El sueño en la poesía

El sueño en la poesía

Joel Bulnes

Hemos hablado en un artículo anterior acerca del dormir y vimos que en español el sustantivo “sueño” no solo hace referencia a las imágenes que nos representamos mientras dormimos o a los proyectos cuya realización nos parece cercana a lo imposible, sino también al acto mismo de dormir, por ejemplo, si alguien dice: “voy a echarme un sueñito” entendemos que esa persona se va a dormir un rato, y no que va a soñar. En nuestro idioma, pues, el acto de dormir se entrelaza a veces con el de soñar. El ejemplo clásico es que decimos “Tengo sueño”, lo cual se traduce en inglés como “I´m sleepy”, sin que aparezca la palabra “dream” (“sueño”) por ningún lado. Pero hablemos ahora del sueño en la poesía. En esta sutil materia resulta ineludible mencionar a Calderón (1600-1681) quien de plano equiparó la vida con el sueño en su célebre obra “La vida es sueño”, en la que Segismundo, el protagonista, dice: que el vivir solo es soñar; / y la experiencia me enseña, / que el hombre que vive, sueña / lo que es, hasta despertar. /. Y a continuación, como la categoría “hombre” es bastante amplia, Calderón procede a desmenuzarla en grupos, empezando por los reyes (“Sueña el rey que es rey”), los ricos (“Sueña el rico en su riqueza”), los arribistas de la época (“Sueña el que a medrar empieza”), y continúa con los pobres “Sueña el pobre que padece / su miseria y su pobreza”./. Aquí percibimos de inmediato que Calderón flaquea, no en la versificación, sino en la idea. No se lo creemos. Aceptamos de forma natural la relación que existe entre el sueño y los estados “lisonjeros”, que agradan y deleitan, como ser rey o ser rico, pero no entre el sueño y la pobreza, porque ésta última es algo que se sufre y produce espanto, a menos que uno sea un asceta. Aceptamos que los bienes y los placeres que nos da la fortuna son algo que podríamos perder de golpe, lo cual equivaldría a despertar de un “sueño”. Soñar en la pobreza sería una pesadilla o por lo menos “un mal sueño”, no un “sueño” a secas. Segismundo no sueña que está encerrado en la cárcel, lo que podríamos decir que “soñó” fue el “otro estado más lisonjero” en el que, momentáneamente, se vio al salir de ella. Pero dejemos descansar a Calderón que cierra, junto con Sor Juana Inés de la Cruz, el Siglo de Oro de nuestras letras y vayamos al inicio de esta época dorada que abren Boscán y su amigo Garcilaso, quienes, dicho sea de paso introdujeron definitivamente el soneto en la poesía hispánica. En un célebre soneto, Boscán (1490- 1542) se refiere al sueño como un “dulce no estar en mí”, reconociendo, por supuesto, que en el sueño hay algo de mentira y engaño. En esto están de acuerdo todos los autores. Calderón se refiere a este aspecto usando las palabras “ilusión”, “sombra” o “ficción”. En Boscán, sin embargo, la “mentira” del sueño equivale a una justa compensación por todas las desdichas sufridas durante la vigilia. Dice Boscán: y es justo en la mentira ser dichoso / quien siempre en la verdad fue desdichado./. Terminemos ya esta somnífera reflexión acerca del sueño en la poesía, y vayámonos a dormir con estos endecasílabos de Gutiérrez Nájera (1859-1895), que no comentaremos porque son bastante elocuentes: Dormir… soñar… El sueño, nuestro mago, / ¡es un sublime y santo mentiroso! /.


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