Una lectura de: El corazón a contraluz, de Patricio Manns.
¿Cómo leer El corazón a contraluz? ¿Cómo una novela histórica? ¿Cómo una ficción verbal? ¿Cómo un entrecruzamientos de tipos textuales tales como informes, crónicas, diario íntimo? ¿Cómo la extensísima descripción de una imagen, una fotografía que resulta espeluznante por cruel y obscena a los ojos horrorizados de quien se dispone a narrar ? ¿Cómo una historia de amor, incomprendida e incomprensible, por resultar extraño y paradójico que en medio de tanta abyección el amor tenga posibilidades de ser? O quizás como un juego narrativo de contraposiciones y dicotomías? Creo que la obra permite todos estos abordajes y aún más, si pensamos en las referencias intra y extratextuales que se plantean en el decurso de la narración. Pero estimo que uno de los puntos más interesantes para ser pensados refiere justamente a esta última posibilidad de abordaje, en la que se observan las contraposiciones de sentidos como un elemento constructivo del propio discurso. A grandes rasgo podríamos indicar que El corazón a contraluz presenta la oposición de dos mundos: el mundo malsano y corrompido de los “exploradores” genocidas de Tierra del Fuego y el mundo edénico y mágico de la raza autóctona, los selknam. Sin embargo, esta contraposición no persigue la mera descripción del enfrentamiento entre la imagen de los vencedores y los vencidos, sino el lugar que ocupa la memoria en estos polos opuesto, y como de la construcción de la misma se desprenden las características esenciales de los actores que integran uno y otro extremo. El mundo corrompido puesto en evidencia en el escenario devastado por el crimen en Tierra del Fuego, no es sólo el mundo de la violencia, de lo abyecto, sino también el lugar de la desmemoria, o lo que es mejor decir, de la no-memoria. Tanto Iuliu Popper, como sus hombres, no pueden reconstruir un pasado. En el caso del explorador, éste se compone de fragmentos borrosos de vida que han dejado impreso en él, el mal recuerdo de la vergüenza, el rechazo y el trauma. Convertido en “ciudadano del mundo”, Popper viaja para encontrarse, reconocerse y recordarse, pero de cada uno de sus viajes, de cada uno de los lugares que conoce adquiere sólo una porción más de falsedad que constituyen su personalidad, tanto es así que el narrador nos lo resumirá hacia el final de la novela como: El capitán Julio Popper, héroe de la pacificación de la Isla Grande de Tierra del Fuego, remodelador de la cubanísima Habana Vieja, constructor de un puerto en Nueva Orleáns, vecino mexicano de José Martí, asiduo del círculo de los Parnasianos, codescubridor de la poesía de Arthur Rimbaud, pasajero legal de un barco de guerra capitaneado por Pierre Loti, primer lector de la trilogía Crónica de los escitas, del escritor siberiano de Irkust, Victor Berkoff, redactor de una enigmática correspondencia destinada a Théodor Herzl, público renegado de su raza y de su pueblo…. Iuliu Popper es denominado de muchas otras maneras: el caballero orógrafo, el aventurero rumano, el conquistador alterable, el desvalido Rey de Tierra del fuego; pero ninguna termina por describirlo completamente. Asimismo, sus hombres, los verdugos, “los recolectores de orejas”, también carecen de pasado, de memoria, porque ésta se ve impelida a bloquearse, porque el accionar de los verdugos exige la desmemoria, por tal motivo, estos “soldados” harapientos, desdentados y predispuestos a los más aberrantes crímenes, practican “el arte de reconstruir ciudades en sus cabezas”, pero estas son sólo ilusiones, están hechas de humo y funcionan como un anclaje a la realidad mientras están de imaginaria: “Las piezas que componen el pasado son nada más que rompecabezas de humo. Y es por tal motivo que el imaginaria veía desfilar (…) los restos petrificados de la totalidad de lo que creía atesorar como suyo, y que no era otra cosa que un empecinado desarrollo tumoral en el maduro espejismo del inconsciente.” (P. 61) Carecer de pasado los llena de valentía a la hora de la práctica del exterminio, y en el caso de Popper, desentenderse de todo aquello que lo ate a un recuerdo, lo vuelve “invencible”. Frente a este ejercicio de la desmemoria se encuentra el pueblo selknam, encarnado en el cuerpo de Drimys Winteri, que en su oficio de chamana pierde los límites del mismo para convertirse en pura energía, magia y recuerdo. La tierra habla en y por el cuerpo de Drimys y describe así su pasado edénico, y mantiene viva la memoria de los suyos, que la identifican y la ennoblecen (“El pórtico de la potencia y de la magia”) y la hacen eterna. En cambio, los verdugos se inventan una historia de ciudades de humo, y lo único que los hermana es el horror que ellos imponen, y fuera de ese sistema de abusos, dejan de existir. Pero Drimiys es la herencia de su tierra y es la depositaria de los saberes mágicos de sus ancestros: ella “es”. Esta posibilidad de “ser” está dada por el reconocimiento de la pertenencia a un espacio geográfico determinado, aquel que funcionará como el continente del recuerdo que dará identidad al hombre. Drimys lleva en ella esta imagen “Mi cuerpo no sueña con una historia porque yo tengo un cuerpo sin historia” (P. 42) dice la indígena de los cabellos blancos, y en esta bella frase se cierra la idea de que no es la Histoia (con mayúsculas), aquella de la que da cuenta la historiografía, la que puede sellar (o erigir) un pasado, sino la que se constituye como parte esencial del ser. Drimys pertenece a la historia de los vencidos, y ésta no puede ser narrada más que por los vencedores para ingresar en los anales, sin embargo hay otra historia que subyace y es esa de la que viene a dar cuenta este personaje. En el otro extremo se encuentra Popper, encarnando la historia de la Vieja Europa, llevando consigo siglos de “civilización”, pero tan vacío, tan lleno de desosiego que sólo puede responder al peso de ese pasado colectivo con la barbarie; y una forma de ser bárbaro también es aniquilar la memoria. Drimys se convierte para El Ingeniero Popper en un espejo deformante que le devuelve el reflejo de todo lo que pudo haber sido y de todo en lo que ha fallado. Signado por una impotencia sexual que lo vuelve impotente sentimentalmente, para el genocida la indígena “representaba más un sentimiento de culpabilidad que un objeto de pasión sexual” (P. 145), pero esta culpabilidad no es sólo el reconocimiento de sus crímenes, el recuerdo del genocidio, sino también la pérdida de sí, del hombre que traicionó y rechazó a su raza, a su religión y a su familia. Popper ha cortado sus raíces y Drimys le muestra las suyas cada vez más profundas y ramificadas, aún pese al exterminio. Ella encarna la memoria y él, la incertidumbre: “-¿Nunca has querido partir, evaporarte, perderte de vista y de sonido, desaparecer en el horizonte del mar o de la tierra? -No. Yo siempre he querido volver. Tú lo sabes, a mí me arrastran lejos y yo vuelvo, y luego me arrastran más lejos todavía de más lejos vuelvo una y otra vez. Digamos que yo estoy mirando hacia atrás y tú estás mirando adelante” (P. 251) Así, este juego de opuestos se vuelve complementario, dicotómico. La indígena políglota, se vuelve la pieza fundamental para narrar el horror, puesto que la descripción de éste sin la presencia fantástica de este personaje devendría en mera mostración de la abyección, sin embargo el “acontecimiento” del genocidio de los onas es “puesto así ante los ojos” en el discurso, que quiebra su cronología y mediante la estrategia narrativa de la prolepsis nos muestra que el horror ha sido, es y será. La repetición de la muerte y la violencia ejercida en el hombre por los hombres se convierte en una repetición infinita que se describe mediante la relación tan particular (¿amorosa?) de estos dos personajes.
María Fernanda Olivera