THOMAS WOLFE, HISTORIA DE UNA NOVELA: EL PODER BRUTAL Y FULGURANTE DE LA LETRA IMPRESA

THOMAS WOLFE, HISTORIA DE UNA NOVELA: EL PODER BRUTAL Y FULGURANTE DE LA LETRA IMPRESA

Abandonarse a la lujuria del tiempo. Un instrumento con el que colonizar el mundo a través de la memoria. Una memoria repleta de palabras que salen abruptamente de la mente y necesitan un espacio para ser eternas. De la memoria a la realidad, o de la más pura ficción que encuentra su fuente en la que saciar su sed en el día a día. En el poder brutal y fulgurante de la letra impresa como nos dice Thomas Wolfe en esta portentosa novela corta donde la literatura lo es todo: el mundo y sus aledaños. Porque Wolfe, víctima de sus desmesurada memoria, es incapaz de huir o dejar a un lado ese mínimo detalle que le martiriza y le obliga a plasmarlo en una cuartilla en blanco que a él se le queda pequeña e inútil para tanto como tiene que contar. La vida, su vida. El mundo, su mundo. Su ingenio descomunal repleto de una intensa prosa poética que lo acapara todo: lo superfluo y lo fundamental. Nadie como él para describir la melancolía o ese aura que anda suspendida en la atmósfera que envuelve a sus personajes. Thomas Wolfe en Historia de una novela nos habla del método a la hora de empezar a escribir de un escritor joven y sin oficio. De esa literatura que parte de la autoficción o autobigrafía y sus consecuencias. De su gran memoria, o del torrente inagotable y la vividez de sus recuerdos. A pesar de todas esas iniciales intenciones, Historia de una novela se aparta del método para sumergirse en el caos de un escritor que no conocía límites a la hora de ponerse a escribir. De ahí, el gran alumbramiento que supuso para su obra el conocimiento y sabiduría de Maxwell Perkins, su editor, que con una paciencia infinita y unas dotes inigualables sobre la materia prima con la está formada la gran literatura, hicieron de su obra algo único; único y portentoso. Perkins evitó la capacidad de dispersión del escritor, pero no solo hizo eso, sino que acabó aguantando los desplantes y el mal humor de Wolfe; una terapia que le llevó a acogerle como si fuera el hijo que nunca tuvo (solo tuvo hijas). De esa templanza, sin duda, emergió una gran obra, solo truncada por la temprana muerte de Wolfe a la edad de treinta ocho años víctima de la tuberculosis. Wolfe, coetáneo de Fitzgerald o Hemingway, con quienes además compartía editor, fue un verso libre de la historia de la literatura norteamericana del siglo XX; un escritor a quien se le comparó con el poeta Walt Whitman, por su innata capacidad de retratar el mundo tal y como era, además de por la fuerza expresiva de su narrativa. Historia de una novela es una atormentado e intenso caleidoscopio vital y literario lleno de nostalgia. Una añoranza que Wolfe expresa, acerca de sus orígenes y su familia, cuando vive en el extranjero en ciudades como Londres o París, donde aislado en una habitación reconstruye aquello que forma parte de su vida de una forma íntima e innegociable con el resto del universo o las más ponderosas posturas literarias. En este terreno inabarcable e inasumible para la gran mayoría, el mago de las letras juega a ser Dios a lo largo de los seis años que transcurren entre la publicación de su primera novela El ángel que nos mira (1929), y la segunda: Del tiempo y el río (1935); un período de tiempo que él sí condensó en unas pocas páginas que son, sin duda y entre otras cosas, un homenaje a su editor, pues su figura resplandece entre tanto caos, pues no hace falta más que leer la extensa enumeración a la que él nombra como, sueños de culpa y tiempo, para darnos cuenta de que su portentosa memoria se comporta como un Dios en la tierra: pues esa enumeración es la máxima recreación de un paraíso terrenal a través de las palabras; un paraíso donde las imágenes y los recuerdos reconvertidos en palabras y conceptos asaltan nuestra mente como un todo del que es muy difícil escapar: «Había un tipo de sueños que sólo podría catalogar aquí como sueños de culpa y tiempo. Camaleónicos en toda su abominable e incesante fecundidad, estos sueños volvían a erigir ante mí todo el universo que había conocido, los billones de rostros y el millón de lenguas, y lo hacían con malévola arrogancia, con facilidad y sin esfuerzo. Mi conflicto diario con cantidades y números, las enormes listas de mis años de lucha con las formas de vida, mis brutales e interminables esfuerzos por registra en mi memoria cada ladrillo y adoquín de todas y cada una de las calles por las que había caminado, cada rostro en medio de cada confusa multitud en todas las ciudades, cada uno de los países con los que mi espíritu había entablado una lucha salvaje y desigual por la supremacía...» Y, así, hasta el infinito, donde la universalidad de su prosa y su literatura no hace más que crecer, como el poder brutal y fulgurante de la letra impresa en la que se vio encadenado. A lo que sin duda han contribuido las nuevas ediciones de sus novelas cortas emprendidas por la editorial Periférica en el año 2014 con El niño perdido; o la gran recopilación de sus relatos y novelas cortas editada por Páginas de Espuma bajo el título de Cuentos en el año 2020.

Ángel Silvelo Gabriel.


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