La trastienda de la escritura, de Liliana Heker

La trastienda de la escritura, de Liliana Heker

“No hay fórmulas”, una aseveración que vamos a leer (varias veces, con variaciones) para reforzar nuestra creencia en que sí, acá tenemos un libro que, por una vez, no nos engrupirá con instrucciones de manual o recetas de cocina, ni nos embelesará con bellas palabras sobre la mística del impulso creativo o la necesidad de un “ambiente productivo” para producir y crear impulsados. Si eso no ayuda al convencimiento de su lectura, quizá lo haga el curriculum de la autora, que desde hace más de cuarenta años organiza talleres literarios, o quizá los de Samanta Schweblin, Inés Garland o Guillermo Martínez, que han salido de dichos talleres literarios. Díganme anticuado, pero eso colabora a que siga leyendo. Dice la escritora: “Creo que nadie le puede enseñar a otro a escribir (…) que todo escritor, por caminos complejos y diversos, aprende su oficio” . Entonces, ¿para qué estamos acá? A diferencia de otro título al que también podemos agraciar con el mote de No bullshit (el esencial On writing, de Stephen King), la “no bullshit” de Liliana tiene para acotar sobre muchísimos más aspectos de la creación literaria: el terror a la página en blanco (“las ganas de escribir vienen escribiendo”), la construcción de diálogos (“siempre hay algo más que la exposición de ideas tejiéndose en el subtexto”), de sintaxis (“para romper ciertas reglas {…} hay que conocerlas muy bien”), los principios (“es útil saber que al lector le queda todo el cuento por delante para enterarse de lo que hace falta que sepa”) y finales (“solo encontrar las palabras y el ritmo que hacen falta para que todo su potencial estalle y {…} sea recordado”). Todos aspectos específicos en que los escritores debiéramos pensar si nos tomamos en serio el oficio. Nuestra autora nos presenta esta serie de características y elementos como una suerte de catálogo que expande de forma práctica con un racconto de sus novelas y algunos de sus más reconocidos cuentos, en el que pareciera querer consolarnos al asegurar “así lo hice yo, con la misma incertidumbre y falsos comienzos que vos tenés, pero está bien que sea así”. Y es que no hay (buen) arte que brote de alguien que no haya dudado alguna vez. Pero hay más de la materia que los une de la que los separa a estos dos ensayos: ambos tienen una extensión aproximada de 280 páginas (el límite universal a partir del cual se comienza a bolacear, aparentemente), ambos parten de la vida del escritor y su obra. La de la escritura es una historia personal. Es la combinación de experiencia de vida, incidentes, convicciones, lecturas y descubrimientos la que lleva a Liliana Heker a construir Zona de clivaje (1987) y es cómo esa misma combinación no hubiera llevado a nada de no estar ella imbuida en el proceso de creación a través de los veintitrés años que le costó terminarla. De ahí tratamos de rascar lo más posible para crear nuestros propios relatos. Y no puede ser de otra manera. Porque todo libro honesto sobre escritura también debe ser en parte autobiografía. Así podemos confiar en que el credo que utiliza a modo de epílogo no lo sacó del mismísimo aire que respira, pero también así es que vemos que ese aire es diferente del nuestro, de la línea vital que nos lleva a tener descubrimientos propios y no a crear ninguna historia de un boxeador o una germofóbica que haya sido creada antes. Un bonus de este libro es que esconde además una antología por armar. Las ramificaciones de los cuentos que Heker utiliza para ejemplificar sus conceptos funciona de la manera del linaje literario del que hablaba Borges, tanto con muchos citados de Castillo (y Hemingway, y Salinger) como piezas de Schweblin y Garland que son de la partida. El receptor de este libro es múltiple. A un escritor que comienza le da esperanza: El compartir los mismos pensamientos que ella, tanto los positivos como los negativos, a la vez de aprender de su experiencia le brinda posibilidades que antes no estaban ahí. A un profesional le sirve para afinar su prosa, rechequear conceptos. A un transeúnte para descorrerse el velo (al leer el capítulo “Sobre la inspiración”, no más). A este último grupo no se le niega nada, no hay apariencia de que este sea un “club cerrado”, donde ellos solo pueden mirar de afuera. La escritura clara, accesible de Heker brinda la posibilidad de que a toda persona que quiera entrar a este mundo pueda hacerlo: “Yo no podía expresar el caos de manera caótica”, dice en una nota para Clarín. Y le agradecemos por ello.

Alejandro Mársico

 


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