Pablo Guerrero: la rosa azul acabada
Maia ediciones,Madrid, 2015 ‘
Poesía es el canto’, pensaba Bowra, el eminente ensayista y antropólogo inglés.¿Y no es lo mismo –no habría de ser los mismo- si pensamos que ‘canto es la poesía’? Cantar, evocar, celebrar. He aquí un ejemplo: limpio, relevante, cierto como pájaro en el aire. Todo está en su libertad, en su significación para quien ve –y sabe ver- con los atributos de su ser, de su trascendencia, tan humilde y sencilla como llena de transparencia y silenciosa ceremonia: “La música olorosa,/ que habrá de despertarte,/ llega en oleadas breves/ a entregarte la llave.// La clave./ Los claveles/ La esencia/ que abre” Han nacido las palabras desde la voluntad del poeta para que nazcan el decir y el sueño.¿Acaso el hombre, siempre a solas, se diferencia mucho de esa forma de ser? ¿Acaso no es el eterno que espera para recibir compañía, para ser, de algún modo, redimido de las dudas que en el paisaje existe y que él desea con vehemencia poética que una voz le ayude a interpretar? Pensemos: tú, poeta, “Acercas la mañana/ de los naranjos prendidos / de azahares, las lámparas votivas/ que te dicen: ahora” Y el amado y amante, el que escucha y espera, se nutre así de esa rara esperanza que es confiar en el otro, en sí propio. Cuando el poeta se dirige al lector hay un milagro que se abre y cierra a un tiempo: se abre la sorpresa de vivir más allá de uno mismo y se cierra la convicción de que tal milagro puede ser posible. Y todo se debe a las palabras, al silencio pensante, bien enhebrado, de una voluntad estética que ha sabido ver –y sentir- en la realidad una forma de vida trascendente, distinta, elevada: necesaria para aquel que sin ellas, sin el tributo de amistad que le rinde el poeta, acaso se pierda: “Y cigüeñas y canciones volarán celebrando/ que, para nunca volver,/ se fueron/ los estallidos/ broncos/ del sangriento grisú/ de la tormenta” Del amor impuro, de la parte oscura del alma. Cabe decir que completan la forma de este libro, de esta rosa simbólica unos dibujos sobrios, expresivos, de Ángel Aragonés, y una sentida introspección poética de Antonio Crespo a modo de Prólogo
Ricardo Martínez