Bolivia Deconstrucciones Diego ROJAS: Los días de La Zona.

Bolivia Deconstrucciones Diego ROJAS: Los días de La Zona.

Buenos Aires: Tusquets, 2025, 306 pp.

Susana SANTOS

Novela última del escritor y periodista argentino Diego Rojas, Los días de La Zona fue publicada en la Ciudad de Buenos Aires en agosto de 2025. El mes y año de la impresión del libro coinciden, fatal, pero artísticamente, con una de las efemérides históricas americanas determinante en esta novela póstuma de ficción ucrónica y futurista. Corresponden al exacto Bicentenario de la Emancipación del dominio colonial español y de la Independencia de la República de Bolivia, declaradas 200 puntuales años atrás el 6 de agosto de 1825. Nueva coincidencia azarosa, o renovado designio cumplido, la acción novelesca de Los días de La Zona se despliega a lo largo y lo ancho de los días de un vertiginoso mes de agosto en una Metrópolis que cuyo nombre revelan desde el comienzo expresivas, suficientes, y pronto abrumadoras señas de identidad inequívoca. Es Buenos Aires, capital de la República Argentina, con el relieve cortante de sus calles, plazas, edificios, monumentos, gentes, clases, poderes y dominaciones. Al servicio de la Geografía acude la Historia. Los acontecimientos conocidos y reconocidos que registra la crónica testimonial y ordena la cronología coetánea corroboran la identificación nacional, dan fe de que los toponímicos y gentilicios son los propios nombres propios de lugares y gentes en una encrucijada no por imaginada menos histórica. Al fin, al fin nos encontramos con nuestro destino sudamericano, mil veces argentino: sí, aquí vivieron, sí, es la ciudad junto al río inmóvil, la misteriosa pero ya, ay, tan poco adánica Buenos Aires. Tan fiel es a las deidades Gea y Cronos Los días de La Zona que se ha ganado el derecho a la infidelidad: el que avisa no traiciona, y el autor Diego Rojas construyó en esta su novela una meticulosa ucronía. Su recreación del orden temporal no procede por aluvión subrepticio de dudas razonables sino que instala, desde la ficción, una certidumbre razonada. La de que todo resultado histórico consiste, sencilla, pero ineludiblemente -complicar o borronear las cosas sirve de poco-, en un ordenamiento de los hechos en su sucesión temporal presentada como encadenamiento causal. Y sin embargo, los mismos acontecimientos pudieron seguir otros recorridos, sufrir otras contingencias, el curso de la historia pudo haber girado una curva antes u otra después –o continuado, rectilíneo, hasta consumar una catástrofe más en un currículum por lo demás opulento en el rubro deplorable. Mi Música de Hierro para tu Raza de Bronce El punto de partida de Los días de La Zona es “Obertura”. Es lo primero que leemos: incluso en las ucronías las cosas empiezan por el principio. Tal el título del breve texto de apertura. Narra cómo la nutrida comandancia del poder se ha reunido para escuchar un discurso de su máximo jefe. Primeras líneas, primer enigma, que define el narrador en tercera persona: “Era la noche del destino”: “Los días habían comenzado”.¿Dónde, para quién han comenzado los días, desde aquel discurso pronunciado en ese recinto? ¿Para el auditorio castrense? ¿O se refiere a La Zona aludida -exhibida- desde el título de la novela póstuma de Diego Rojas? Sin mucha tardanza se despejará esta incógnita, a poco que la lectura avance, en el relato, encontrando más y más pista e indicios. Obertura operática: soundtrack wagneriano y genocidio criollo Obertura es voz del léxico musicológico: es el término que designa el comienzo de una obra musical. Tampoco hay aquí casualidad en la elección de las palabras por el narrador. En su tratado, o panfleto, Musik und Rasse (1932), Richard Eichenauer delineó, sin pereza ni esbozo, parámetros para distinguir qué composiciones musicales eran aceptables y deseables para Alemania, y cuáles quedaban por debajo del estándar mínimo. Los útiles criterios del musicólogo nacional-socialista fueron adoptados por la política cultural del Tercer Reich, y desde 1933 hasta 1945 mantuvieron su inoxidable vigencia. Según era de esperar, las reglas de inclusión/exclusión se barajaban más en lo étnico-culturalista y teológico-político que en lo estético o en lo filosófico. Si Musik und Rasse sirvió para justificar y practicar la cancelación de música, músicos e intérpretes de presunta genealogía judía, en Los días de La Zona, el vocabulario musical, operático, wagneriano pregona, a modo de ruidoso preludio, el programa de ‘desbolinización’ del régimen dictatorial que, aunque casi derrocado en diciembre de 2001, desde el golpe de Estado de 1976 lleva la voz cantante en esa Argentina ucrónica, utópica pero no eutópica. Lisa y llanamente, la propia Solución Final ‘nacional y popular’: el genocidio como liquidación de lo que el poder llama el ‘problema boliviano’. Arias y arios, judíos y ateos, forenses, periodistas y otros clandestinos Sigue el capítulo primero de los 44 que componen la entera novela.¿Quién es el que habla? ¿Quién (nos) canta ‘las cuarenta’ -y cuatro-? ¿Quién relata los sucesos que acumula esa noche de invierno y agosto? “Tal vez, ahora que lo pienso, se trataba de un presagio: no todos los días, y menos un miércoles, sacaban los tanques a las calles”. “Judío ateo”, joven y periodista, Ariel Straiber, conduce su auto de regreso de la Morgue Judicial. Va de copiloto el médico forense Takashi, su condiscípulo del colegio secundario y empedernido fumador de mentolados. Habitualmente, Takashi informa a Straiber sobre muertes, suicidios y crímenes: conocimiento privilegiado y materia prima de primicias periodísticas que publicará la sección Noticias de la agencia ANCLA. Una Agencia de Información Clandestina como la creada y conducida por el escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh, detenido y desaparecido desde el 25 de marzo de 1977. Al final de cada comunicado hecho público por ANCLA, el periodismo susurrado grita con voz altisonante de exhortación cívica: “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: por mail, whatsapp, toda red social, oralmente, en fotocopias. Reenvíe copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el Terror. Haga circular esta información”. Pero esta vez, lo que ha visto en la Morgue deja mudo al gárrulo periodista judío sin más dios, patria u hogar que la verdad: de momento -sólo de momento- Ariel Straiber se ha quedado sin palabras prefabricadas aunque no sin intuiciones fértiles.¡Un esfuerzo más, compañeros terroristas de Estado! El horror deja de ser monótono cuando deja ser repetitivo, cuando supera sus marcas, rompe sus estadísticas. El cadáver de una mujer joven de figura ‘aindiada’, con signos corporales evidentes de tortura: un nuevo ‘misterio’ tanto para el médico como para el periodista. Si no lo adivinamos o conjeturamos en nuestra lectura contemporánea –extemporánea a la ucronía de la ficción de Rojas-, lo sabremos luego: la pequeña incisión circular abierta con escalpelo es la marca del Pachakuti, del regreso del Intisuyo, del eterno retorno de una era y un tiempo redondos que empiezan sin fin una y otra vez. Los cuerpos sin vida de otras tres personas ‘bolitas’ son encontradas en diferentes puntos de la innominada CABA. A esto se suma la voladura de las torres de alta tensión en Rosario, Mendoza, La Matanza y Escobar y las pintadas en las casas de los comisarios. En este escenario urbano y nacional convulsionado, el enigma que se ha instalado se ahonda en su urgencia capítulo a capítulo y se lo enfrenta y persigue con ritmo y vértigo de thriller político en la narrativa de Rojas.¿Quién comete estos crímenes, quién los ha concebido, quién los planifica, quiénes los ejecutan? ¿Quién es el autor de estos crímenes? Ariel y Takashi barajan respuestas plausibles. Conversan en el bar de la esquina de Rojas con Vallese: no cualquiera entra ahí, pero Ariel y su compañero sí. Historias de O Estos episodios sucintamente reseñados se suceden de las 3.00 de la madrugada del mismo día. Son simultáneos o inmediatos a la reunión sintetizada en la “Obertura” inaugural del libro. Tal compaginación se sostiene a lo largo de toda la novela y componen la sincronía y sinfonía de hechos coetáneos y concordantes que desarrollan una trama y un argumento. En el corazón de las tinieblas de Los días de La Zona vibra el sangriento conflicto entre el gobierno nacional de ultraderecha con sede en la Casa Rosada golpista y la insurrección civil de la población que habita en La Zona. Al enemigo, ni justicia Quien en rigor lidera el gobierno desde La Rosada no es el presidente Nataniel Aguirre, “duro, implacable con la astucia de un estadista”, sino su enemigo íntimo, el ministro de Bienestar Social. Alejandro Villar, apodado ‘Kalki’, es el caudillo de los Aurora, levantados “hace poco más de un año a exigir el fin del problema boliviano. Dicen que terminada la falta de mano de obra, ya no es necesario permitir la residencia de migrantes que roban el trabajo de los argentinos. Y parece que la cosa se agravó con la oleada de refugiados de la guerra en Bolivia. En La Zona están desbordados”. No es ocioso recordar que el apodo ‘Kalki’ es idéntico al que da título a una novela de Gore Vidal (1925-2012), escritor estadounidense, político de izquierda, y soltero. Publicada en 1978, el año del Mundial de Fútbol masculino que ganó la selección argentina, Kalki es una ucronía / distopía cómica, de trama diabólicamente ingeniosa, sobre la derecha conspiranoica en el poder en Estados Unidos. El Kalki de la novela de Diego Rojas ha combatido en los grupos paramilitares determinantes del buen éxito de las armas golpistas que derrocaron a las autoridades populares y entronizaron al general Videla en el poder. Este Kalki es un padre de familia con las prerrogativas de un patriarca doméstico cuyo sueldo proviene del Tesoro público. Sostén de hogar, disfruta del entorno familiar que mantiene, de su mujer ‘de toda la vida’ y de su nieto pequeño que lo admira, de su casa en Pilar, de sus buenas lecturas de géneros que aúnan, convenientemente, lo instructivo con lo entretenido – turbias novelas históricas y limpios policiales ingleses de enigma-. También en las artes aprecia Kalki la representación histórica, la vasta, minuciosa pintura de Cándido López, sus reconstrucciones a vuelo de pájaro de la Guerra de la Triple Alianza, “una situación bélica que nunca había vivido”. Imágenes que a fuerza de distancia, altura y miniatura, logran que las violencias del genocidio del pueblo paraguayo luzcan menos sangrientas, más abstractas y formales, como si preludiaran el vacío meditativo de Blanco sobre blanco de Kasimir Malevich, ruso de tiempos soviéticos, a quien también admira. Entiende qué méritos del rosista y soltero Prilidiano Pueyrredón revela su cuadro La siesta así como sabe qué decir para ordenar detenciones, interrogatorios, torturas y muerte. Villar detesta al sector del gobierno integrado por los “aperturistas”. Aperturista es la ministra Viola. El apellido remite de manera directa al general Roberto Viola, artífice del plan de operaciones del Golpe de 1976, sucesor de Jorge Rafael Videla en la presidencia, y gobernante de facto argentino entre 1978 y 1981. No menos aperturista es otro integrante del gabinete presidencial de la novela, Miguel De la Hoz. El apellido de este ficticio ministro de Educación evoca la muy real figura de José Alfredo Martínez de Hoz, recordado por su fallida, ruinosa, deficiente gestión como arrogante ministro de Economía argentino del régimen de facto de 1976-1981. Si quieres, puedes llamarme Fausto La Zona es el nombre eufemístico, impreciso en sus connotaciones pero inequívoco en su denotación, de aquellas áreas cuya designación oficial es “Centros de Residencia de Inmigrantes Ilegales y en Tránsito al Extranjero (CRITE)”. Se trata de “auténticos campos de concentración a cielo abierto ubicados al oeste de la capital del país”. Estos lager hacinan a miles de personas encerradas, que producen, comercian e intercambian bienes y servicios con su propio sistema de economía y sus mercados propios, que se relacionan dentro de sus propios circuitos sociales, que se rigen de acuerdo a sus propias normas. En esta prisión auto organizada por la propia población carcelaria, nadie sueña con los inalcanzables derechos y garantías nacionales de la ciudadanía argentina. Desde La Zona, se sabe, actúa el líder de la insurrección plebeya. Se llama Fausto Reinaga. Sea por convicciones, sea por coyuntura, “el Mallku de los mallkus” de la novela de Rojas ha sido aliado perpetuo o camarada de ruta constante para el líder sindicalista boliviano Evo: “Y solo por una razón no hemos sido gobierno: desde siempre nuestra postura ha sido la de arrasarlo todo”. El Líder de la Zona persigue un fin que está más allá de sí mismo y de estas zonas bolivianas encerradas en tierra argentina: la Revolución india. “Arrojar definitivamente de nuestro suelo continental a Europa y su sistema de propiedad privada, para instaurar de nuevo el Tawantisuyu de nuestro siglo, que es el sistema colectivista, comunitario, vital”. Porque “¿Cuánto se puede luchar contra fuerzas financiadas desde el extranjero, contra batallones fascistas llegados desde la misma Europa para apoyar a los secesionistas del Este, y contra la burguesía nativa que un día le da la mano al Evo y al otro día le tira con una cuchilla? Y tú sabes que al mundo de los gobiernos nada le importa les per mite a esos países observar cómo se desarrolla la matanza y esperar con paciencia beduina que nos hayamos aniquilado todos, para después concurrir con planes de ayuda y reconstrucción, que no son otra cosa que excusas para el saqueo”. Esta vez, la onomástica remite, directa, al más grande, el mejor conocido, el más abundante de los intelectuales indigenistas del marxismo boliviano. En el nombre del Mallku de los mallkus transparece el de José Félix Reinaga Chavarría (1906-1994), que abrazó, si no configuró, la causa popular de obreros y campesinos como movilización étnico-cultural india. El potosino histórico inventó una nación milenaria que fue llamada “Indio” para humillarla con el nuevo nombre de Fausto Reinaga. Abogado, político y escritor, sus viajes de conocimiento y proselitismo lo llevaron a la conclusión y a la consigna de ni el capitalismo, ni el comunismo salvará a nuestros pueblos. Solo la revolución india. Avanzar acabando Pródiga en simultaneidades significativas, Los días de La Zona añade una más, decisiva para el giro hacia el desenlace de tramas vibrantes que ahora confluirán definitivas. Hijo del Ministro de Industria Raúl Cánovas, el rubio adolescente Lautaro Cánovas ha sido secuestrado –pronto, muy pronto nos enteramos de que, en efecto, se trata de una orden y un plan del Mallku. En simultáneo, Ariel es secuestrado por su empleada doméstica ayudada en el procedimiento por su hijo David, ciego del ojo de derecho. Antes de ser trasladado a La Zona, pero ya somnoliento por el narcótico disuelto en su sopa de maní, Ariel se entera de que Olinda migró desde Bolivia “escapando de la guerra”. Su marido ha muerto: “Un mejor futuro pensé encontrar acá. Y ya no he podido volver. Allá tampoco futuro hay. Ni aquí ni allá”. Olinda forma parte activa y bien activa del movimiento con asiento en “Manzana 25, casa 12, Barrio Copacabana, La Zona”, conocido como “Jallalla Mallku! ¡Viva la revolución!”. Sin demoras, con deplorable simultaneidad, Kalki ha ganado autorización presidencial para iniciar una “carnicería” sangrienta pero eficaz contra todo adversario. En primer y prioritario lugar, contra la comunidad boliviana de La Zona aprovechando la proximidad de la fiesta patronal de la cochabambina Virgen de Urkupiña. El cometido del secuestro de Ariel se ve cumplido en La Zona. Mallku persuade a Ariel para que “testigo seas del levantamiento, que su cronista seas, que uses la red de la Agencia Clandestina para difundir la rebelión y nuestras proclamas e ideas. Como dicen ustedes: que tengas la posibilidad de formar parte de un acto moral de la más pura libertad”. Jallalla es un sueño eterno Ariel se ha incorporado al movimiento que impulsa el Mallku. Su retórica es persuasiva, suena generosa, mueve a la convicción, invita a la acción: “Nos hemos convertido en mallkus. Por dos razones: una, nos tenemos que defender; si la situación avanza como promete ahora, los militares más fascistas han de tomar el poder. Y ahí cuántos y cómo iremos a morir, vamos a ver. Segundo, porque hemos decidido expandir la revolución india. Las condiciones están dadas. Queremos convertir La Zona, pues, en una zona liberada. Un santuario para nuestros combatientes en Bolivia. E instalar el gobierno del pueblo indio para nosotros mismos. Los más altos contactos en mi país conocen nuestros planes. El Evo sabe. Si la revolución triunfa, nos aseguraremos un corredor para que este lugar sea la retaguardia de los nuestros. Frente a estas condiciones, hemos de ejercer el derecho a la rebelión, pues”. Ariel razona, desde un primer momento, el cómo y el porqué, el modo, la causa y el objetivo de su participación: “Sus razones me parecían justas, su idealización del incanato (un imperio opresor), por lo menos ingenua, y sus métodos, locos”. Aun así decide actuar, cooperar, con aquiescencia a la constatación de que no hay opción alternativa equivalente, y menos aún preferible, a elegirse como actor ya que no protagonista del proceso insurreccional en curso. A cargo del periodista judío y ateo argentino de orígenes étnicos y culturales europeos quedará el dirigir la política de medios de la Revolución india. El Centro de Comunicaciones, dice Ariel Straiber, “parecía el aula de una escuelita rural. Sentí pudor, pero de pronto recordé el ridículo equipo de radio que en Sierra Maestra se había convertido en la voz de los rebeldes del M26 y la imagen que estaba viendo me dio ternura y tranquilidad. Hay seis personas capacitadas, cuatro varones y dos mujeres”. La tranquilidad, sin embargo, nunca es completa. La disciplina impuesta, la capacitación, el compromiso exigido y las sanciones promulgadas provocan en el joven periodista una pregunta existencial: “Pero, ¿estuve siempre equivocado? ¿Es así entonces la revolución?”. Emerge aquí una simultaneidad central, constitutiva: clave. La pregunta de Ariel, que se formula desde el lugar histórico del narrador, es también el interrogante que se formula, desde su coetáneo lugar, ni menos histórico, ni más enajenable, cada destinatario de la narrativa de Rojas. Y la pregunta del narrador en la ficción narrativa se ve a su vez des/doblada en simultáneo por la pregunta que se hace el autor del libro, y que es la misma que Diego Rojas nos hace al público lector. Una pregunta de que el autor, el novelista argentino, el periodista ateo de origen boliviano, el militante de izquierda comprometido Diego Rojas, soltero, nos ha ido respondiendo con su propia historia y biografía truncas (nunca sabremos si se la ha respondido a él), y que la Historia, enigmática, ha ido respondiendo a través del tiempo fáctico, ese que registran, abstractos, los relojes. También responde, a su modo, la temporalidad de Los días de La Zona nuestra pregunta sobre qué será una revolución. La novela suministra palabras necesarias para comprender si es posible mejorar la historia de cada día. Nadie que la haya leído podrá desmentir o recusar la sensación de haber caminado unos trescientos metros más, de entrever, distante, pero no inalcanzable, la forma de una puerta. Los días de La Zona propone un experimento mental sobre la posibilidad histórica de cambios sociales cataclísmicos: los muestra como posibles al darlos como reales, como hechos ya consumados en su universo ucrónico, paralelo y especular. Sin embargo, en la novela, hay un solo personaje al que veamos cambiar en el transcurso de la acción narrativa. Es Ariel. Y el suyo es un cambio clásico en su forma, pero revolucionario en su contenido: “En el trayecto, la idea de cortarle el pescuezo a los líderes de la dictadura, a los fachos y sus cómplices, dejó de escandalizarme. Incluso se veía necesario y razonable”. La sangre no ahoga la Revolución sino que la riega Como en las novelas históricas del siglo XIX, en esta ucronía del siglo XXI ‘los acontecimientos se precipitaron’. El forense Takashi buscará, infructuosamente, a Ariel. Fingiendo ser un delator de la causa de La Zona, el militante David Choque logra introducirse en La Rosada con el objetivo atentar contra las autoridades de facto. La inteligencia militar no previene el atentado explosivo. Y así Choque “explotó: Por el aire el indio”. Entre los heridos graves se cuenta el Presidente. ‘Kalki’ Villar encuentra, entonces, su oportunidad. En la sede del Gobierno y en las bases militares y residencias castrenses de El Palomar, Parque Patricios y Morón, el trajín y el movimiento son inusitados. “La guerra, contra la bestia boliviana”, había comenzado. En La Zona, los mallkus - “así oponen de pobre y todo, aquel ejército, del que había visto solo una brigada, intimidaba por su potencia y masividad”- proclaman “la revolución que había comenzado”. Inocencia de la Ortodoxia y experiencia de la Revolución Los combates prometen seguir arduos. Desatan, en la ciudadanía, en la sociedad civil, fuerzas y energías contenidas desde hace demasiado tiempo: oprimidas, pero no vencidas. En las páginas del “Epílogo” reencontramos a la primera persona narrativa. La gramática nos restituye en persona al narrador secuestrado por terceras voces y terciados ámbitos, y por los acontecimientos de una historia de represores y desaparecidos. Biógrafo de cabo a rabo, epilogal sin erigirse en sentencioso ni conclusivo, el narrador singular reaparece para enunciar y declarar su distancia irónica. Hemos atravesado más de dos centenares y medio de páginas. Hemos llegado al término de una exploración lúcida. Estamos al fin de una ficción. Es decir, al comienzo de una realidad de travesía ucrónica y eufórica de una encrucijada sudamericana -la nuestra- bajo la luz hiriente y diáfana de la utopía políticas y revolucionaria socialista. Derrotero no siempre gratificante, no siempre decepcionante. El narrador podrá mostrarse habitado por la ironía. Pero está deshabitado de desilusiones. In my End is my Beginning A mis padres, que una vez llegaron de Bolivia. Hospital Alemán, mayo de 2024, leemos en el pórtico de Los días de La Zona. Sin ocultarlo, ni escamotearlo, dedicatoria y datación encriptan el más sobrio de los adioses. Hijo de padre y de madre de nacionalidad boliviana, hospitalizado tras un trasplante hepático al fin fallido, Diego Rojas murió en Buenos Aires el 13 de mayo de 2024. Diego Rojas (Buenos Aires, 16 de abril de 1977-Buenos Aires, 13 de mayo de 2024) periodista de investigación, cultural, escritor, sindicalista y militante de izquierdas. Escribió columnas en Perfil, Infobae, Clarín, el suplemento cultural de La Nación, y artículos en los periódicos partidarios Prensa Obrera y Política Obrera. Redactor jefe de la revista Veintitrés y editor de Contraeditorial, además de responsable del pódcast cultural de la Fundación Proa. Autor de ensayos de investigación ¿Quién mató a Mariano Ferreyra?; Argentuits El kirchnerismo feudal; Pasen música; El caso Santiago Maldonado en la era de la posverdad; La izquierda. Héroes, rebeldes y leyendas de la revolución socialista en la Argentina. Y una sola novela de ficción, Los días de la Zona Susana Santos. Doctora en Letras (UBA), investigadora y docente universitaria de Literatura Hispanoamericana en grado y posgrado, especialista en estudios andinos, Susana Santos es autora de libros y artículos sobre la historia, las sociedades y las culturas de América Latina.

 

 

 

 

 


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