Narcís Comadira. El arte de la fuga.

Antología del autor. Edición bilingüe de Jaume Subirana. Cátedra, Madrid, 2015.

Hay nombres, poetas, que, por la razón que fuere (y bienvenida sea la discreción en el discurso que tiene por destino una forma de belleza introspectiva) han estado tradicionalmente un tanto alejados de la artificiosa emotividad de los medios. Uno de ellos ha sido este poeta catalán que, por el contrario, ha ido elaborando una poesía muy afín a lo cotidiano, al paisaje, al sentimiento de pertenencia de país, y en ello nos ha legado una obra que permanece como un valor de pensamiento y observación trascendente. En su poema ‘Misterio’ escribe: “El lenguaje se ha hecho carne: /y se le han hecho los ojos metáforas” Pues bien, en adelante podemos decir que se va a mantener fiel a tal propuesta, y en tal sentido asistiremos, como lectores, a poemas de una rara hondura reflexiva como el titulado ‘Requiem’, largo poema elaborado en distintas formas métricas (“¿Morir sin una queja?, ¿como el que mucho ha amado/ y en inútil combate/ la ilusión ha dejado/ y también la esperanza?” En el titulado simbólicamente ‘Canción de cuna’ desgrana una muy expresiva forma de identidad: “Duerme, duerme, mi pequeña, patria mía,/ tierra natal, ro, ro,/ que los ruiseñores, enmudecidos, de hermoso trino,/ ya no cantan, y las aguas luminosas bajan sucias/ de los montes simbólicos, ante la total,/ como suele decirse, indiferencia” Otros propenden a una invocación terrenal (y algo más, como cabría esperar de un poeta comprometido con el discurso humanista) cual es el caso del poema ‘Lluvia de Abril’: ”Sobre el frente turbulento de las dudas,/ sobre los ojos inmóviles de los miedos,/ filtrada entre las hojas de los olmos tiernos,/ de los rebrotes frágiles de la reseca higuera,/ caes bondadosa, lluvia de abril,/ y con tu mano de innumerables dedos/ maternal nos serenas”. Al fin, una amplia gama de intereses éticos y estéticos, obra de un autor que ha hecho de su labor un sereno camino lleno de latente pensamiento, el que se asienta sobre las raíces de su paisaje y a la vez sobre una rara melancolía que pudiera ser única al tiempo que un sentimiento extensivo como punto de consideración de la realidad. A la postre, el discurso de un hombre que conoce el humano compromiso y utiliza en ello un lenguaje mesurado, escogido, invocador e implicador y que bien merece la pena tomar en consideración                                             

Ricardo Martínez


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