José María Eça de Queirós: Cuentos completos
Siruela, Madrid, 2016-09-25
La cultura, a saber por qué, no siempre ha sido la actividad más democrática que ha existido. Si acaso, al contrario, esto es, las envidias, las polémicas apasionadamente inútiles por motivos perversos, las riñas burdamente cruentas avaladas por mala prosa, han sido más abundantes que el reconocimiento llano, explícito, sincero y fundado de las virtudes de otro escritor, de otra cultura. Aunque resulte hiriente, creo que tal cabría decir, expresamente, de la ignorancia –deliberada o no- que nuestro país ha tenido como actitud, como conocimiento, respecto de la literatura de nuestro digno vecino Portugal. Querer minimizar la obra de Camôens, de Pessoa, de Torga es ahondar las miserias culturales que, de no ser así, propiciarían un intercambio de ideas y una riqueza expresiva y lingüística que habría de ser beneficiosa, sin duda, para ambas partes de nuestra desconocida y atribulada península ibérica. El caso de Eça de Queirós (sin ser, es cierto, de los más sangrantes) podría ser un ejemplo de echar la sombra sobre un escritor cuyo discurso literario es de una fecundidad argumental, de una finura estilística y una riqueza de matices que para sí querría cualquier cultura literaria. Y en su obra son de señalar, de manera principal, sus cuentos, tema que recoge este volumen que tan sobria y oportunamente nos hace llegar ahora la editorial Siruela. Leamos, a modo de ejemplo, dos fragmentos que, por distintos de contenido, son complementarios para situar una cuestión perfectamente humana -resaltada, sin duda, por la calidad de la escritura, por la precisión del adjetivo, por el estilo y el ritmo de lo expresado: “Macario me contó lo que lo había decidido más concretamente a aquella resolución profunda y perpetua. Fue un beso. Pero ese hecho, casto y sencillo, yo me lo callo, incluso porque el único testigo fue una imagen en grabado de la Virgen que estaba colgado en su marco de ébano, en la saleta oscura que daba a la escalera…” Primoroso argumento, sencillo, descriptivo y eficaz. Y una ubicación precisa de la acción, significativa, que ayuda a situarse en la secuencia de lo narrado, incluso de su valoración emocional. Pero he aquí que, al poco, el autor hace gala de un discurso descriptivo más prosaico, más acorde a las cosas que, a la vez que otorga contraste a una situación emocional anterior, circunscribe con nitidez un escenario real, ejemplo de preparación prologal que el lector descubrirá sólo unas líneas más adelante. Es la cualidad máxima de una ambientación, de un escenario para plantear un drama humano. Una de las cualidades distinguidas de este autor. El párrafo descriptivo dice así: “Macario me habló mucho del carácter y de la figura del tío Francisco; su poderosa estatura, sus gafas de oro, su barba grisácea, como un collar, por debajo del mentón, un tic nervioso…” Un casto beso contra un fondo lleno de materia mensurable, de cosa precisa y fría. Leer para asociar: sentimiento y realidad
Ricardo Martínez