Ricardo Martínez-Conde: ‘Solvitur ambulando’ (En torno al Mediterráneo)

Ed. Vitruvio, Madrid, 2019

Ricardo Martínez-Conde acaba de publicar un nuevo libro de viajes, en esta ocasión se circunscribe al entorno Mediterráneo, aunque profundiza en algunos parajes que lindan con el Océano Atlántico y el Mar Negro, cercanos a nuestro querido “Mare Nostrum” de los romanos, pero también de los europeos de ahora. El escritor viaja a su particular modo por ciudades y tierras conocidas de las que da una visión diferente a la que puede apreciar el consabido turista o el viajero perspicaz. El autor de “Solvitur ambulando (En torno al Mediterráneo)” es un viajero pausado, metódico y sagaz. Pocas cosas se le escapan a la visión íntima de los paisajes que recorre, que bien pueden ser ciudades monumentales o campos yermos o floridos. Monumentales como Roma, Estambul o Florencia o campos como los de Túnez o los del interior de Turquía, sin olvidarnos de países como Rumanía o Bulgaria, lugares donde difícilmente se pierden los viajeros. Ricardo Martínez-Conde es un viajero que se mueve a cámara lenta. Con pasos cortos, pero decididos, se desplaza lentamente por los lugares a los que escoge viajar. Esos pasos le hacen deambular por ciudades como esa Roma eterna e imperial, que en la actualidad está llena de motos que dan una sensación de vértigo al paseante con sombrero. El autor se fija en la monumentalidad de sus edificios, en ocasiones demasiados ostentosos, o en la sencillez de sus habitantes, que pueden ser modestos gatos errantes o personas de una amabilidad llana y cercana. Los pasos del escritor, pese a su sosegado andar, va dando saltos de uno al otro lado del Mediterráneo. Comienza en Italia y salta como liebre a Túnez o Grecia. En su recorrido no puede dejar de visitar las islas más emblemáticas de nuestro mar común como Malta o Sicilia. En la primera isla, de terreno kárstico y pedregoso, se fija en la discreción de sus gentes, en la segunda en la monumentalidad de sus edificios donde el arte se convierte en una osada exquisitez de sus formas. Disfruta admirando esos edificios, pero también lo hace tomando un café en cualquiera de los muchos establecimientos que pueblan Palermo o Messina, tierras que antaño formaron parte de la Corona de Aragón. En todos sus paseos, recuerda a los escritores que nacieron en esas tierras, no puede dejar de citar a Pirandello cuando visita Agrigento o a Fatos Kongoli cuando se desplaza por la hermética Albania, nación que parece vivir en una burbuja del pasado, aunque su nueva democracia parece empeñada en situar a su país en el mapa de donde fue borrada en años pasados. Marruecos es un lugar querido por el autor, sus medinas, centro del comercio de sus ciudades, son un laberinto por donde el autor le gusta perderse, como lo hace en Estambul, centro de la cultura mediterránea, puerta giratoria y movible por la que se entra y se sale hacia dos continentes y en la que le gustaría marearse sin saber por cuál de los dos decidirse. Hoy Asia, mañana Europa o al revés, tanto da y en el frente Estambul. Vuelven sus pasos a tierras griegas, cuna de la democracia y del sentido estético, donde la reciente crisis económica ha hecho grandes estragos de los que no consigue salir de manera airosa. Una sensación de desorden invade ese bello país, algo parecido ocurre con países como Eslovenia y Croacia, lugares de una belleza exquisita y rara bañada por el Adriático que, todavía, parecen pérdidas en el pasado. Sus ciudades monumentales siguen teniendo el gusto imperial de un pasado que sigue perviviendo entre sus piedras y sus gentes. Ricardo Martínez-Conde utiliza en sus viajes la parsimonia que usan los grandes escritores. Con lenguaje ágil, visual y concentrado, cuenta al lector sus experiencias por esos países para los que el Mediterráneo ha sido su centro. No deja de ser un viaje hacia uno mismo. Un viaje que es un aprendizaje emocionante para conocerse a uno mismo y a las personas que la casualidad ha querido ponerle en su camino. Siempre, en sus viajes, el caminante vuelve a Italia, y no podía dejar visitar la región de la Toscana y sus ricas ciudades presididas por esos relojes que cuando llega el atardecer parecen que se van parando, que sus minuteros se frenan para que pueda el viajero disfrutar de un merecido descanso en cualquier terraza de sus monumentales plazas. Como el reloj de sol que deja de funcionar al anochecer, su tiempo se paraliza para que podamos leer con detenimiento las andanzas del viajero que se desplaza lentamente, con parsimonia para disfrutar de las pequeñas maravillas que el viaje le depara.                                    

Javier Velasco Oliaga                                   

Escritor


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