Edmund Crispin: El misterio de la mosca dorada              

Ed. Impedimenta, Madrid, 2015.           

El profesor Gervase Fen, el héroe creado por Crispin como sabueso principal de sus novelas policíacas, creo que entraría dentro de la categoría de aquellos que prefieren resolver la cuestión de ¿por qué lo ha hecho? el asesino, antes que la otra: ¿quién lo ha hecho?                 Eso, que es una elección de autor, conlleva dos matices a señalar: de una parte implica entrar en un terreno próximo a la ontología, en el sentido de que para tal especulación se hace necesario pensar el ser humano que actúa desde su voluntad o deseo interior –una forma de espiritualizar prosaicamente al asesino, digamos. El otro matiz le asoma a un riesgo para el lector; de no ser expuesta con ligereza, habilidad y lenguaje sencillo la trama de la cuestión, la lectura puede resultar árida cuando no algo cargante o academicista (Leí casualmente una reciente referencia de un lector hacia la percepción de la presente obra: “muy pronto deja de interesarnos el artificioso misterio con su inspector caricaturesco, sus personajes de cartón piedra, su gratuita pedantería”) Desde luego, se diría que en el texto, a veces, se observa una tendencia innecesaria hacia el efectismo o el retruécano.                          Crispin, en esta su primera novela detectivesca, es prolijo en detalles, ágil en los movimientos de la trama, pero en ello acumula demasiada hojarasca que expande a modo de un sentencioso ensayo académico. Al fin, todo porque una insufrible neurótica que está encaprichada de un director de teatro que no le corresponde, se granjea la antipatía de la mayoría de los supuestos amigos por causa de sus veleidades eróticas. Su asesinato, entonces, no sorprende apenas, y sólo el segundo asesinato -el del organista, que sí estaba enamorado de ella- desvela que toda la parafernalia, las expuestas intrincadas pasiones de los actores que preparan un estreno, no es sino el velo que cubre un móvil más sencillo y antiguo: el pasado vergonzoso y sexual de ese director. Ello delatado por un pequeño objeto que apenas se cita en la trama, lo que, en parte, parece hacer inútiles todas las especulaciones a que se conduce al lector (El propio título es casi otro acertijo)              Pasiones y enredos, sexo y retórica academicista en el terreno habitual de Crispin, el campus de Oxford, y una historia que considero sí entretiene si bien para ello exige, en más de un momento, una paciencia excesiva por parte del lector. Al parecer lo ha dicho Borges: “trescientas páginas para resolver un acertijo son demasiadas páginas”.                                                                    

Ricardo Martínez


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