y escuelas públicas, y ha obtenido la distinción de ser declarado de utilidad por Real Orden de conformidad con el dictamen del Consejo Superior de Instrucción Pública.” Y en cuanto a la dedicatoria del autor, no puede ser más elocuente: “A la juventud hispana, que en inteligencia es rica, con amor, fe y esperanza en ‘mañana”.¿Y cuál es el propósito fundamental del libro? En la Introducción el autor nos lo dice: “Se trata en él de formar el corazón, educar la inteligencia, despertar la voluntad y modelar el carácter de los muchachos en el periodo de la adolescencia; inculcarles el amor al trabajo, estimular su atención y aplicación al estudio; infundir en su alma los tres amores, a Dios, a la Patria y a la familia; imbuirles sentimientos de caridad y de altruismo; fomentar su aspiración a elevados y nobles ideales; encarecerles la necesidad y las ventajas de la perseverancia; en una palabra, preparar su ánimo para combatir con inteligencia y con valor en la lucha por la vida, y hacer de ellos hombres de provecho, leales amigos, honrados vecinos y buenos ciudadanos.” Y en los diversos apartados del libro se persiguen esas intenciones con razonables consejos del autor, apoyados por innumerables experiencias y escritos de célebres personalidades de las artes, de la filosofía y de las letras españolas y extranjeras. Campoamor, para alabar “la inmensa fuerza de la mente humana; Ventura Ruiz Aguilera, para recordar que el destino del hombre es luchar siempre, “y al que impávido lucha con fe ardiente, / le da la gloria su laurel divino”; Juan Rufo, para aconsejar en memorables redondillas a su hijo el camino que debe seguir en la vida: “Sabe, hijo, que si vas / por el derecho camino, / un espíritu divino, / un ángel parecerás” ..., ya que, como dice al concluir, “la vida es largo morir, / y el morir fin de esa muerte; / procura morir de suerte / que comiences a vivir”; Ovidio, para hablarnos de la amistad : “Como el oro se prueba con el fuego, así la fidelidad de un amigo se conoce en la adversidad”; Martínez de la Rosa, para preguntarse sobre cuál sea el secreto de la Patria: “¿Cuál es tu magia, tu inefable encanto, / oh, Patria, oh dulce nombre, / tan grato siempre al hombre?” A veces es el propio Cuyás quien ayuda a reflexionar al lector sobre lo mismo: “Hazte cargo de que la Patria es la extensión del hogar; es el Hogar de todos los hogares; es la suma de todas las familias que componen una nación”. Y otras veces es el Romancero del Cid el que habla de solidaridad: “Que de un edificio grande, / si se le rompe una piedra, / por solo su desencaje / se suele venir a tierra”; Ovidio, de la voluntad y la perseverancia : “Las gotas de agua horadan una peña, no por su fuerza, sino por la frecuencia con que caen”; R. Browning, del carácter: “Cuando la lucha empieza dentro de uno mismo es cuando el hombre vale algo”, lo mismo que Goethe : “El talento se cultiva en la soledad; el carácter se forma en las tempestuosas oleadas del mundo”; Ruiz de Alarcón, de las consecuencias de la mentira: “De aquí, si lo consideras, / conocerás claramente / que quien en las burlas miente / pierde el crédito en las veras”; Ercilla, de las honras: “Y las honras consisten no en tenerlas, / sino sólo en llegar a merecerlas”; Cervantes, de la ambición: “Ambición es, pero ambición generosa, la de aquel que pretende mejorar su estado sin perjuicio de tercero”; Antonio Trueba, del trabajo: “—Caballito que sudas / uncido al carro, / dime: para que el pelo / te brille tanto, / ¿cómo te las compones? /--¿Cómo? Sudando”; Salomón, de la pereza: “La mano perezosa, pobreza es; la que sabe obrar, la mano industriosa del trabajador, ayunta y alcanza riquezas”; la Epístola moral a Fabio y Bécquer, del tiempo de que disponemos para vivir y obrar bien : “¡Al brillar un relámpago nacemos, / y aun dura su fulgor cuando morimos! / ¡Tan corto es el vivir!” (de este último), y un largo etcétera para ilustrar los diversos capítulos de Hace falta un muchacho. Sin embargo, es curiosísimo, y sin duda un documento precioso para valorar la época de que hablamos, el apartado que trata de los libros que deben leerse. He aquí algunos consejos y afirmaciones que se hacen a lo largo de él: sobre la selección de libros: “Debes poner tanto cuidado en la selección de los libros con que vayas formando tu pequeña biblioteca, como en la de los compañeros que frecuentes como amigos”; y un poco más adelante: “Rodéate únicamente de hombres superiores. Escoge las obras de aquellos genios y pensadores que puedan enriquecer tu entendimiemto y elevar tu espíritu.” Acerca de la influencia de los clásicos: “¡Homero, Plutarco, Platón, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes! Todos estos genios han dejado obras imperecederas, amodo de faros inextinguibles que sirven de guía a la humanidad. Así como en las carreras de antorchas que se celebraban en la antigua Grecia los corredores las pasaban de mano en mano, cuidando de que no se apagasen, esos grandes genios han matenido siempre viva la llama del entendimiento a través de las edades.” Sobre los requisitos que deben tener los buenos libros: “Para que un libro te sea provechoso conviene que su lectura te interese, que te haga pensar y que te mueva a ser mejor de lo que eres.” Acerca de la lectura de la poesía y de los poetas: “No desdeñes la lectura, de vez en cuando, de los buenos poetas. Son espíritus videntes que a menudo revelan muchas cosas que se ocultan a las inteligencias comunes. La lectura de una buena poesía es un entretenimiento agradable a la par que instructivo, porque la ‘ciencia de la poesía –dice Cervantes—encierra en sí todas las ciencias, porque de todas se sirve, de todas se adorna y pule, y saca a luz sus maravillosas obras con que llena el mundo de provecho, de deleite y de maravilla”. Sobre la diferencia que existe entre el versificador y el verdadero poeta: “No en todos los libros de versos se encuentra la poesía; por lo tanto, al escoger esta clase de obras pon cuidado en no confundir el versista con el verdadero poeta. Lo que te diga el primero sólo halaga tu oído; lo que el poeta te diga te hará sentir muy hondo y pensar muy alto; porque los poetas, según la frase de un bardo inglés, ‘aprenden sufriendo lo que enseñan cantando”. (Del libro inédito La literatura en la época franquista)

 

Esteban Conde Choya

 


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