Pessoa: Libro del desasosiego
Pre-textos, Valencia, 2014
“Sueñe lo que sueñe, siempre me quedo donde estoy” escribe Pessoa en este libro que, me temo, está condenado a ser eterno por cuanto no solo lleva manteniendo su perfecta vigencia para el pensamiento desde que ha sido escrito, sino que, con el pasar del tiempo, parecen ser más las voces autorizadas de los lectores que lo confirman. Es un libro poliédrico, extenso e intenso. Es un libro hecho de sueños y de realidades concretas. Aquí parece que todo el ser humano (todo el interior del ser humano, pues él, el poeta, observa desde dentro) tiene lugar, tiene cabida. Al paso de su lectura, sea el pasaje que fuere (se trata de un libro elaborado esencialmente de pasajes, de fragmentos, si bien la conclusión es que se trata de un libro perfectamente unitario) cabe preguntarse si alguien, algún lector, podría llegar a plantearse: ¿pero, en verdad, podría decir que este fragmento, este pensamiento no hace alusión también a mí? Salvo, tal vez, en los textos descriptivos, pero aún en estos; por la forma que tiene el autor de describir, por la forma de mirar, es difícil sustraerse al embrujo que uno siente como hipotético observador propio, como co-protagonista. “Ah, y de nuevo, como la protesta continua de quien no se ha quedado convencido, oigo el alarido brusco de la lluvia chapoteando en el universo aclarado. Siento frío hasta en los huesos imaginados, como si tuviese miedo. Y agachado, nulo, humano conmigo a solas en las pocas tinieblas que aún me quedan, lloro. Sí, lloro, lloro de soledad y de vida, y mi pena fútil como un coche sin ruedas yace junto a la realidad…” Ahora bien, no juzgue el lector que por el contexto de esta frase estamos ante un hombre deliberadamente triste. No, creo que no. Se trata, antes bien, de un hombre, un escritor que observa, escruta y analiza la realidad hasta el interior más profundo –de ahí su trascendencia-, pero lo hace a la vez, también, con ironía, con un cierto sentido de la distancia, por no decir del humor. En otro fragmento especulativo, luego de una disquisición acerca de la forma literaria, es capaz de escribir: “Pero, ¿y qué tiene esto que ver con aquello que estaba pensando? Nada, y por eso me permito pensarlo” Nada es, en tantas ocasiones, el destino del hombre cuando piensa en sí con propiedad; nada es cuanto soñamos en la medida que no tiene un sustento real. Sin embargo nada es también la libertad, la capacidad de atender distendidamente hacia lo cotidiano. Es como reconocer, al fin, que nada y todo son, al fin, una misma cosa a sabiendas de cuanto el tiempo ha de venir a significar para nosotros. Pero en medio está la vida; eso es lo que importa, y eso es lo que ocupa y pre-ocupa a este sabio y solitario poeta que nos propicia en sus textos tanta fecunda compañía.
Ricardo Martínez