LA SOBRIEDAD INTERIORIZADA. Crítica de "El caracol dorado", de Dionisia García (Renacimiento, Sevilla, 2011).

Dionisia García ha escrito un libro precioso y útil.             Sabiamente modulado, el eje de este “caracol dorado” progresa en dos partes: una primera (“Confidencias”) a manera de notas de un diario de poeta, y una segunda (“Artificios”) compuesta de aforismos de extraordinaria                belleza, que ofrecen un compendio de sabiduría para este tiempo nuestro y para todos. El libro es doblemente útil, pues se puede leer como un manual práctico de autoayuda para adquirir lucidez y serenidad; y, además, aporta “herramientas de trabajo” (como se dice hoy de toda propuesta de valor), herramientas de estilo para escritores y artistas.

Dionisia García, albaceteña, afincada en Murcia, vio la luz en 1929: año de crisis como 2011, en cuyo final se publicó esta obra, que lleva en su frontis grabada la palabra crisis no solo en sentido histórico, sino, más aún, en el etimológico: crisis como juicio, examen crítico de la experiencia de una vida. Pero, la autora no ha hecho un libro, como las memorias de Baroja, “desde la vuelta del camino”, sino que El caracol dorado está sentido y contado desde el propio recorrido azaroso del camino, en el ir hacia una ancianidad cada vez más lúcida y creativa. (“Adentrémonos en el camino y algo se encontrará”, dice el primer aforismo de “Artificios”). El libro está elaborado (ya en su mismo título) desde la memoria y la plenitud dorada de la inteligencia y la experiencia, pero presenta la frescura de parecer escrito a lo que salga. “Tardíos: algunos individuos, en los últimos años de su vida, gozan de mentes poderosas” (de “Confidencias”, 221). Una mente poderosa también la de Dionisia García, que sabe que “El ocaso se retrasa si se siente mirado” (de “Artificios”, 77)

Esta característica inmediata, expresiva y de perspectiva, da a un libro de aforismos (a priori, seco e intemporal) cercanía y viveza en su lectura. Por otro lado, el libro está contado como al oído del lector, la poesía se desprende con naturalidad del pensamiento y va con naturalidad al corazón y a la reflexión del lector.

El caracol dorado es, ante todo, un homenaje al libro como objeto físico, y, más aún, como una compañía amistosa a la que dejamos presentarse en nuestra intimidad. “Una máquina pretendía entregarme un libro impreso y me negué. Necesito otro gesto: las manos de Diego” (de “Confidencias”, 103). Las manos del librero murciano Diego Marín conocen los intríngulis de todos los libros y no fallan en su consejo sobre el amigo que nos conviene.

El libro de la poeta se editó en la Colección A la mínima - dirigida por el profesor Manuel Neila- de la editorial sevillana Renacimiento; se encuentra en la buena compañía de las “Sentencias” de Antonio Machado y las “Reflexiones” de Vauvenargues. Una nota introductoria de la autora nos presenta al caracol cuyo “rastro” lento atesora el rumor que queda de las cosas, mientras el propio caracol desaparece. “Sólo encontré unas huellas vidriadas, el rastro de un ser aparentemente insignificante”. Confidencias, la primera parte, es, como hemos dicho, un mínimo diario en prosa, donde la anécdota es ocasión para que comparezca un pensamiento poético. La segunda parte adelgaza el discurso hasta afilarse en aforismos poéticos de un vigor absolutamente clásico, precisos y preciosos en su pensamiento y musicalidad. Cada lector podría hacer su personal antología de entre estas perlas. Las que yo he recogido se agrupan en núcleos temáticos: la creación artística y literaria, el ethos del arte, el paso del tiempo, la preocupación por lo humano y el mundo actual en crisis. Pero, destacaría, ante todo, varias sentencias que aluden al campo semántico del atardecer; los presento para destacar cómo la autora logra tratar un mismo asunto desde diversos enfoques.

El aforismo ya citado, y el que más me gusta citar: “El ocaso se retrasa si se siente mirado”, sugiere una estética, una filosofía vitalista, y también una metapoética, clave general del pensamiento del libro: el pensar desde la mirada, que da permanencia a las cosas fugaces. “Nuestros esfuerzos en pos de la verdad y la belleza: los libros amados; el cuadro que nos deleitó; las noches de insomnio para atisbar un punto de luz; el descubrir con desaliento que siempre habrá injusticia. Todo, absolutamente todo, se extinguirá como el leve viento de un atardecer”. (de “Confidencias”, 10). “No ataderzcas porque te quedarás solo” (de “Artificios”, 324). Pero, “Para el humano siempre atardece” (“Artificios”, 16).

El núcleo temático del desasosiego (casi a lo Pessoa) ante el mar incesante de los momentos y estados de ánimo que alejan el sueño de identidad, está en el libro que comentamos, en conexión con el sentimiento generalizado de vacuidad que padecemos en este siglo XXI: “Vivimos una época de disidencias respecto a nuestra identidad de personas”. (de “Confidencias”,160). Por contraste, en la primera sección del libro, la mirada se hace, solo por un momento, nostálgica: “Una naranja era el mundo. La manteníamos en nuestras pequeñas manos sin saber qué hacer”, (de “Confidencias”, 202). “Un carpintero era el hombre que olía a madera y la doblegaba según la necesidad”, (de “Confidencias”, 163).

El pensar-mirar, clave filosófica y poética, aporta otro nudo del libro: “El arte de mirar mejora lo mirado” (“Artificios”, 82). “¿Qué sería el mundo sin nuestra mirada?” (“Artificios”, 463) “Asomarse a la calle y caminar con la variedad, vivifica nuestro ánimo, si estamos hechos al bien mirar”. (“Artificios”, 142).

Los núcleos temáticos o nudos de la madera del libro se comunican: la llamada a la contemplación sosegada es otro centro del libro: “La contemplación de un árbol requiere toda una vida” (“Artificios”, 228). Escuchemos: “Hojecen despacio los árboles y se desnudan precipitadamente” (“Artificios”, 88). “Oír el susurro de los libros en una tarde soledad y paz, es casi tocar el cielo” (“Artificios”, 136).

Apelación al sosiego, que no significa conformismo ni autoencantamiento: “No denunciar la barbarie es contribuir a ella”, (“Artificios”, 257), porque, “Quienes gobiernan la polis se instalan como en casa propia, y les cuesta salir” (“Confidencias”, 183),

Por lo que, ya no con la nostalgia de una autenticidad perdida, sino con el “ethos”que Dionisia García va dibujando en su libro -con suave beligerancia, si quieren, mas con firmeza frente a la pasividad estética en la que se conforma el escritor mediocre-, denuncia: “El pasar machadiano se ha convertido en precipitación” (“Artificios”, 470). “En este siglo XXI la provisionalidad nos acecha. Lo mejor es quedarse fuera, ¿pero dónde?” (“Artificios”, 110). “Demasiados fashionistas, demasiada atención a la exterioridad.¿Y dónde la sobriedad interiorizada?” (“Artificios”, 275).

“La sobriedad interiorizada” es un mantra, una receta anticrisis, una herramienta de estilo, una poética, y también un “ethos”: una palabra de sabiduría para este tiempo y para todos. Porque ¿cuándo el poeta no lo ha sido en un tiempo de miseria? “Para qué poetas -dijo Hölderlin- en tiempos de miseria? Pero son (dices) como los que saben el oficio del dios de las viñas,/ que, en la noche sagrada, vagan errantes de un lugar a otro”. De uno en otro transforma el dios Dionisos a sus fieles, con un vino que embriaga y no da pena, que diría san Juan de la Cruz. Sobriedad que el alma aligera es el estado previo de pureza para que pueda darse esa transformación, a la que dedica Dionisia García su libro. Cómo estaremos de intoxicados que ni siquiera podemos entrar en nosotros mismos, menos en un Dios.

Pero la autora afirma su convicción más íntima, su esperanza, válida para otro ser humano: “Mientras existimos somos guiados, a pesar de las apariencias” (“Artificios”, 304). “Para buscar a Dios hay que meterse en Él” (“Artificios”, 307). Nos desea suerte en nuestra búsqueda: “Piero della francesca le deseaba suerte a sus personajes antes de pintarlos” (“Artificios”, 334).

Piero della Francesca, el pintor de la luz espiritual, de la interioridad, es otro leit-motiv del libro. Representa un centro interior de energía: “Traspasar el “umbral” es comprometerse a hacer el camino y ahondar en su seguimiento, en el intento de encontrar la luz”. (“Artificios”, 169). Desde el anhelo hacia el allí-ser otro se comprende el artista, el ser humano: “El Arte no se comunica, se deja para quien lo sepa encontrar” (“Artificios”, 5). “Entrar en las cosas del espíritu requiere tiempo pausado. Finalizada la tarea, volver a empezar”.(“Artificios”, 315). Y así, hasta el último aforismo del libro: “En el otro mundo me gustaría caer en el apartado de aprender...”.

En fin, El caracol dorado sugiere más nudos temáticos, unidos por el hilo sutil de la ironía. Como recuerda su autora al traer un pensamiento de Wislawa Szymborska, la Premio Nobel de Literatura en 1996, fallecida recientemente: “Si el yo irónico desparece, escribiré muy malos poemas” (“Confidencias”, 125). La ironía metaliteraria, sobre la propia escritura aforística, vuelve aún en el penúltimo pensamiento del libro: ”El genero aforístico va y viene sobre nosotros, pasea nuestras rutas y, a veces, se escapa sin estrenar”. Entre medias, nos deja el tesoro de este libro.

Fulgencio Martínez

 

 


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