Gloria Fuertes que está en su gloria

Gloria Fuertes que está en su gloria

   ÉRASE una vez una mujer gorda y fea con espíritu de niña ingenua, que en lugar de alma tenía versos, y le salían a chorros cuando estaba sola en la sala de su casa, como una poeta de guardia permanente dedicada a enseñar al que no sabe descubrir la alegría encerrada en todas las cosas para hacer más grata la vida. Por eso le dieron un programa en la televisión, que ella decoró con globos de muchos colores que al volar dejaban un rastro de versos diversos versados en sus sentimientos.

   Le salían los versos con tanta facilidad que publicó 24 libros para personas mayores y 39 para las que todavía no lo eran, pero esperaban serlo gracias a sus recomendaciones. Por ello debe ser calificada de mujer muy trabajadora, que cocinaba mal, eso era cierto, porque descubrió que también entre los pucheros anda la inspiración, y por seguirla se le iban el santo y seña al papel y tenía que ponerse a traducirlos.

   Con todo ello estaba siempre en el séptimo cielo, porque su casa era el sétimo piso a la izquierda, eso siempre, en la calle dedicada al acalde fascista Alberto Alcocer. Ella comenzó su vida pública, es un  decir honesto, publicando en las revistas editadas después de la guerra, que inevitablemente era todas fascistas, porque la habían ganado ellos. O se hacía colaboracionista y colaboraba en ellas con ellos, o esperaba a que cambiase algún día el régimen para mandar sus escritos a revistas democráticas. Así que se puso a régimen, porque estaba muy claro que iba a durar mucho, dada la parsimonia del pueblo español, creador de un auxilio social dedicado a recoger a los dictadores expulsados de sus países respectivos. A nadie se le ocurría que en éste pudiera hacerse lo mismo con el propio.

 

La casa y la inquilina

      Gloria sabía que era fea y no intentaba disimularlo, cosa que de todos modos, le hubiera resultado muy difícil conseguir. Al revés, para resaltar la fealdad se vestía con ropas inadecuadas pero cómodas. Recibía a las visitas en casa vestida con unos pantalones a cuadros que debió de heredar de su abuelo el Chundarata, que el pobre estaba loco, según ella misma contó. La casa tampoco se adaptaba al estilo habitual de los hogares burgueses acomodados, sobre todo en la zona señorial en la que se encontraba.

   Es que aunque la zona fuera burguesa la inquilina no lo era, sino todo lo contrario. Lo delataba un espléndido dibujo dedicado por Rafael Alberti, las pinturas ingenuas, por otro nombre aceptado “naïves”, pese a ser un barbarismo inaceptable, realizadas por una amiga suya; los muñecos representantes de los personajes protagonistas de sus cuentos, una bonita colección de pisapapeles, trofeos concedidos a escritos suyos en verso y prosa, y una variedad de objetos nada usuales, para no mencionar los libros porque se dan por sabidos en el hogar de un escritor.

   Vivía muy bien, ya que los programas televisivos están pagados como se merecen, y dejó una herencia bastante para crear la fundación de su nombre. De modo que el arte de escribir por el gusto de hacerlo resultó además en su caso un buen negocio, como lo demostraba su casa. No tanto por los versos como por los programas infantiles. A los niños les parecía un ser excepcional, dotado de todas las gracias. Me contó la hija pequeña de una amiga que se la imaginaba como un hada muy bella, y no me atreví a corregirla. Después de todo, si sus escritos permitían crear esa visión, tal vez

fuera cierta y los mayores no fuésemos capaces de verla.

 

El arte de escribir

    Le salían solas las rimas ripiosas, incluso en la charla amistosa, de modo que las insertaba en los poemas con total sencillez. Eso que los ingleses denominan nonsense para ella tenía un sentido, y lo utilizaba con fortuna. Madrileña castiza, nada menos que del barrio de Lavapiés, nació con una gracia innata aplicada con éxito a los escritos. Cuando el ripio tiene verdadera naturalidad vale por toda una comedia de costumbres.

   Vino al mundo en la calle de la Espada, y supo afilarla muy finamente para ordenar las palabras como si jugara con ellas. En realidad sí jugaba, porque se divertía haciéndoles buscar compañías poco recomendables en los serios tratados de preceptiva literaria. Ella presumía de indocta, nunca estudió en una universidad, y muy poco tiempo en la escuela, porque le correspondió crecer en un momento trágico de la historia de España. Contaba que su universidad fue la calle, que es donde más se aprende, y la guerra su instructora, que es la más instruida para los que consiguen salir vivos de ella. Aunque todo eso es posible cuando se posee un instinto especial, porque ella lo heredó quizá de su abuelo, y de esa manera dominó el arte de escribir sin arte, en el que fue maestra sin escuela, y sin discípulos debido a que su estilo resulta demasiado suyo y por eso incomparable.     

   Sus escritos son tan fuertes como lo anuncia su apellido. Con ese coraje proporcionado por la universidad callejera, y en su caso de zona castiza maltratada en los sainetes y las zarzuelas, aprendió a contar las cosas como son. Y también aprendió a odiar la violencia de cualquier clase, así en la guerra como en la paz. El título de uno de sus libros lo deja bien claro: Ni tiro, ni veneno, ni navaja.Solamente un lápiz y un papel, con los que luchar por la paz tan ansiada en la guerra.

 

Contable y contadora

   El problema representado por su biografía consiste en que cuando llegó la paz al Madrid vendido y traicionado resultó tan triste como la guerra, porque si ya no había amenaza de bombas y obuses quedaba la de la policía secreta y los delatores. En esas circunstancias no se podía pensar en estudiar, sino en trabajar para conseguir alguna comida con los vales del racionamiento. Iba a la iglesia, la oficial, por necesidad, aunque se declaraba agnóstica de profesión: en aquellos años triunfales de la victoria, para conseguir trabajo era obligado presentar un certificado del párroco informando de buena conducta. Un pan bien valía una misa.

    Gracias a su forzosa piedad consiguió colocarse en una empresa con el puesto de contable, pero de números, no de cuentos, como ella hubiese querido. Estaba predestinada a contar, entre otras cosas sus experiencias de aquellos años encarcelados. No se podía elegir, era forzoso resignarse a aceptar lo que se presentara, con el ánimo de ir tirando, según el dicho popular, más bien arrastrando el peso de malvivir en aquellas circunstancias.

   Tuvo la suerte de lograr el cargo de redactora en el semanario infantil Maravillas, y así pudo, como ella decía, cambiar las cuentas por los cuentos. Se sintió como Alicia, aunque su país no tenía nada de maravilloso, pero conseguir un trabajo de contadora de cuentos en vez de contable de operaciones aritméticas constituía en sí mismo una maravilla imposible.

   Después se fue ampliando la zona de sus colaboraciones, por entonces dedicadas todas a lectores infantiles. Ya componía poemas de otro tipo, digamos para personas mayores, pero el momento no era propicio para la lírica, ya que a los vencedores de la guerra lo que les encantaba era la épica que les permitía cantar y encantar sus triunfos bélicos, y eso a ella le disgustaba. No le quedaba otro remedio que transigir con el fascismo victorioso para sobrevivir, pero siempre con dignidad. Hasta 1950 no consiguió editar su primer libro de poesía para adultos, Isla ignorada, título a tono con su realidad, puesto que tanto la autora como la obra estaban igualmente ignoradas. En aquellos momentos era preferible no destacar en nada que no fuese el culto a la personalidad del dictadorísimo y sus generales. 

   En la posguerra había un partido único, un sindicato único, una religión única, y una censura única, especialmente celosa en el caso de las publicaciones infantiles. Gloria se sabía escritora, estaba capacitada para contar historias en prosa y cantarlas en verso, y necesitaba ganar dinero, de modo que colaboró en las publicaciones del momento, sometidas todas a las normas impuestas por el fascismo en la vida nazional, con zeta de nazi. O se aceptaba la situación o se callaba uno voluntariamente para evitar que le impusieran el silencio en una mazmorra, cuando no en una tumba. Gloria no quiso callarse, sino todo lo contrario, pero debía tener cuidado con lo que escribía, porque una de las oficinas oficiales del régimen que mejor funcionaba era la de censura de prensa e imprenta.

 

La estrella invitada

      Con la prudencia forzosa escribió y habló mucho, con esa voz tan peculiar suya. Los editores sabían que si acompañaban sus libros impresos con discos grabados con su voz se vendían más y mejor. No declamaba, qué horror, eso nunca. Leía con naturalidad, pero también con intencionalidad, enfatizando la palabra interesante. Podía modificar el texto escrito sobre la marcha, si así lo aconsejaba la situación. Vivía la poesía en el momento, se puede afirmar que la creaba de nuevo en ese instante con todas sus consecuencias. Por algo se definía como poeta de guardia, lo mismo que los farmacéuticos, los policías y los bomberos. No era tan frecuente encontrar un poeta de guardia, pero ella lo estaba permanentemente. Sabía que los poetas son muy necesarios en momentos tristes, y ahí estaba ella dispuesta a cumplir con su deber elegido por gusto.

   Conocía muy bien el modo de conectar con el auditorio, en persona o a través de la televisión, lo mismo con los mayores que con los niños. En Televisión Española, la única durante años, dirigió programas infantiles semanales, con prosas y versos, y también canciones; una se hizo especialmente popular, “Un globo, dos globos, tres globos”. Su entendimiento del mundo infantil era intuitivo, puesto que ni tenía hijos ni trabajaba en una guardería, y no obstante acertaba a tratar a los niños como una igual, nada de maestra de escuela, sino otra alumna, más vieja, más sincera y más poeta. Como suele anunciarse en los créditos, Gloria parecía la estrella invitada de aquel espectáculo, en el que brillaba en privado, y con todo derecho podía exigir ser la protagonista.

   Los ripios le salían sin querer, y muy bien ripiados. Son los que nos hacen mucha gracia, aunque si los repasamos con calma comprobamos que guardan una intencionalidad crítica. Había aprendido a censurar con disimulo, precisamente para evitar la censura del lápiz rojo oficial siempre afilado. Permanecía de guardia para observar todo lo que sucedía en el país, y contarlo a su manera. Era única, porque era muchas cosas a la vez en aquel país igualmente único, según ella misma se autorretrató:

Gloria Fuertes

antipoeta

teóloga—agrícola

diputada en cortes

de mangas

profesora en partes

comadreja—

puericultora

archivera

hechicera de cartas

perita en dulce

sus labores—

doctora en bordados a mano

y a máquina

campeona de “pentalón” corto.

   No eran juegos de palabras. Puesto que trabajaba con ellas, les tenía mucho respeto, no se permitía considerarlas un juego. Sencillamente, sabía utilizarlas a su conveniencia, con una sonrisa, porque la vida fue con ella tan dura que necesitaba disfrazarla un poco para soportarla. Decía que los versos le llegaban solos, sin buscarlos, desde luego sin preocuparse por las sílabas o las rimas. Precisamente una palabra se le imponía, y la colocaba en el papel sin saber lo que vendría después como complemento. Esa inspiración, palabra que ella detestaba, pero explica la llegada del impulso creador, se le colaba en cualquier momento sin pretenderlo, y se quedaba.

   Los profesores universitarios juzgaron sus versos con arreglo a las leyes de la preceptiva, a sabiendas de que ella las ignoraba. Fue autodidacta diplomada en ignorancia, porque no necesitaba estudiar la retórica para componer un poema que llegaría a todo tipo de lectores, los cultos y los ignorantes, los viejos y los niños. Ahí estaba su fuerza comunicadora de poeta para todo siempre de guardia, ejemplo de mujer trabajadora sin necesidad de anunciarlo.

ARTURO DEL VILLAR

PRESIDENTE DEL COLECTIVO REPUBLICANO TERCER MILENIO

 

 

 

 


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