La reforma agraria y el Apocalipsis

La reforma agraria y el Apocalipsis

En general la gente siempre puede decir lo que le parezca. Claro que no se equivoca el que comenta al pasar de viaje, como turista, o recién llegado a la ciudad desde otros centros urbanos, sobre el aspecto y la atmósfera casi post apocalípticos de esta ciudad sobre todo a algunas horas y en algunos días. Hace unos meses una poetisa chilena que vive en Montreal y que venía por primera vez a Ottawa estaba paralogizada, decía y repetía que no había visto a casi nadie por la calle en el trayecto desde donde ella estaba alojando hasta acá (el restaurante en que tengo instalada mi oficina provisional de jubilado), eso que era viernes en la noche y el hotel en que se quedaba está en pleno centro. El mismo Arturo Méndez-Roca, compañero de ruta ocasional en esta página que antes vivía en Baton Rouge en Luisiana y cuya casa desapareció en los aluviones de hace algunos años, cuando está con unos tragos se lamenta de que todavía no se puede acostumbrar aquí y está soñando con irse a vivir a Montreal. Pero estas mismas circunstancias dan lugar a una vida subterránea y subcutánea, en ciertos enclaves o ‘focos’, como los llamo siguiendo al Ché Guevara y a Regis Debray, autores y estrategas de la lucha popular que frecuenté en mi lejana juventud. A este lugar por ejemplo viene bastante de lo que podría pasar como la bohemia local, músicos que tocan en algunos restaurantes, escritores, sobre todo latinos, y de todas las edades y países. Para quienes frecuentan esta página que tan graciosamente me concede un espacio de vez en cuando y de cuando en vez y leen los trabajos de estos autores y se enteran de sus actividades, esto no será tan sorprendente. Pero llegan también por ejemplo la Guagua L’Amore, la Nana Valpolicella y otras estriptseras del centro y niñas y mujeres afines y del círculo, que ahora prefieren andar con estudiantes o con tipos que parezcan intelectuales por que sí no más, porque es la onda, para la desesperación de los galanes robustos, musculosos, de chaqueta de cuero a los que ya ninguna chiquilla que se tenga un poco de consideración infla por burdos y faltos de clase. Ese es el caso de una niña muy pizpireta y coqueta, que comentan que va a la pelea, que hasta a mí, con mis itantos canos bien representados me ha lanzado sus cortes, y a la que los latinos le dicen la reforma agraria, porque como decía la canción, “de todas maneras va”. Ella llega ahora con un pintor latino más joven que ella, que acaba de llegar a Canadá y que hizo un poco de escándalo en su país natal—que no voy a mencionar—, no con sus estilo, bastante convencional para mi gusto, sino por los títulos de sus obras que causaron en su momento bastante controversia, como uno que se me viene a la cabeza, “gato y mujer con un tremendo culo”. Pero en realidad este joven es bastante práctico, calculador, sabe muy bien como funciona la publicidad y tiene estudios de literatura, el otro día nomás me mencionaba que entre todos los escritores latinos de mi edad (gracias por lo de escritor), yo era el único que no le hacía a la nostalgia, la memoria, etc.. Me preguntó si me había dado cuenta que no tan sólo a nivel de los escritores latinos en Canadá, (y me conminó a revisar esta misma página web que tú tienes ante los ojos, lector), sino de todas partes y de todas las ideas, ese tipo de literatura era cada vez más frecuente, y me dijo más o menos textual en sus propias palabras y con bastantes copas que esos esfuerzos de recuperación de la memoria eran en realidad un esfuerzo colectivo inconsciente de la especie para revertir la cuarta dimensión (el tiempo) por el estado caótico de cosas, algo así como hacer un rewind del tiempo para tratar de retrasar lo inevitable, el fin del mundo, en un esfuerzo contrario, opuesto o complementario al apocalipsismo también tan en boga. Me dijo también que la ideología más seria se oculta en la ficción, y más específicamente en la ciencia ficción o la fantasía. Me mencionó a T.E.D. Klein, que no conozco pero del que he escuchado hablar, y a Gustav Meyrink, del que conozco la pura novela El Rostro Verde, además de un breve texto del director de esta revista, Huidobro literal, que leyó por ahí. Esa noche me fui a mi departamento dándole vueltas a todo este asunto y murmuré para mí mismo, “Qué te parece cholito, qué te parecé”.

Jorge Etcheverry Arcaya


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