TIRA LOS LIBROS AL CONTENEDOR

Benedicto Cuervo Álvarez.

Hace unos dos años llamé por teléfono a un anticuario de Gijón, para que viniese a mi domicilio a ver un montón de libros que tenía desperdigados por varias estanterías en el desván. No sé, en total, cuántos libros albergarían las estanterías, pero serían unos 600 ó 700, gran parte de ellos libros de los denominados de bolsillo con sus cubiertas de cartón blando. Recuerdo que este buen señor llegó a mi piso una tarde soleada de primavera y, después de pasar más de una hora mirando y ojeando las enormes estanterías del desván, se entretenía sacando, de vez en cuando, un libro que le resultaba interesante y pensaba que podría venderlo bien, para depositarlo en una enorme bolsa de plástico blanca y llevarlos juntos al maletero de su coche monovolumen. No recuerdo su nombre pero era una persona ya madura, próxima a los sesenta años, con bigote y amplia frente. Por su forma de mirar y de hablar me parecía una persona culta y dialogante y, recuerdo a pesar del tiempo transcurrido, que estuvimos un buen rato hablando del famoso pintor gijonés Nicanor Piñole, tanto de su larga vida como de su extensa obra pictórica. Me comentó que tenía pensado comprar un óleo del prestigioso pintor en 600 euros pero que no estaba del todo seguro de la autenticidad de la obra. Después de ir y venir, varias veces, de aquí para allá por mí espacioso desván, entre estanterías sucias atiborradas de libros llenos de polvo y amarillos por el trascurrir del tiempo, me comentó que llevaría los doce libros que había metido en la bolsa y que los demás, no servían para nada y que los tirase al contenedor. Quedé, en un principio, sorprendido ¿cómo es posible que una persona mayor, presumiblemente culta, me hiciese tal proposición?. Pensé, ya desde un principio, en no hacerle caso, de no tirarlos, máxime cuando al marcharse el librero y volver al desván, me fijé detenidamente en los títulos de las obras que ese buen señor quería que tirase. Entre las obras inservibles estaban: Poesía medieval española, Cantar de Mío Cid, Poesía de Jorge Manrique, El Lazarillo, La Celestina, Antología poética de Antonio Machado, La familia de Pascual Duarte y La Colmena de Cela o Historia de España de Tuñón de Lara. Esos libros no le servían, no le eran útiles, no los podría vender; eran libros de bolsillo, populares en los años setenta, pero estaban llenos de polvo y amarillentos por el trascurrir de los años; tenían escaso atractivo a la vista de sus posibles clientes. Pensé que bastantes de esos libros “inútiles” me había costado mucho trabajo y dinero poder comprarlos y que ese señor de la anticuaria gijonesa estaba equivocado al hacerme tal proposición. Pero cuál sería mi sorpresa al comprobar que amigos de profesión, maestros o profesores como yo, abogados, médicos…coincidían con el librero y me animaban a que ejecutase la acción, es más, ellos ya habían hecho lo propio quemando o tirando a la basura un montón de libros desfasados o anticuados. Después de dos años mis libros anticuados, llenos de polvo y amarillentos, siguen en las estanterías del desván, tal y como estaban, desordenados, de forma anárquica, cabalgando unos encima de otros, en horizontal, vertical e incluso romboidal. No seguí los consejos ni del librero ni de mis amigos. Cuando pienso en ello me salta a la memoria el recuerdo de la Santa Inquisición con las famosas quemas de libros o listas de libros prohibidos y lo mucho que me costó, en tiempo y dinero, conseguirlos en míépoca estudiantil. Solo el pensar en deshacerme de ellos, de esa manera, se me revuelve el estómago. Pienso que hemos llegado al punto máximo de materialismo mercantilista, en el que solo sirven las cosas que tienen valor económico inmediato, con las nuevas tecnologías como punto de referencia. Todo lo pasado, como los libros, ya han quedado obsoletos y no sirven para nada. La sociedad desarrollada y “culta” se fija en lo superficial, en los aspectos físicos, en lo atractivo que entra por la vista, sin parar ni siquiera a pensar en el fondo de las cuestiones a tratar. El libro de poesía, la novela o el cuento ya no interesan, al menos en el formato clásico, nada más que a un grupo reducido de “intelectuales trasnochados”; lo que realmente interesa, hoy en día, es la rapidez y posible eficacia en resolver los problemas, cuanto primero mejor, sin pensar siquiera, sin reflexionar, aunque ello nos lleve a auténticos disparates. Hemos de dominar los idiomas, cuantos más mejor: inglés, alemán, francés e incluso el chino mandarín y, por supuesto, dominar la informática, hacer buenos programas y estar al día en este nuevo y global campo tecnológico que nos obliga a trabajar más y más rápido sin pararnos a reflexionar o pensar aunque solo sea por un momento. Mientras espero en la Sala de Profesores del colegio a que toque el timbre para entrar a clase de 3º curso de Eso y explicar geografía a mis alumnos, miro la papelera y observo en ella un libro nuevo. Ese libro tirado en la papelera llevaba por título: “Docentes Competentes”.

 


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