El teatro. Más allá de las fronteras tecnológicas

El teatro. Más allá de las fronteras tecnológicas

El teatro es un arte universal que no acepta ni localismos, ni chovinismos, ni un único idioma. Es la diversidad misma de las lenguas y no excluye a ningún espectador. Detesta el encierro. La mirada geográfica del mundo, las nacionalidades y los totalitarismos. Busca siempre la expansión de las ideas y las nuevas propuestas. Por eso es mágico, por eso es radical, por eso siempre debe estar en movimiento. En el teatro no cabe burocracias, ni mandatos, ni gobiernos. El tentador mundo del pensamiento es su guía. Por eso no es pedagógico, sino la alteración misma del orden impuesto. Mueve y remueve y se auto regula, se auto recrea. Por eso es lúdico. Es un hecho colectivo, donde cada elemento fuera y dentro del espectáculo es crucial. Es rebelión y sosiego, descanso y recreo, palabra y silencio. Un acto dialéctico que origina la reflexión inequívoca de cada asistente a su festín. Cuando Peter Brook puso en escena Ubú Rey, la celebre obra de Alfred Jarry, sabía que tenía que inventarse la multiculturalidad. Miramos un espectáculo multilingüe que despertó el furor y la conciencia de quienes estábamos ese día en el Teatro. Pudimos alterar el tiempo y paralizar el evento para que por su propia voluntad salieran de la platea políticos corruptos que querían ver lo que Brook hacía del celebre personaje; sin imaginarse que justo ellos, los políticos y sus prácticas, eran los Ubú que Brook vestía en el escenario. No lo soportaron, marcharon tras el abucheo y los vítores rabiosos del público. En ese momento, el espectáculo éramos nosotros y nosotras, en muchos idiomas. En ese momento, éramos también pensamiento y alma, y nos pudimos entender, nos pudimos conectar desde la única lengua verdadera, la creatividad y el pacto indisoluble entre espectador y espectáculo. Cuando tuve el privilegio de actuar en la obra del colombiano, Esteban Navajas Cortez, “La agonía del difunto”, dirigido por el director venezolano Luis Márquez Páez, ya difunto, en un texto que habla de cómo una comunidad organizada de campesinos, da la vuelta a sus desventajas e infortunios, para hacerla fuerza contra quienes los había explotado desde la colonia, viví en carne propia el levantamiento de jornaleros de la caña de azúcar, animados por el desenlace de la obra. En la calle estaban los Benignos, las Otilias, personajes muy bien construidos por Esteban, protestando por sus pagas. Era teatro de agitación y funcionaba, porque se construía a partir de una premisa indispensable, la verdad que unía a actores y espectadores. Lazo de conciencia atravesando la convención teatral, para convertirla en realidad.¿De qué forma entonces creemos que podemos entender el teatro desde la pantalla de un ordenador? ¿O, en la breve reacción de un público, micro habitando un espacio que no se hace perpetuo en la memoria, porque pasa con la rapidez con la que solo alcanzas a darle un like, para que llegue otro y otro micro y otro más? Jamás se podrá sustituir su idioma de tinglado rodeado de personas, de carromato arrastrando trovadores y juglares. De plazas y plateas con máscaras y cuerpos sudorosos. Nunca dejaremos de esperar que se abra el telón para decirnos: ¡Qué viva el teatro!, Aquí está. Esta es su carne, su piel. Las experiencias del teatro llevado a las pantallas no han sido muy exitosas, porque él comienza con la misma compra del ticket, cuando eliges la butaca o lees el programa. Es indispensable el comentario final, la cena y el brindis en la cafetería, para continuar la obra con la reflexión. El calor de los asistentes. Creo que, las plataformas comunicacionales actuales facilitan la convocatoria, pero jamás el hecho teatral. Sin el intercambio de actores y público, con o sin la separación del proscenio, no se completa la obra. Nos espera la perfección en un futuro cibernáutico, seguro todos estamos abiertos a recibirlos, pero yo seguiré siempre esperando que se abra el telón, para enjugar mis lágrimas o reventar en suspiros o en asombro o aplausos por esa maravilla que se hace pura conciencia y sentimientos.

Marianella Yanes Oliveros, Escritora


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