NIÑOS FEROCES- DE LORENZO SILVA

Confieso que entré a leer “niños feroces” con bastante prevención a la vista de su prefacio. Las historias recontadas, en principio, sólo me atraen desde su exégesis, desde las razones de recontarlas; y en este caso, la razón esgrimida por el último narrador era sólo el defecto de historia que contar. Enseguida descubrí que era un recurso literario como otro cualquiera, y que además le proporcionaba una especie de filtro de seguridad al propio narrador, y una excusa por mor de ser un encargo. No hay historia sin escritor, pero especialmente mucho menos al revés, pues no basta saber y querer contar si no hay algo que merezca ser contado, y eso, además, o está interiorizado o se queda en una crónica, en una mera interpretación. También encontré un cierto paralelismo, “mutatis mutandis”, con otro libro del autor. Me refiero al “El blog del inquisidor”. La misma introspección en el protagonista, como reencarnado, para llegar a una verdad moral. Mejor, para darnos a conocer su verdad. Cuando leí “el blog…” llegué a pensar si ese recurso no sería una manera de trabajar en el alambre, pero con red. Aquí lo utiliza mediante un intermediario. En un momento de la lectura me pareció que lo importante no era tanto lo que se contaba sino la forma de contarlo, lo que daba sentido al recurso. La historia del divisionario azul era el cañamazo sobre el que ir añadiendo más dibujos a través de una forma fragmentada, como variaciones de un mismo tema: El sinsentido de la guerra que, siempre, en todo caso, utiliza niños o adolescentes como carne de cañón, manipulados por poderosos en su locura, carentes de toda ética y razón. Como si, éstos, dueños del gran teatro de mundo, manejaran la guerra siempre a través de niños, marionetas con corazón. Silva no se atreve a más. No mete el bisturí más a fondo. Solamente los pone delante del sinsentido y les pregunta cómo ven ese horror después, qué pueden decir. Como hombres que se creen superiores al resto de los mortales, como semidioses, les resulta muy fácil justificarse en el cumplimiento de un deber inexorable que el destino les ha atribuido. No conocemos a nadie que haya ordenado iniciar una guerra y al final reconozca que se equivocó en la orden y pida perdón. Quizás en la ejecución. Los protagonistas de la historia, que son los que sufren y mueren, sí llegan a la conclusión de haber errado su vida y su muerte. Tiene razón Benjamín: Todo ruina sin saber exactamente porqué Hay un aspecto al que la novela se asoma tangencialmente. Nos enseña la vida y milagros del niño guerrero activo, del que desea a toda costa prenderle la mecha al cañón, pero qué pasa con aquel que tiene que defender su vida, y la de su madre y la de su hermana frente al niño depredador.¿Qué hacía el niño del lanzagranadas al borde del camino que ha visto morir a sus hermanos en su propia casa? ¿Optó solamente por su vida como el bien más preciado al bajar el cañón? ¿O llevaba a cabo la recomendación del comandante ejecutado en Paracuellos al pedir a su familia que no viviera en el odio pasara lo que pasara? Lorenzo Silva en “Niños feroces” no juzga si la guerra es justa o injusta, sino el sinsentido de que siempre sean los niños quienes las hagan. Me ha gustado la novela. Tanto, que me ha robado horas de sueño. Y es que Silva es un gran fabulador, y cuenta muy bien, aunque a veces uno lo pierda entre tanta oración subordinada.

Bárbara Fernández Esteban