NOEMÍ TRUJILLO, UN LUGAR CON NIEVE (II): EL AMOR…, ESE INSTANTE DONDE LA PASIÓN SE TRANSFORMA EN UNA NUEVA VIDA
Al leer los versos que conforman, Un lugar con nieve, nos surge una pregunta: ¿qué es ser poeta? Una cuestión a la que podríamos responder diciendo que un poeta es un hombre o una mujer que se mueve en la indeterminación y en el misterio, como diría, por ejemplo, John Keats. Hay mucho de esa bruma que se va abriendo paso a golpe de verso en los poemarios de Noemí Trujillo que, como le suele ocurrir a muchos autores, bebe de sí misma al principio de su obra, para poco a poco, ir alejándose del propio yo real e ir en busca de ese otro yo literario que, en este caso, es un yo poético anclado en un íntimo y pertinaz aullido de libertad. En ese dibujo de existencia y de vida, donde los ecos de las habitaciones vacías dejan de ser inocentes, nos da igual cual sea la diferencia entre la mujer real y la imaginada, pues el verdadero valor de su poesía es la fuerza innata que poseen sus versos, capaces por sí mismos de provocarnos la incertidumbre y la zozobra que nos acoge cuando estamos perdidos en mitad de la noche. Dos cualidades que, portentosas y firmes, recorren cada verso, cada confesión, cada sentencia de esta Antología de la Sra. Trujillo. Y por si nos quedara alguna duda de lo expuesto, la autora nos dice, que: «Nunca es insignificante un verso», y lo hace precisamente en su poemario Errores, que no forma parte de esta recopilación cargada de versos muchas veces destructivos que, sin embargo, por sí mismos, representan el valor que tiene todo gesto que conlleva regresar a nuestro pasado. Caprichoso o no, el destino al que se enfrenta la poeta Noemí Trujillo, a veces, es suave y cálido, pero otras, deviene en pavoroso y frío, pero siempre, en uno u otro sentido, las huellas que cada uno de sus versos dejan en nuestro interior tienen una marca indeleble que los distingue de muchos otros: la valentía. Una valentía que, de una forma desnuda, y en ocasiones, descarnada, ya nos anticipa la autora en las breves introducciones que anteceden a sus poemarios. Reflexiones en tono de confesión, que nos acercan de una manera precisa al sentido y el significado de su propia meta-literatura. Una obra que bebe sin miedo de Sylvia Plath, Anne Sexton, Frida Kahlo, Wislawa Szymborska, Dorothy Parker…, Sábato, Kafka, Calvino…, y que en su conjunto, podríamos definir como la anatomía del yo poético de una autora que, cual bruma de invierno se levanta con el nuevo día, en un singular ciclo de oscuridad y luz que nos deja marcados para siempre. Ciñéndonos a la cronología en la que fue escrito, Brooklyn Bridge (2014), es su siguiente poemario, aunque fue publicado después de Solo fue un post. En su primera edición, cuenta con un extenso y soberbio prólogo de Marta Sanz (toda una obra de arte literaria) que, como una premonición, nos sumerge en los que quizá sean los mejores versos de la autora de Viladecans, tal y como ella misma afirma en la breve introducción que les precede. Un servidor ya reseñó dicho poemario, y como no soy capaz de definir mejor este intenso y enigmático trabajo de la Sra. Trujillo, traigo aquí un breve extracto de lo ya dicho, pues creo que es lo suficientemente esclarecedor como para que sea rescatado. En este sentido, el viaje y los puentes son solo dos de las metáforas más concluyentes del poemario, donde la lucha interior del yo poético de Noemí Trujillo avanza sin descanso por las entrañas de ese yo que se resiste a ser poético o creador. Esa duda existencial es, sin embargo, la que nos hace avanzar a lo largo de este puente imaginario, donde el viento que, poco a poco nos abandona, nos hace gritar: «Me asesinó el cielo, la lluvia, las ninfas». En esta especie de suicidio terrenal y literario, nada nos ampara, pues nadie nos puede ayudar más que uno mismo. Los poemas de Brooklyn Bridge son una expiación y exploración del yo más escondido, ese monstruo de las profundidades del lago que, cuando sale al exterior, acaba con todo, hasta con la estima de uno mismo, obligándonos a huir de tan inhóspito lugar: «este país me viaja por dentro,/ agita las flechas de mis amapolas». Pero aun así, heridos por la desazón de la vida, necesitamos seguir viviendo y agitar las ramas que nos posibiliten despojarnos de los miedos que nos persiguen una y otra vez: «Aquella muchacha que fui/ ya enterró/ a todos sus muertos», en una secuencia más propia del oeste americano que de ese cosmopolita Nueva York que, a medida que avanza el poemario, se va colando en ellos. Las referencias a la ciudad forman parte de esas melodías donde se declaman las voces de ese yo que, poco a poco, se proyecta sobre los demás, ya sean estos parques o edificios, plazas o cafés, en una sucesión de pequeños reflejos de vida. Una nueva vida que la poeta reclama con perseverancia en forma de un hijo que no llega, convirtiendo a ese ser humano en una nueva metáfora, la de la posibilidad de purificar el alma y el cuerpo, además de la de poder empezar todo de nuevo. Aunque ella, también nos recuerda que, una vida también se diluye con cada menstruación, y aquí la sangre no es muerte, sino pérdida de un deseo en el que plasmar una nueva melodía que, esta vez sí sería la definitiva; una nueva melodía sin ti, pues esa sangre representa el nuevo yo de la poeta: «vieja y lorquiana, /soy azul./ Es el momento de las luciérnagas/ y las hojas secas». Solo fue un post (2012), prologado por Ramón Alcaraz, sigue incidiendo en esa necesidad de encontrar el verdadero amor con el que tapar el eco de las habitaciones vacías. Poemas que, como nos dice la propia autora, fueron extraídos de su blog: http://noemitrujillo.blogspot.com. Una declaración que en sí misma está llena de intenciones, y que nos avisa de esa doble vía que hoy en día tienen los autores para difundir su obra: papel-internet, y que aquí, tienen otra interpretación, pues además de ser una especie de grito al mundo, también son una clara expresión de la necesidad que la autora tiene a la hora de hacer llegar su obra a más lectores. En este sentido, la Sra. Trujillo, consciente de las múltiples limitaciones del mundo editorial actual, ha fundado, junto a otros escritores, la denominada como Generación Subway, una plataforma que quiere ser el vínculo de unión de una nueva generación perdida que, a pesar de todos los contratiempos a los que esta tiene que hacer frente, precisa dejar su huella en este mundo. El marcado sentido existencialista y subterráneo de dicho grupo de artistas, encuentra perfecto acomodo en la obra de la poeta, pues sus versos proclaman al aire, con total libertad, la necesidad de ser uno mismo en el mundo que nos ha tocado vivir: «Mi biografía está escrita en mis poemas,/ en los versos que marcaron mi carne./ Cada día el mundo me recuerda/ la sequedad del ahora,/ quise escribir otras cosas,/ pero no supe hacerlo./ Mi biografía está escrita en mis poemas:/ cuando dije nunca quise decir siempre, cuando escribí vértigo era calma». Una dicotomía, la del vértigo y la calma, que se dan la mano en el poemario Monte Ávila (2012), la primera propuesta estética y poética en la que Noemí Trujillo aborda lo que podríamos denominar como las afueras, pues los límites de sus versos caminan alrededor de un mundo en destrucción, ya sea este social, familiar o financiero; un mundo, cuyas bases un día conocimos, y que ahora han dejado de ser para ser otras o ninguna. La inspiración de esta plaquette, en palabras de la autora, está presente en el cuento La doncella sin manos de los Hermanos Grimm: «La doncella sin manos llegó al monte Ávila,/ aquí donde cada atardecer es distinto./ Y después de tantas partituras solo queda la ilusión del frío…/ Dicen que una pequeña dosis de fe no hace daño./ Sentada en la noche de su monte,/ la niña renueva sus fuerzas./ Pájaro o poema,/ la hebra no ordena el sistema». En esta ocasión, el monte es el símbolo donde se esconden los sueños, y su cumbre, el horizonte tras el cual está una nueva tierra prometida donde volver a depositar nuestros deseos. Grecia, Bankia o Siria son el reflejo de Chávez, Venecuba o Cubazuela, y la representación de un mundo en crisis y a la deriva, pero al contrario que en otras ocasiones, posibilitan a la voz poética de una nueva vida fuera de un pasado que ya ha dejado de ser el motor de la nueva vida: «Confieso que desde que vi Monte Ávila/ he podido dormir tranquila,/ calmar mis angustias,/ volver a crear./ Presiento que el monte quiso curarme,/ devolverme las manos,/ confesarme un secreto». Un lugar con nieve, es la metáfora donde las palabras dibujan los reflejos de un alma perdida, y lo hacen solas, en la inmensidad de una niebla infinita, allí donde el amor se transforma en un efímero instante en el que la pasión ilumina una nueva vida.
Ángel Silvelo Gabriel.
PD: esta reseña es la segunda de tres sobre el poemario Un lugar en la nieve de la autora Noemí Trujillo. Continuará...