Alejandro Bovino Maciel, Amanda Pedrozo y Mabel Pedrozo, Cuentos para no dormir la siesta.

Alejandro Bovino Maciel, Amanda Pedrozo y Mabel Pedrozo, Cuentos para no dormir la siesta.

Argentina, Corrientes: Ediciones Moglia, Colección Claroscuro.2025. IBSN 978-987-691-476-1

Una puesta en escena del teatro del mundo Susana SANTOS Un acápite sigue al título Cuentos para no dormir la siesta (2025) en la misma portada del libro: “Somos los actores de una comedia escrita por un autor desconocido que ni siquiera nos conoce”. Con la retórica de un manifiesto de vanguardias, el argentino oriundo de Corrientes Alejandro Bovino Maciel y las paraguayas oriundas de Asunción Amanda Pedrozo y Mabel Pedrozo declaran una certidumbre: el mundo es una obra de teatro escrita de antemano y la humanidad una compañía de actores y actrices. El tópico del theatrum mundi se remonta en Occidente a la Antigüedad Clásica. En su prolífico linaje destaca como una de sus altas realizaciones el auto sacramental barroco El gran teatro mundo (1655) del dramaturgo español Pedro Calderón de la Barca. Inquietante planteo. Herederos de historias y de bibliotecas, si actuamos en el tablado de un mundo pensado como escenario, de manera ligera equiparamos teatro a ficción: a falsedad. Somos, como declara Macbeth en la tragedia del también barroco William Shakespeare, “una sombra que camina, un pobre actor que sube a escena para no poder volver a ser oído. La vida es una historia contada por un idiota, llena de ruido y de furia, que no significa nada” (acto V, escena V).¿Será la condición dramática estructura sustancial de lo humano? Y la existencia, ¿un mero juego de representaciones? ¿Juego apariencias y de máscaras? En este pórtico, esbozado de manera sumaria, se inscriben el conjunto de los textos de Cuentos para no dormir la siesta: Según el orden que propone el Índice del volumen, los siguientes: “La Santa”, “La Piel” , “El sillón de mimbre” y “La niña de los olores” (de Amanda Pedrozo) ; “La siesta guaraní”, “La Muerte Hija y las tres Parcas”; “Confidencia final de la Átropodos” y “El fotógrafo de Durango” (de Alejandro Bovino Maciel) ; “Rugido de Arcángel”, ”Enfermo terminal” y “Cascos” (de Mabel Pedrozo). Cada uno de los textos hace suyos signos de la cultura. Están poblados de satanes, endemoniados y exorcistas, de personificaciones de la muerte, de centauros y licantropía. Sin embargo no parecen esos signos objetos de utilería o recurso libresco. Antes bien, trasmiten pasión y nostalgia, amor y desdicha en una realidad que por arte de la literatura se nos vuelve presente e inmediata. La lengua, un eclesiástico y una mujer “Algunos hombres sabios proponen esta razón: que hay tres cosas en la naturaleza: la lengua, un eclesiástico y una mujer, que no saben de moderación en la bondad o el vicio, y cuando superan los límites de su condición, llegan a las más grandes alturas y a las simas más profundas de bondad y vicio. Cuando están gobernadas por un espíritu bueno, se exceden en virtudes; pero si este es malo se dedican a los peores vicios”, leemos en el Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas). Dos monjes dominicos, inquisidores, psicópatas y misóginos del siglo XV fueron los autores de esta obra, uno de los libros más vendidos de la historia de la literatura. Elegimos esta cita porque ilumina, y se ilumina, respecto al cuento “La Santa” de Amanda Pedrozo. Sor Ricarda “tenía vocación y cuerpo de santa”. La monja relata a un eclesiástico, el Padre Amancio, en secreto de confesión, ‘sus visiones’. Pensamientos impuros que no le daban respiro a pesar de sus largas oraciones, sus ayunos y las ligeras gotas de sangre que brotaban del silicio anudado a su cintura y que a veces manchaban el blanco hábito monacal. El conflicto tiene antecedentes en una vasta literatura y puede resolverse de dos maneras: o la monja se resiste, o pacta con Satanás. La última opción es materia en los anales de la Inquisición: no sólo la monja es inculpada sino también quien haya sido su director espiritual. En el escenario del cuento “La Santa”, el Padre Amancio. Por su parte, Sor Ricarda forma parte de un marco conventual, un microcosmos. Si el drama implica e imbrica a la monja y a su confesor o a la monja y el diablo, también revela estrategias de poder en una comunidad cerrada. Una voz narrativa lineal y neutra silencia cualquier otra voz disonante que diera lugar o al menos insinuara que se trata de una alucinación o de imaginaciones surgidas de deseos reprimidos. Obliterada queda la posibilidad de un juego entre la realidad y la apariencia, de una duplicidad en la que muchas mujeres, con sus miedos y aspiraciones, encuentran un espacio de protagonismo, aunque pueda llevar al paroxismo y a la muerte.¿Quién es en verdad Sor Ricarda? ¿Recibió la solicitación? Hija de confesión del Padre Amancio, a quien le prestaba obediencia hasta en lo más nimio -“rezar con los ojos abiertos”-, la monja se entrega a una desenfrenada carrera de penitencia y mortificaciones. El Padre Amancio es ¿un alumbrado capaz de lograr exorcismo? En este cuento, la exaltación y el misticismo, los anhelos y recelos, las inseguridades y las vanidades forman parte de una misma función. “Lo más profundo es la piel” El protagonista de “La piel”, segundo cuento de Amanda Pedrozo, es un periodista. Encargado de casos policiales, guarda en su casa en una caja de madera cerrada con candado testimonios o souvenirs secuestrados por él de los siniestros que cubre. De esta ‘manía’ resulta un peculiar museo privado de la historia del delito. A esta suerte de museo ‘no tradicional’ enriquece la última pieza incorporada a su acervo. Se trata de “un pedazo grande y completo de piel que levantó del pasto donde un parricida esparció lo que fuera una vez su amado padre”. La piel pertenece o perteneció a otro hombre -y no a un animal como sucede con la célebre piel de zapa balzaquiana, que satisface los deseos a costa consumir la energía vital del poseedor del talismán-. Toda piel señala un límite entre la persona peluda y el mundo exterior. El detective toma (roba) una piel que cobra vida. Jaque mate ¿dónde está el ánima? ¿Cuál el límite entre la vida y la muerte? El irrealismo de la realidad “El lugar es Ygatimi”, nos dice el narrador del tercer cuento de Amanda Pedrozo, “El sillón de mimbre”. Doña Trifonia, que a causa del mal que le aquejaba “ya no la visita su gallo colorado o sea su mes”, reclama la presencia de una de sus once hijos. Se trata de Elsita, casada con Faustino, que había dejado el solar paterno pero regresa para asistir a su madre. Ocupada con la enferma, Elsita no advierte que sus mellicitas entraban en la casa del finado Ciri, un acceso prohibido por doña Trifonia.¿Quién apareció en el sillón de mimbre? ¿Juego de la imaginación libre y sola, vencida y vencedora, orgullosa y temblante? Una ‘magdalena’ sin pasado En “La niña de los olores”, último de los cuatro cuentos de Amanda Pedrozo aquí reunidos, conocemos el final desde el principio del relato: “A la niña se le quedaban pegados a la piel todos los olores por eso no la llevaban jamás a los velorios. Hasta que un día se escapó dela mano de su madre y entró a un cementerio. Pero antes ocurrió…”. La remisión al llamado Spirit Attachment, una de las más antiguas formas de posesión, es directa. Una entidad logra quedarse ‘pegada’ a una persona, suerte de posesión que sin embargo no es necesariamente ni demoníaca ni maligna. Primero, el aroma de la miel con la consiguiente atracción de las hormigas; luego, las margaritas alejaron a las hormigas pero atrajeron mariposas y colibríes. No habrá solución cuando ingrese al cementerio donde su hermana Adelina se había escondido.¿Cuáles fueron los motivos que impulsaron a Adelina? ¿Quién es responsable de la desaparición de niña? “Ni me mueve el infierno tan temido” Los tres primeros de los cuatro cuentos de Alejandro Bovino Maciel comparten el tema de la Muerte. O mejor dicho, más que la muerte, e inseparable de ella, el peso y la carga del transcurso del tiempo sobre la existencia humana. La estructura de cada uno de los cuentos del tríptico no es igual, pero tampoco el paso del tiempo es idéntico para todos los humanos. “La siesta guaraní” es un gran fresco, o uno pequeño si se prefiere, del provinciano ámbito de Corrientes (o Asunción). Pasar no pasa nada, o pasan siempre los mismos: la siesta y el tiempo / la muerte. “Santa la Muerte. Huesuda, Blanca”. El narrador desafía mediante el tópico del memento mori (recuerda que has de morir): “¿Quieren conocer un anticipo de su defunción? // Siesta de enero en Corrientes o Asunción. Da igual la madre que la hija porque esta es una historia de madre e hijas, ya lo verá”. Una promesa que alcanza acabado cumplimento. Bajo apariencias tiernas, irónicas y hasta cómicas la presencia de la Muerte (“no es la muerte común y corriente la de Corrientes” –reza el retruécano-) instala una verdadera tragedia en el sentido griego del término. Hay un protagonista condenado de antemano, y la Muerte (“que llamaremos entre nos ‘Muerte hija’”) será una muerte joven y andrógina como la de El Séptimo Sello –film de 1957 de género fantástico y acción retrotraída al Medioevo europeo de la Peste Negra del cineasta sueco Ingmar Bergman-, pero no puede dejar ser lo que es. El tiempo le sucede desde afuera (sus traslados) pero por dentro es extática en el sentido de que carece de toda transformación psíquica. Es resistente al tiempo, pero el tiempo tiene tiempo: se tiene a sí mismo. Desterrados del cielo prometido, “cuerpos humanos sin sombras”, “mujeres afantasmadas atraviesan el resplandor sin decir palabras” son dirigidos por el “séquito de celebrantes de la Muerte” hacia la siesta, a los “recovecos tramposos” de la historia fundacional de la ciudad de San Juan de las Siete Corrientes. La configuración urbana no responde a una ‘patria geográfica’ sino a una ‘patria vital’. A un orden en el cual caben las pasiones y los sueños de un narrador que también imagina su propia muerte (en manos de la parca Cloto, que ovilla la bobina bovina de su vida), sin plegarse a rituales mezquinos o consensos inicuos. El sostén del cuento, disimulado o cubierto bajo la prolífera temática de la muerte, no se cifra en lo que el narrador busca sino en lo que el narrador no encuentra: su sombra en la profusión de las formas. La confrontación permanente entre la muerte y el tiempo “su hermano inhumano” en el relato configura una profundización dramática de la soledad humana que aún en su caricatura envuelve una crítica al egoísmo crematístico de nuestros días “esta muerte negocia cheques al portador”. La Muerte hija no jugará al ajedrez como la Muerte bergmaniana pero decide visitar a “unas viejas amigas de su madre, oficiosas para las tareas macabras”. Las tres Parcas: Cloto, Láquesis, Átropos, quienes montan un auto sacramental que nosotros lectores estamos convocados (u obligados) a presenciar. En “La Muerte hija y las tres Parcas (Melodrama neorrealista en un acto, en forma de entremés sin enseñanza)”, las Parcas o Moiras son los personajes principales. Tan de acuerdo a la mitología griega, las tres hermanas deciden desde el momento del nacimiento de cada persona cuál será su destino, cuánto, cuándo y cómo morirá. Cloto, la más joven de las tres, con su rueca ovilla los hilos de la vida. Láquesis decide el largo de la hebra de esa vida humana. Y Átropos, la más terrorífica de las tres, con sus temidas tijeras corta el filamento vital, determina el instante preciso de la muerte cumplida. Sin la presencia de brujas como en los cuadros Hilan delgado o las variaciones del mismo tema en Átropos o las parcas del sordo pintor aragonés Francisco de Goya y Lucientes, la Muerte joven y las Parcas del entremés discurren sobre la historia, la memoria, el tiempo y el olvido. Recusación de todo idealismo pareja a una concepción del materialismo y de la historia, que implica una crítica a cualquier forma de relato totalizador. Quedará en el filo de sus últimas líneas una respuesta a los que quieren alcanzar el ideal de perpetuarse: vanitas vanitatum, vanidad de vanidades según el bíblico Eclesiastés. En el cierre del tríptico, “Confidencia final de la Átropodos”, el último tijeretazo corta la madeja de un personaje que entre otras jóvenes angustias sufrió la de rendir sus últimas materias de médico (el autor Bovino Maciel es un reconocido médico psiquiatra). Fatal, final, letal, el corte desnuda toda trascendencia, desacraliza la obra de la vida humana, la hace descender a su carácter terrenal, frágil, fragmentario, histórico. El fotógrafo de Durango Hora de retomar la primera persona: así elige Bovino Maciel el narrador de “El viajero”. El protagonista es un argentino que se halla en Guadalajara pronto para el regreso a Ciudad de México. En lo inmediato, verá frustrado su propósito por la emergencia de una peste y el aviso de que se ha suspendido el traslado aéreo. Animoso, planea un nuevo viaje, pero esta vez en micro, con nuevo destino, Monterrey. También cancelado. Consigue un pasaje a Durango con la promesa de que allí le será fácil conseguir pasaje a Monterrey. Se aloja en una habitación del Hotel Roma, “donde durmió el mismísimo Francisco Villa”, héroe indiscutido de la Revolución de 1910. Del encuentro fortuito del viajero argentino con el fotógrafo mexicano Max y su perro Luis resulta una conversación sobre la codicia humana que es codicia de poder, una reflexión sobre el arte y la religión en sus relaciones con el mundo. Una conversación ética acaso ‘rara’, poco estadística, que caracteriza un tiempo que sólo se produce cuando las experiencias no permiten al pensamiento ni el anteponerse al pensar ni menos aún el abandonarse a su ausencia. La marca de la bestia “A las seis horas, seis minutos, seis segundos…”, línea inicial del cuento “Rugido de arcángel (año 1807, Provincia del Paraguay)” de Mabel Pedrozo, puntualiza precisamente el número apocalíptico, el 666 de la Bestia. Demonios, hechiceras, supersticiones y hechizos varios, de toda forma y color, seres, objetos y conjuros que abren las puertas a las fuerzas de otros mundos oscuros, ignotos y presentidos en lo más profundo del subconsciente colectivo humano, no importa en quéépoca, cultura o raza. La acción de los hechos de este relato transcurre en 1807 cuando Paraguay era parte del Virreinato hispánico. En la parroquia de San Miguel Arcángel de Tbati Tuja se apagaban las luces de las velas a la hora señalada 666. Maléfico prodigio. El cura asignado a la parroquia, Fray Hipólito Santos, tomaba confesión los miércoles y los domingos daba la misa. Viajaba especialmente para ello, no podía dormir en “ese caserío de mestizos demasiado iguales a los monteses, hombres de ojos deshidratados y boca hechizada”. El santo prelado se convenció de una infestación luciferina cuando le sirvieron el desayuno y por costumbre tomó primero los huevos cocidos a hervor. Cuando rompió la cáscara “con sus ojos muertos y sus plumas pegajosas, temblaba el feto de un pollo”: el sacristán aseguró que así estaban saliendo todos los huevos. Los hechos movieron a Fray Santos a solicitar una audiencia en Asunción al Padre Buenaventura. Si al principio el Provincial del Convento de San Francisco descreía de lo referido, tuvo que rendirse ante la evidencia cuando el Fray que se retorcía en el suelo logró expulsar “con agónico esfuerzo” un feto de pollo que traía atorado en su garganta. Ya sin dudarlo, Padre Buenaventura envió al novicio Lucio, que tomaba lecciones de exorcismo, a viajar rumbo a Lima para traer junto con él al padre Amador Rivera, inquisidor del Tribunal limeño del Santo Oficio. El viaje novicial por tierra, por barco y de nuevo por tierra contó con la presencia de una extraña dama que resultó ser el Demonio. No tarda el Inquisidor en hacer uso de sus facultades poderosas: gracias a la imposición de la Cruz franciscana saldrán moscas volando de los párpados del novicio y librará a Fray Santos de un huevo gris y 14 huevecillos. En la parroquia San Miguel Arcángel, donde estaba “todo el pueblo” a quien rociará con agua bendita y albahaca, rezará el exorcismo. Sin embargo, nunca imaginó lo que descubrirá bajo la imagen patronal de San Miguel Arcángel. “Los tigres que fueron y que serán” El breve relato de Mabel Pedrazo “Enfermo terminal” sostiene el monólogo agónico “con los ojos abiertos” de Elías Santos. Un pedido de moribundo que se cumple. Evoca el cuento “La Noche boca arriba” del argentino Julio Cortázar, pero sin ritual azteca de la Guerra Florida que consume la transformación en el alta sacrificial de una pirámide. “La voz de los crinados cuadrúpedos divinos” En “Cascos”, el narrador del tercero y último cuento de Mabel Pedrazo conoce los secretos del hombre y de la bestia, sabe que “malignos seres hay y benignos” como canta el nicaragüense Rubén Darío en el “Coloquio de los centauros”. Presenta a Delio, atado a la cintura de su padre, el centauro soldado de Tesalia, que lo rescató del fuego en los campos de ciruelos de Hesperia donde yacía su madre atravesada por una lanza. Llegan a su destino, la fortaleza muda, el hogar del viejo Amyntas, el auriga desterrado, abuelo del niño. De sus labios escuchará Delio su historia, que “guardarás en tus alucinaciones que donde pertenece y, cuando la recuerdes, no tendrás certeza de ella ni de mí”. Es la historia de Tesaliótide, ciudad de los techos de aguja. Metonimia de centauros, “Cascos” se despliega siguiendo, en apariencia, la línea de las fábulas con moraleja. Porque si la soberbia es aleccionadora causa de la desdicha humana, en el relato de Mabel Pedrazo, sin embargo, la rutinaria causa presunta es, más bien, una consecuencia. Los autores: Bovino Maciel, Alejandro (Corrientes), médico psiquiatra (UBA). Entre sus libros publicados: La salvación, después de Noé (1989), Los conjurados del Quilombo del Gran Chaco(2000), en co-autoría con Augusto Roa Bastos Omar Prego Gadea y Eric Nepomuceno; La salvación, después de Noé (1989), El trueno entre las páginas. Polisapo en co-autoría con Roa Bastos, La Bruja de oro (2007), Prostibularias-1 (2002) en co-autoría con otros autores paraguayos y argentinos, Diários de um rei exiliado (2005), El señor es contigo (2005) en co-autoría con Gloria Rubin , 20 poemas de humor y una canción disparatada, (2005) en co-autoría con Pepa Kostianovsky, Culpa de los muertos (2007),. Cuentos en la guerra y en la paz (2019), La faute des morts , Teatro Político-1(2012) Enero. Los perros de Dios (2013), Teatro Político-2 (2015), Teatro Político-3 (2016), Almas en pena y otras historias (2017) coautoría con Amanda y Mabel Pedrozo, Cuentos impuros -varios autores- (2019) La pasión según san ateo (2019), El escritor caníbal y los enanos, (2018).El perdón de los pecados (2018), El sueño del tiempo. Ensayos sobre la eternidad, (2018), Mariano Moreno, el fuego del mar (2022), Dictaduras Correntinas (2022). Pedrozo, Amanda (Ciudad de Asunción), Poeta y periodista. Miembro del Taller de Poesía Manuel Ortiz Guerrero, parte de su obra integra los volúmenes colectivos Y ahora la palabra (1979), Poesía y taller (1982), Las cosas usuales (1985). Numerosas colaboraciones en periódicos y revistas literarias de Asunción. Mabel, Pedrozo (Ciudad de Asunción), narradora, poeta, periodista, abogada. Entre sus obras publicadas, Mujeres en el teléfono y otros cuantos (1997), Debajo de la cama (2000), Multiplicada (2003) Juego de sabanas, Las arrugas de la Virgen (2010), Hilván de lunas (2017). La virgen Carrillo y el niño encerrado (2021)”. Alarido de Arcángel. Santos Susana (Buenos Aires) Investigadora y docente universitaria en grado y posgrado, Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires(UBA). Autora de los libros, Homenaje a Pablo de Rokha (1995), Arte Revolución y Decandencia: revistas vanguardistas en América Latina (1924-1931) (2009).México, centenario y revolución (2010). Autora de ensayos y artículos sobre la literatura, la historia, las sociedades y su cultura en publicaciones dentro y fuera de su país.

Irma Verolín


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