Intemperie Jesús Carrasco
Barcelona, 2013 Editorial Seix Barral S.A. Colección Biblioteca Breve ISBN: 978-84-322-1472-1
Descubrir esta novela tan rotunda ha sido una grata sorpresa y su lectura, un gran placer. Cuando uno descubre a un nuevo escritor, sobre el que venían insistiéndome algunos amigos de un tiempo a esta parte, joven, muy joven con cuarenta y un años y tan bueno como Jesús Carrasco; se reconforta por el buen estado de nuestra literatura, a pesar de estar acribillada por la mercadotecnia de los productos que hay que vender sí o sí, venidos de grandes monstruos editoriales. Seix Barral, que no es monstruosa pero si histórica y atinada, aunque también absorbida por uno de esos monstruos, se ha marcado el mérito de poner a Jesús Carrasco en la realidad de la buena narrativa. Elena Ramírez, de Seix Barral y algunos de mis amigos han coincidido en que la novela tiene la fuerza de Cormac McCarthy y yo, que del americano sólo he leído La carretera, premio Pulitzer en el 2007, quisiera puntualizar una cuestión formal. Porque es evidente que se refieren a esta y no a otra novela, porque hay una huida, un mundo inhóspito, una lucha por la supervivencia, una persecución, un viejo y un niño, en La carretera el viejo es el padre pero en Intemperie el viejo suplanta esa figura en el sentimiento del niño. Sin embargo, el mérito de McCarthry es montar toda la historia casi sólo con diálogos muy breves y cuyas elipsis y pausas lo dicen todo sin explicitarlo, especialmente el conflicto humano más que el escenario físico, mientras que Jesús Carrasco arma una rica narrativa elaborada, que se gusta y que se crece en la lírica y la rítmica descripción de un marco muy particular y en la que apenas hay diálogo y el que queda, es un mero apoyo imprescindible para los pocos momentos de acción fundamentales. El impresionismo frente al expresionismo resume a mi modo de ver la comparación de McCarthy versus Carrasco. Lo que también es cierto es que ambas novelas comparten de alguna manera un elogio a la relación paterno filial, en La carretera por resultar idílica y en Intemperie por idealizada debido precisamente a su ausencia. La rotundidad de la novela ya empieza por el título. Intemperie es un nombre que denota desolación, crudeza, una palabra que nos transmite la sensación de la soledad a merced de las inclemencias irrefutables del clima. La novela es la historia de una huida, de un rebelde con causa, o casi ni eso, de un niño asustado pero valiente que se atreve un día a escapar del terror de una familia sometida a la crueldad de un padre repugnante. Pero sobretodo una huida del aún más repulsivo personaje del alguacil, un pederasta a quien lo entrega el propio padre del chico. Con este marco truculento hubiera sido muy fácil caer en el sensacionalismo barato sin embargo, el mérito de Jesús Carrasco está precisamente en lo contrario, en ser capaz de contarnos una historia muy dura de manera transparente, donde nada sobra o es gratuito, donde todo, absolutamente todo está significando. Tensión lingüística en estado puro que diría un buen lector. Una narrativa la de Intemperie, que cuando tiene que contarnos una tortura nos cuenta directamente las cicatrices purulentas escocidas por el sudor, o cuando quiere decirnos el miedo del niño, nos sugiere la humedad de la pernera de su pantalón, o la de un círculo de tierra a sus pies, mojada repentinamente. Un lenguaje de gran riqueza sin llegar a la pesadez y a la impostura. Pero también una narrativa que combina perfectamente la sutileza en la descripción, casi la elipsis, del principal conflicto, la pederastia, con la dura descripción de la supervivencia en un medio hostil y sin concesiones a la ternura. Un lenguaje que aporta a mi modo de ver, la recuperación de un léxico, la mayoría, tan abandonado como el propio del mundo rural al que le corresponden palabras de una fuerza fonética y semántica como: piafar, sirga, trampantojo, bohordo, aguadera, cagafierro, zahorra, cerúleo o descuajaringar.. Hay que advertir también un gran dominio de las anticipaciones que hace que el lector nunca se canse, es cierto que la novela es más bien breve, 221 páginas, pero esas anticipaciones, muy bien insertadas sobre todo en los primeros cuatro capítulos, te empujan a seguir leyendo sin descanso hasta el desenlace. Aunque la última anticipación ya sea muy avanzada la novela, en la página 175 y de paso al desenlace final: (…) ninguno de los dos presintió la brutalidad de lo que había de suceder poco después. Es como si Jesús Carrasco, consciente del marco solitario y desolador, no ya rural porque no hay hombres ni tierras que explotar, sino de terruño baldío e inhóspito, fuera consciente de que tiene que acompañar al lector antes de ser vencido, hacia un túnel de luz y esperanza donde la bondad y la libertad pueden acabar venciendo al mal. Hay un enigma que no nos deja indiferentes: el hecho de que no haya ni una sola localización geográfica, nunca sabemos dónde estamos, pero tampoco ningún nombre propio, como si la humanidad se hubiera perdido con esta historia cuya truculencia, a veces, y desgraciadamente, aún sigue siendo superada por la realidad. La narración es tan nutritiva y sensacional, que casi no eres consciente hasta que en la penúltima página, la 220, lees: Le hubiera gustado conocer el nombre del viejo. Otro enigma es el propio personaje del cabrero, sobre el que el chico no deja de hacerse preguntas que quedarán sin respuesta, o cuya respuesta corresponde a cada lector: ¿Por qué se había volcado en su ayuda? en la página 166, o aún mejor, en la página siguiente: ¿Por qué no le habría entregado al alguacil en el castillo? Y quizás la respuesta esté insinuada en la página 172 cuando el cabrero, refiriéndose al alguacil, dice: Yo también tengo mis cuentas pendientes con ese hombre. De manera que cada lector puede buscar la razón por la que un hombre bueno, creyente y practicante, lector solitario de la Biblia sea capaz finalmente de matar a balazos al alguacil y su secuaz. Para salvar al niño, sin duda, posiblemente para vengar a otros niños anteriores, a alguien de su propia sangre quizás… Y como en cualquier buena novela, siempre hay algunos detalles magistrales, como éste, por ejemplo: La corteza de queso sudaba su grasa sobre la tela, formando un lamparón como un arrecife coralino. (Página 42). O éste: Imaginó un molino de agua en un hayedo y también horizontes como serruchos mellados. El cielo penetrando la tierra, derramándose sobre ella y, en dirección contraria, los picos elevándose a lo alto. Morada de los dioses. El paraíso del que tanto hablaba el cura. (Página 125) O éste otro: Una densidad de sacristía vieja, donde los ropajes ceremoniales habían sido hilados en el comienzo mismo de los tiempos y donde las paredes habían absorbido, durante siglos, los gritos de monaguillos, huérfanos y expósitos. El dolor y la caridad. La muerte arrumbada. La podredumbre abriéndose paso entre pecados inenarrables. (Página 202) Pero mejor no sigo o terminaré transcribiendo media novela a base de momentos de altísima calidad narrativa. En definitiva, Intemperie tiene algo de western y de lazarillo, algo de Pascual Duarte y de Pedro Páramo, algo de atmósfera de ciencia ficción apocalíptica enmarcada en el terruño más polvoriento y castizo que jamás he leído hasta ahora, una novela ya consagrada y escrita por una pluma que estoy seguro, dará que hablar en lo sucesivo. Junio de 2013 Ave Madrid – Barcelona (En un lugar indeterminado de los Monegros, provincia de Huesca, o de Zaragoza)
Jorge Gamero