Trinidad Gan en las garras amables del tiempo

Arturo del Villar

   UNO de los más constantes temas inspiradores para los poetas es el tiempo, no hacía falta decirlo, y ahora Trinidad Gan aporta su propio comentario con este El tiempo es un león de montaña, que le permitió ganar el premio Generación del 27; ha sido editado por Visor con su pulcritud habitual (71 páginas, 12 euros). El título queda explicado en el poema final, “Pájaros huidos”, amparado por una cita de Cernuda en la que el tiempo se desliza por un cuerpo hecho irreal. La autora medita sobre las acometidas del tiempo padecidas tantas veces, debido a la acción constante de “un depredador de emboscada certera” (p. 70), un león de montaña dispuesto a agredirla, porque la acecha con “la fijeza letal de unos ojos selváticos”. Debe admitir que resultaron inútiles todos los intentos para evitar su asedio, porque nada le hace alejarse de ella, hasta reconocer por fin el fracaso resignadamente, ya que nada pudo contra sus garras, y al fin “Cubrió mi cuerpo con esa hojarasca / que llamamos memoria” (71). No obstante, de la memoria surge la escritura, una forma de superar su acecho, puesto que así “veo el tiempo quedarse detenido / a orillas del silencio”.

 

  

Se sirvió de la memoria para presentificar los encuentros anteriores con el león, un método adoptado con el propósito de ir realizando el poemario. Aunque aborda varios asuntos temáticos, guardan todos un hilo conductor, el del tiempo agresivo desafiante. Por lo que cuenta lo sintió a su lado, o más bien frente a ella, mirándola amenazadoramente, desde el habitual “Despertar”, según expone en el poema así titulado. Los ruidos nocturnos iban quedando sustituidos por otros, y sobre todos por la alarma del despertador, semejante al rugido de un león: “El león, que despierta. / Así comienza el día” (55). Y así empieza su jornada cotidiana junto al león incansable que la acompaña como un perro de compañía, con la diferencia de que un león es un animal salvaje que ella tendrá que domesticar.

   Lo sentirá caminar a su paso, como un peligro acechante, siguiéndola a todos los sitios adonde va porque forma parte de su vida. Es una muchacha con su león, se pasea tranquila porque no asusta a nadie, es invisible para todos, incluso para ella, que no lo ve pero siente su presencia como una sombra inseparable de su cuerpo. La sigue desde que se despierta hasta que vuelve a dormirse, cuando queda fuera del sueño por no ser una pesadilla, sino un ser verdadero, que existe pese a ser intangible, real pero sin presencia material. Lo señala en el poema final ya citado: “Y ahora, él escapa en la noche”, por no ser partícipe del sueño, dado que no es una alucinación onírica, sino una realidad invisible.

 

Teoría del reloj

   Hasta que suene de nuevo la alarma del reloj despertador, la señal para desertarse ella y asimismo su león al mismo tiempo. Como que el león es el mismo tiempo, el que impulsa a moverse a las manecillas del reloj. Por eso le concede tanta atención. Los relojes representan algo así como un lazo para atrapar al león. Un poema titulado “Piezas para brújula” (66-67) ofrece una gran complejidad interpretativa, dentro del tono general del poemario. Lo mismo que en otros textos, relata un viaje en automóvil, en el que debe de ir como pasajera, puesto que se adormece y se entrevé a sí misma en su niñez. Está adormilada, de manera que el león se desvanece, al no tener acomodo en los sueños, sean nocturnos o diurnos.

   Quedan solas esta Trinidad Gan del presente y la niña que había sido antes. La contempla en el cuarto de los juegos, ocupada en una tarea que verdaderamente gusta a los niños: destripar una maquinaria, en este caso un reloj. No existe placer comparable para un niño al de observar las pequeñas piezas integrantes de un aparato animado, con vida independiente del conjunto, y por ello la niña se siente feliz al entregarse

a destripar relojes viejos

--esos curiosos corazones

de un laberinto que habitamos--.

Los examina, los fragmenta

hasta que todo va llenándose

de diminutos muelles, de ruedas, de espirales. 

   La niña ha impedido que el reloj siga marcando el paso del tiempo. No ha visto ni sentido al león. En su ingenuidad puede suponer que de esa manera ha conseguido detener al tiempo. Y con las piezas sueltas se empeña en componer una brújula, el diminuto aparato redondo que facilita acertar el itinerario a seguir. La niña tal vez desea comenzar un viaje que la lleve por el tiempo. Es uno de esos afanes imaginarios, propios de los niños y de los escritores de ciencia ficción, viajar a través del tiempo gracias a una máquina todavía no inventada hoy, pero perfectamente futurible, que por ello podría venir desde el futuro y estar aquí y ahora.

   La niña imagina una aventura vital que la mujer ha superado con su vivir.

En ese vaivén temporal se desdoble Trinidad Gan, ansiosa por olvidarse del león ahora inadvertido, pero que se presentará al salir de la duermevela, porque la niña no ha paralizado al tiempo con destripar los relojes, ni siquiera le sirve la brújula para intentar un viaje por sus intrincados secretos. La realidad se impone, y los relojes enteros demuestran que los destripados habían seguido la marcha del tiempo cuando funcionaba, pero no eran el tiempo, de modo que los segundos continúan su avance imparable para convertirse en minutos, que serán horas y días y al fin años. La autora se despierta “mientras unos relojes aceleran su marcha / recompuestos por dedos invisibles”, y el león salta veloz para salir de su obligado letargo y concluir su camino imparable sin final conocido.

 

La vida como un tren

  Ya había presentado esa dislocación temporal en el primer poema, “Carretera 50”. La autora se retrata ahí conduciendo un automóvil al atardecer, mientras escucha una vieja canción que le recuerda otros tiempos lejanos. Le gustaría presentificarlos para volver a vivirlos, “pero el retrovisor, en su bruma, devuelve / tan sólo el balanceo de un león de mentira” (9). Es de mentira porque pertenece al pasado, entrevé un espejismo inconsecuente en el que recrearse, trasladándose imaginativamente desde el ahora en la carretera al momento evocado en la música. Lo está intentando cuando de repente la carretera se anima por el paso cercano de un tren, “que marcha acompasado con mi propio rugido” (10), el de su león, por supuesto. Las notas musicales insisten en actualizar el pretérito recuperado en la memoria.

   Así esta escena vulgar adquiere un valor especial para ella, porque en los vagones del convoy viajan espejismos de ella misma en diversas épocas; una niña que escribió algo en el vaho de la ventanilla, una muchacha al encuentro del primer amor, unas mujeres ocupadas en diversas actividades en las que se reconoce, y otra sentada en el vagón de cola a la que apenas consigue ver, porque es la misma conductora del automóvil, en una dislocación temporal muy atrevida, pero eficaz: está guiando el vehículo, de modo que no puede enfrentarse al mismo tiempo “con la mujer que espera en el vagón de cola” (11), ya que solamente se puede estar en un lugar en un instante vital determinado.

   Si Manrique imaginó la vida como un río hasta desembocar en el mar “que es el morir”, Trinidad Gan la simboliza en un tren con muchos vagones, al que ve desaparecer cuando atraviesa un puente, que estará tendido sobre un río, como es lo habitual. Desaparece de su vista, pero escucha cada vez más lejanos “los pasos ya veloces de este animal nocturno / que sigue inexorable buscando su destino”, la estación final “que es el morir”, en donde el león de montaña incansable durante el día considera necesario dominar también el escenario nocturno con su figura invisible, “hasta que el ten y yo tan sólo somos / puntos de luz perdidos, tiempo en fuga”, en el final del trayecto, de la aventura o de la historia.

 

El oficio de escribir

   Este tema fundamental del libro se repite en otros poemas con otras palabras para explicar el mismo concepto. Es un recurso eterno en el que cabe toda una vida, y Trinidad Gan lo aprovecha con reiteración en estos poemas sin rima y no sujetos a una métrica estricta, aunque muestra su preferencia por el ritmo endecasílabo fragmentado según su conveniencia. No faltan unos poemillas breves, según parece ser moda, que algunos denominan  haikus, aunque Machado llamó canciones y decires a sus poemas cortos, y me paree que su ejemplo es más notable que el japonés. Antes había publicado tres libros y un folleto, que le han facilitado un buen dominio del verso, con el que ha llegado hasta El tiempo es un león de montaña bien pertrechada para contar sus experiencias temporales, y lograr de esta manera interesar a los lectores en ellas.       

   Actúa como una domadora de animales salvajes. En “Alfabetos” (58) expone su teoría acerca de la escritura poética, en lo que constituye un peculiar ejemplo de metapoesía, aplicada al asunto esencial predominante en el poemario. Reconoce que cada poema debe tener una estructura propia original, porque “No hay una sola piel que sea idéntica”. Ella aborda la escritura “con cuidado”, ya que supone que mediante ella va a realizar su autobiografía, la dejará fijada contra el tiempo sobre el papel, como testimonio de su aventura. La observa en su totalidad, los años en sucesión contenida de toda su vida hasta el momento: “Palpo la multiplicada escritura / de lo que sea el mundo”, enteramente desvelado gracias a ese acto creador. Esta actividad le permitirá descubrir “lo poco o mucho que sabré de mí”. De modo que es una experiencia vital además de artística, a la que por eso mismo se entrega apasionadamente. Vida y poesía contienen la misma materia inseparable prendida en su tiempo.

   El látigo empleado por los domadores en los circos antiguos, cuando estaba autorizado su trabajo de alto riesgo, es en sus manos una pluma, dicho sea en representación de todos los utensilios de escritura, aunque hoy haya quedado anacrónica. Se enfrenta al león de montaña con el valor de la escritura lírica, basada en su esperiencia bien probada en la vigilancia continua sobre su compañero de viaje, el león de montaña. Sabe que en esa tarea se encuentra su justificación, porque la poesía supera al tiempo.

   A medida que se va componiendo el poema va perdiendo el león su fiereza. En cada verso restalla el látigo capaz de imponer su dominio culto sobre el salvajismo del animal selvático. Un refrán dice que la música amansa a las fieras, y Trinidad Gan ha descubierto que también sabe hacerlo con eficacia la poesía. Por  eso contempla cómo se transforma el león en los versos finales: “Y el león de montaña se desliza / como un gato feliz bajo mis dedos.” Síntesis de una doma culminada dócilmente.

 

La inspiración

   Otro buen ejemplo de metapoesía lo revela “Caza nocturna” (37), en donde Trinidad Gan explica la creación poética como una cacería, que al menos en este caso se desarrolla por la noche. Es la culminación de todas las experiencias amasadas durante un vulgar paseo por las calles. Puesto que el león de montaña se adormila por las noches, resulta un buen momento para sitiarlo en la jaula del papel. Camina al anochecer con el león a su lado, en pos del destello “de una luz derramada que persigo”, distinta de las farolas callejeras, la que iluminará la escritura lírica.

   Sigue mirando ese faro personal encendido para ella sola, mientras observa unas “sucesivas pupilas de palabras / cayendo en vertical sobre este asfalto”, las palabras que recogidas y ordenadas compondrán el poema cuando pueda escribirlo. Tiene el material a su disposición, le falta solamente utilizarlo. Pasa entre las cosas diversas encontrables en las calles. Sus versos nacen de los objetos cotidianos, de los noticieros informativos, y de cuanto observa su mirada escrutadora. Al fin termina el paseo:

Llego a casa.

Un zarpazo, un golpe oscuro,

que no sabe siquiera ser preciso,

me derriba,

casi a tientas enciende

la orilla nueva de un poema.

   Está completado el ciclo. Descubrimos que el león de montaña la incita con su zarpazo a describir todo eso que ha ido experimentando en su callejeo. El león que se presentaba ferozmente amenazador resulta ser un compañero de viaje útil, puesto que da lugar a la escritura, aunque lo haga de una manera algo violenta, mediante un zarpazo. Es que así efectivamente se presenta la inspiración, cuando no se la esperaba, y es forzoso atender a su requerimiento. Hay que contentar al león, puesto que ha conseguido materializar las posibilidades anunciadas por aquella luz lejana que rompía las sombras nocturnas. Anunciaba una tierra prometida, en la que se haría fácil  concretar las vivencias asumidas como materia de la poesía. Sin miedo ya, Trinidad Gan escribe y el león se amansa como un  gato.

   La lectura del poemario nos hace desear que nos aceche un león de montaña, el más feroz imaginable, para que nos obligue con su zarpazo a componer un poema, con la esperanza de que resulte tan necesario como los contenidos en estas páginas.


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