ALEJANDRO MORELLÓN, EL ESTADO NATURAL DE LAS COSAS: LOS DESUBICADOS DE UN PLANETA LLAMADO EHIO

Ehio es un pueblo, Ehio es una mujer, Ehio es una galería de arte contemporáneo… Ehio es el nombre y la clave de un universo donde habitan los personajes desubicados de El estado natural de las cosas y, también, es la posibilidad de observar el mundo desde un lugar y un espacio que nos permite atisbar esa parte de nosotros que jamás vemos. Un lugar que, como un espejo, nos deja visualizar aquello que siempre nos resulta invisible y, en lo que no nos detenemos, salvo cuando ya es demasiado tarde. Ese otro al que se refería Pessoa es, en El estado natural de las cosas, el conjunto de unos personajes incomprendidos e inadaptados al medio en el que les ha tocado vivir. Las circunstancias físicas o meteorológicas, las necesidades económicas o el eco de una risa se desenvuelven este conjunto de relatos como algo más que una simple anécdota que lo cambia y lo determina todo, pues se convierten en el hilo conductor de aquello que nos parece extraño, aunque quizá no lo sea tanto. La incapacidad de mirar hacia el otro con la empatía o la comprensión que pedimos para nosotros mismos, en estos cuentos es la propuesta y el punto final de este conjunto de siete historias que nos invitan a reflexionar sobre la falta de capacidad de ponernos en las situaciones ajenas que, nuestra vida diaria, tan poco propicia a las sorpresas, no tolera. La diferencia aquí ya no radica ni en color de la piel ni en la religión ni tan siquiera en la clase social, porque Alejandro Morellón nos plantea el ser otro desde la opción de vivir la vida a través de la peripecia del distinto, del ajeno a nosotros y, con ello, nos obliga a detenernos a mirar el mundo desde un punto de vista transversal a aquel que nos protege de todos los infiernos y singularidades que no nos pertenecen. En este sentido, la portada de este libro es más que sugerente y acertada, porque nos retrata a personajes anónimos que se precipitan al vacío con la única sujeción posible del perfil de unas letras que nos permiten leer el título, y a la vez, ser testigos mudos del vacío. Un vacío anónimo sobre el que se abalanzan nuestras vidas en una representación muy similar a las silenciosas y expresivas figuras del escultor Juan Muñoz. Hombres y letras que, de la mano, nos prescriben esa realidad fantástica que nos traslada a la agonía de lo imposible, porque imposible es pertenecer a un mundo en el que ya no vives o en el que ya sólo eres recordado como una sombra. El estado natural de las cosas es la reivindicación de la literatura como un espacio donde poner a prueba nuestros sentidos y la lógica de aquello que aceptamos por cierto, para desde esa incertidumbre, entresacar los hilos que cuelgan huérfanos de la tela a la que están cosidos, y que marcan las zonas de imperfección de una pieza que sólo deja ver aquello que permanece inalterable al paso del tiempo, y no así esa otra parte oscura donde se concitan las experiencias que nos marcarán de por vida, porque en la singularidad de los excesos o las ausencias, es donde se unen la estridencia de lo cotidiano y la belleza de lo ajeno, allí donde no hay nada más perturbador que el otro; ese otro que no arrebata el sueño y nos hace pensar, aunque sólo sea un instante, que nos hemos equivocado. Con una prosa sencilla cargada de simbolismo y algunas dosis de poesía, Alejandro Morellón nos abre las puertas de un universo subterráneo al que normalmente nos da miedo mirar, pero que, a través de sus palabras, se transforma en una forma original y distinta de poder vernos a nosotros mismos más allá de nuestras limitaciones. Bajo el eco literario de Kafka, Cortázar o Borges, El estado natural de las cosas nos sumerge en un universo donde habitan los desubicados de un planeta llamado Ehio. No en vano, el primer relato de este libro con el que, Alejandro Morellón ha ganado la pasada edición del prestigioso premio hispanoamericano de cuentos Gabriel García Márquez comienza así: «Siempre he disfrutado de la violencia de lo cotidiano: por ejemplo, la de un vaso que se rompe en la oscuridad».

Ángel Silvelo Gabriel.


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