Visión de Dámaso Alonso

Visión de Dámaso Alonso

   EL hispanista turinés Pino Menzio publicó en 2019 en las Edizioni dell‘Orso su visión del poemario tardío de Dámaso Alonso titulado Gozos de la vista, en la traducción italiana Gioie della vista.Es una breve colección de diez poemas en verso libre, que para hacer un volumen de bolsillo editó en 1981 junto con su primer libro, Poemas puros. Poemillas de la ciudad, impreso en 1921, y el complemento de Otros poemas.La escritura lírica de Dámaso Alonso fue escasa: él mismo confesó en el ensayo “Una generación poética (1920—1936)”, publicado en el número 35 de la revista madrileña Finisterre en 1948: “Si he acompañado a esta generación como crítico, apenas como poeta.” Sus compañeros de la generación o grupo poético del 27, según preferencias de los estudiosos al nombrarlos, compartían ese criterio. El más contundente fue Luis Cernuda, que llegó hasta el insulto personal para descalificarlo como poeta.   

  

Pino Menzio. - Foto: etica-letteratura.it/chi-siamo/

   Ahora el Centro Cultural Generación del 27, de la Diputación de Málaga, publica el ensayo de Menzio, traducido por Paolo Gravela, como prólogo a un volumen que tiene como autor a Dámaso Alonso, y como título su obra Gozos de la vista.Pero el prólogo con sus 53 páginas es un ensayo completo que resulta más amplio que el poemario, al que para aumentar la extensión se recurre a la treta de separar los títulos de los versos, de forma que cada título ocupa dos páginas, la segunda en blanco, lo que se conoce en artes gráficas como hinchar el perro.

   Es cierto que el prólogo de un libro está en función del original, aunque en este caso parece que debiera haberse equilibrado el valor de los dos. En este volumen el espacioso prólogo se anuncia igual que el epílogo de cuatro páginas escrito por Alejandro Duque Amusco sin ninguna intención crítica, para contar que visitaba al ilustre ensayista en su casa, como hicimos alguna vez todos los que nos dedicamos a escribir en ese tiempo, con los tres integrantes del grupo del 27 que se quedaron en España tras la derrota de la República. Parece ser que Alonso mostraba a sus visitantes con júbilo la estantería con los libros que pidió prestados y no devolvió, según relata Amusco, porque yo tambien la vi, y antes me había hablado de ella Carlos Bousoño. La anécdota demuestra que estaba orgulloso de sus hurtos bibliográficos. Cada uno presume de lo que puede.

Valoración crítica

   La opinión de la crítica sobre las publicaciones de Alonso ha sido siempre muy respetuosa con el autor, debido al reconocimiento de su valiosa tarea erudita especialmente en el campo de la literatura clásica castellana.   Pese a este criterio generalmente comprobado, admite Menzio que este poemario ha sido valorado como una obra secundaria respecto al tema religioso en su bibliografía, entre Hombre y Dios, publicado en 1955, y Duda y amor sobre el Ser Supremo, aparecido treinta años más tarde:

   Incluso después, en las monografías más actuales, esta actitud de relativa desatención crítica no ha cambiado, y Gozos de la vista ha seguido siendo considerada una obra una obra de calidad, pero con resultados más bien secundarios respecto a los temas fundamentales de Dámaso Alonso, en especial a la investigación religiosa (página 10).

   Por supuesto, Menzio no puede estar de acuerdo con ese criterio valorativo, debido a que él ha elegido este poemario como tema de análisis literario y también religioso. La verdad es que esta escritura podría servir también para un sermón, ya que la poesía de Alonso con temática religiosa se ha vehiculado desde la fidelidad a la ortodoxia catolicorromana, aceptada siempre por él. En determinados aspectos parece una predicación preparada para el púlpito, sobre las circunstancias mundanas interpretadas desde la fe. Tanto es así que en este libro Alonso se considera un colaborador de Dios, según explica en el poema “Vista humana, intuición divina” (página 65), por el simple acontecimiento de contemplar la realidad circundante, como cualquier persona aunque no sea poeta:

   Mis ojos inventores crean la luz.

Colaboran a cada millonésima parte de segundo

en el plan providente de la gran Creación:

prolongan Creación, inventan luz.

Soy colaborador, soy delegado

de mi Dios, a través de mis ojos.

Y más; afirmo aún más

(y me aterra al decirlo un terror dulce).

   Es una declaración pretenciosa considerarse inventor de la luz en el mundo. Según se lee al comienzo del libro del Génesis, en el inicio de la Biblia aceptada por judíos y cristianos, la luz apareció en el primer día de la creación por mandato de Dios, el muy conocido “Hágase la luz”, tantas veces glosado. En consecuencia, la orgullosa afirmación de Alonso resulta muy exagerada, con un tono incluso heterodoxo, teniendo en cuenta la catolicidad nunca puesta en duda del autor. Sus ojos no crearon la luz, no inventaron nada, sino que la vieron. Algún exegeta estricto podría aducir que esas palabras son una declaración de soberbia satánica, pero quédese la cuestión para los teólogos, si les interesa. Aquí nos importa la poesía solamente.

La poesía religiosa

   Es un hecho constatado que la poesía religiosa ha perdido interés en España, suplantada por otras cuestiones más atrayentes para los lectores. Se fue debilitando a medida que íbamos alejándonos de las consignas impuestas por el conocido como nazionalcatolicismo durante la dictadura fascista, dada la alianza absoluta entre los intereses del régimen totalitario y la Iglesia catolicorromana. Fue tan íntima que se la reconocía como única religión verdadera en las leyes ilegales de obligado cumplimiento promulgadas en aquella triste etapa, y las restantes confesiones quedaron prohibidas y sus adeptos fueron perseguidos.

   La aceptación por Alonso del régimen derivado de la guerra, en el que destacó como una señera figura intelectual merecedora de todos los premios, honores y cargos, implicó la sumisión al sentimiento religioso inspirado en la llamada Cruzada, propalada en el bando sublevado por cardenales y obispos. La identificación de las consignas fascistas con las creencias catolicorromanas tuvo como consecuencia un incremento del laicismo social, como expresión del rechazo a la dictadura y su colaboradora la Iglesia, presente ya en los últimos años de la dictadura, aunque de manera semioculta para evitar las represalias del sistema, explícito desde su final, con los templos y los seminarios vacíos desde entonces.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                      

    En ese contexto social la poesía religiosa de Alonso no podía conseguir aceptación entre los lectores comunes, y quedó como reclamo para investigadores. Era imposible que se cantase en público, lo mismo que se hacía y hace con los poemas de otros componentes del grupo del 27. Ignoro si se cantará en los templos catolicorromanos, porque no los frecuento, pero desde luego no llega a los escenarios teatrales.

   La cuestión de la popularidad, sin embargo, no le preocupa a Menzio, atento al aspecto religioso de la poesía de Alonso, que para explicarlo enfrenta con textos de Hans—Georg Gadamer, Friedrich Hölderlin, Walter Benjamín, Martin Heidegger, Paul Ricoeur, Gianni Vattimo  y otros. Desea convencer a sus lectores de la importancia presentada por el trasfondo filosófico de esta poética, y para ello no confía en su propio criterio, sino que recurre a esa generosa nómina intelectual en la que apoyar sus opiniones, que le permiten alcanzar esta conclusión:

  El realismo filosófico ingenuo, de hecho, aferrado tercamente al aquí y ahora de la realidad tangible, parece incapaz de alcanzar esa fugacidad y transitoriedad de las cosas que es el resorte secreto de su espiritualización poética, que debe entenderse precisamente como entrega de las cosas a una dimensión, la textual, que al mismo tiempo acepta y redime su transitoriedad, confiándola a la memoria (p. 50).                     

   Es lícito que nos preguntemos si le gustaría a Heidegger la poesía de Alonso, al estar citado como autoridad en el texto. La mención de un fragmento sacado de un volumen generalista no es prueba suficiente para dilucidarlo. La verdad es que por muchas citas que acumule Menzio de ilustres pensadores no consigue sacar esta poética de su inoportunidad, porque el tema carece de interés en la actualidad, y además el verso empleado para comunicarse con los lectores no alcanza un grado de complicidad suficiente para llamar su atención. Ese verso falto de atractivo estilístico no consigue atrapar lectores. Ni el tema ni su tratamiento literario interesan. Sirven para documentar tesis doctorales, que tampoco llegan a los lectores normales porque no salen del ámbito académico.

   Lo curioso es que el mismo Alonso se considerase un poeta desarraigado, en un conocido artículo sobre “Poesía arraigada y poesía desarraigada” publicado en 1952. No existe nada más arraigado que esta poética anclada en las consignas eclesiásticas, aceptadas como dogmas incuestionables. Y como derivación del arraigo religioso se facilita el político, dada la identificación entre la Iglesia catolicorromana y la dictadura durante sus 36 años de vigencia. Ese arraigo en las normas del nazionalcatolicismo imperante de manera oficial en ese período, implicaba un desarraigo del pueblo derrotado en la guerra, por lo que esa poética no podía presentar ningún atractivo para una mayoría de lectores. Se ha quedado para uso de eruditos, como esta edición del Centro Cultural Generación del 27 demuestra.

ARTURO DEL VILLAR                                                               

 

 


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