Versos de amor. Antología

Selección de Rosa Navarro Alianza ed., Madrid, 2015            

Digamos que siempre es momento propicio para los versos de amor, siempre. No ya por combatir los ácidos tiempos que corren y que tan poco honran a este sentimiento, sino porque es un ser del hombre (genéricamente considerado, esto es, ella o él son el amado) el manifestar tal sentimiento que, de primigenio, poco menos que equivale a un instinto: de vínculo, de conservación, de supervivencia emotiva. Y quizás la primera invocación, la expresión a favor del ser amado debiera comenzar por versos tan sencillos como diáfanos en la intención, como directos en el sentir: “Echele el ojo, /el ojo le eché, /echele el ojo/ y sospiré” He ahí el principio iniciador, la expresión pura hacia el otro que no comienza sino por el mirar. Luego vendrán los atributos.Él o ella cuando aman hacen un traslado de sí que conlleva una entrega difícil de entender cuando no se ama. En el momento en que el destinatario del sentir de uno se considera absorbido por el otro, el ofrecimiento que se hace equivale a una entrega que, en casos extraordinarios, implica la propia vida. Tal es la fuerza cuando el sentir es tan apasionado como verdadero. Y a la literatura universal no le faltan ejemplos en este sentido. Ahora bien, se ha dicho también en ocasiones que los amores eternos, en realidad, no suelen durar mucho; o que no es del todo previsible el que un amor profundo derive en el morir por tal causa; en tal sentido se suele citar el ejemplo hermosísimo de la monja Alcoforado, que supo sobrevivirse a sus cuitas unos sesenta años más allá de la decepción a que le había llevado su pasión amorosa. Becquer dejó una versión próxima a tal cuestión: “Los suspiros son aire y van al aire. /Las lágrimas son agua y van al mar. /Dime, mujer, cuando el amor se olvida, /¿sabes tú adónde va?” Quizás habría que convenir que el instinto de supervivencia, por lo común, supera al del amor No es, no obstante, la racionalidad el móvil que anima al amor, de ahí que sea mucho más aludido y frecuente el decir de amor como una forma instintiva de vida a la que alimentamos cada día: “Si me robaste el sentido, /no es razón para que vayas/ diciendo que lo he perdido” La dialéctica negativa, a la vez, también cabe: no siempre el destinatario del amor desea serlo. De ahí la relación directa del vínculo sentimental con la tragedia. En fin, si hemos de dar crédito a que “la mariposa se asombra de que la flor no vuele”, convengamos, por seguir el rito, que las palabras de amor serán, ay, el fuego eterno que nos ha de dar calor y luz. De ahí que venga a propósito el recordar tan hondo sentimiento hasta el aceptar que amar puede llegar a ir más allá de uno mismo; tal lo enseñó Quevedo al decir, a propósito de sus cenizas: “polvo serán, más polvo enamorado”         Y eso, en verdad, es mucho decir                                                                         

Ricardo Martínez


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