CARSON McCULLERS, EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO: EL CARÁCTER SECRETO DEL AMOR

CARSON McCULLERS, EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO: EL CARÁCTER SECRETO DEL AMOR

La fuerza del amor y sus contradicciones. Secretos y frustraciones que yacen en el más oscuro de los silencios. Fuerzas que unidas conforman una corriente de aguas salvajes. Aguas salvajes y transparentes que discurren por el perfil de las montañas en busca de su final. Un final cuyo magnetismo no se fabrica únicamente de los encuentros que lo cimentan, sino también de los desencuentros que lo desvían de su objetivo. Es en esos desencuentros donde tenemos acceso al mundo de olvidados y perdedores en el que la joven escritora Carson McCullers (esta es su primera novela escrita con 23 años) sitúa la narración del carácter secreto del amor a la que tituló El corazón es una cazador solitario. Un amor universal y que siempre creemos único. Un amor sin más límites que el de nuestros sueños. Un amor que, en demasiadas ocasiones, no se llega consolidar en la realidad. De esas frustraciones y de sus ecos nacen las relaciones que se entrelazan en una ciudad olvidada del sur de los Estados Unidos donde la autora sitúa esta novela. Siempre se nos dice que la literatura está plagada de historias de perdedores, aquellos con los que los lectores mejor se identifican (quizá porque ellos también lo sean), y esta es una de esas historias de perdedores donde lo importante no es aquello que ocurre o se nos cuenta, sino lo que no se nos muestra. Ese punto de misterio y secreto Carson McCulllers nos lo van construyendo de una forma lenta y en apariencia sencilla (nada más lejos de la realidad), para a partir de ahí, levantar un clásico de la literatura norteamericana por su capacidad para abrir puertas por las que dejar transcurrir las vidas y los deseos de unos personajes que no consiguen que la flecha de Cupido acabe en el corazón de la persona a la que aman. El punto de partida de El corazón es un cazador solitario es John Singer, un sordomudo enamorado de su amigo. Un personaje que se convierte en el armazón de una historia que gira entorno a sus silencios y a la capacidad que los demás depositan en él a través de la falta de comunicación. De esa profunda incomunicación nacen los deseos hacia él de la joven Mick Kelly, del alcohólico Jake Blount, del dueño del restaurante donde todos paran Biff Brannon, y del doctor Copeland, un médico negro con ideas revolucionarias. En este sentido, Singer se convierte para todos ellos en una especie de santo al que confesarle sus secretos, anhelos y frustraciones. Esa capacidad que tienen los demás de convertirle en un gigantesco buzón de sus deseos es la que utiliza Carson McCullers para incidir en todo aquello de negativo que existe en la incomunicación, pues en demasiadas ocasiones se transforma en una falsa versión de la realidad. Es en esos mundos paralelos, es donde la ficción que nos propone la autora sureña alcanza altas cotas de literatura. Literatura que araña sobre lo más profundo de la naturaleza humana. Literatura que nos relata la necesidad de dar a conocer nuestros sentimientos y frustraciones. Una búsqueda de emociones que McCullers no solo aborda a través de sus personajes, sino también mediante la situación política internacional (la acción se sitúa en la década de los años 30), el racismo o la lucha de clases. Todo ello envuelto en un papel cebolla que actúa como distorsionador de la realidad y, que hace del aislamiento de unos personajes perdidos en sus propias vidas, unos héroes sin voz. Héroes de vidas sencillas, anónimas y atormentadas. Héroes sin voz cuya máxima necesidad es la de salir de ese sarcófago vital. Una necesidad que McCullers nos narra en esta larga novela donde el mundo es un aparte de aquello en lo que ella fija su mirada, una joven de 23 años que analiza de una forma puntiaguda el mundo interior de cada uno de sus personajes. Personajes solitarios que a lo largo de su carrera fueron los protagonistas de sus historias. Historias cargadas del simbolismo de la inocencia que va en busca de una felicidad que, quizá, no exista, pero que quizá, también, sea el motor que mueve el mundo de mediante una sinergia de fuerzas encontradas que chocan una y otra vez entre sí para dar a luz algo nuevo: la vida que se crea con el amor. El de un hijo hacia su madre. El de una joven hacia una persona adulta. El de un médico negro hacia sus semejantes. O el de un joven hacia su amigo. Porque, quizá, todos ellos sean ejemplos del carácter secreto del amor.

Ángel Silvelo Gabriel.


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