Carlos Díaz Chavarría: escritura que reclama y desnuda…

¿Por qué trajiste tesoros si el olvido no acarrearías? Todo me sobra y yo me sobro como traje de fiesta para fiesta no habida; ¡tanto, Dios mío, que me sobra mi vida desde el primer día! La abandonada, Gabriela Mistral (1889-1957) “La otra mitad de mi diferencia” es un libro fundacional de la poesía de género costarricense. Más aún, el lugar de su especificidad es la de una poesía feminista, contestataria, escéptica y primera resistencia reivindicatoria de la mujer desde el verso de un poeta, y así tal cual, en masculino. Su espesura reflexiva, a cargo de Carlos Díaz Chavarría (n. Heredia, Costa Rica, 1972), ha germinado de la mano de una pluma denunciante de la violencia histórica contra las mujeres americanas. Una tradición que está caracterizada por la negación constante de un lenguaje propio de las mujeres –y reemplazada por una voz silenciosa, formulación ilusoria de un posición social-; el uso instrumentalizado del habla hacia la práctica de un mero nominalismo masculino de un otro constelado –el mosaico de la mujer contrapuesto al yugo andrógeno- que posa sobre el poema como un motivo sublimado, mistificado, ajeno y muchas veces áspero, vaciado de toda identidad definitoria y circunscrito fatídicamente a la experiencia del discurso patriarcal del sujeto occidental. La denuncia del autor es, pues, contra la forma del relato poético que se reduce ante nosotros a la forma testimonial de la hegemonía, una mirada androcéntrica que se disuelve en la operación teorética de significación de mundo en el poema.¿Cómo se ha construido culturalmente nuestra idea de lo femenino?, ¿cuál es el prediscurso que recorre nuestra reflexividad y de la cual políticamente se ha establecido nuestra cultura?, ¿y respecto a qué y desde dónde se han saturado históricamente los atributos femeninos de carácter ontológicos? ¿Qué soy yo al momento de ejercer como un lector? E incluso antes que el experienciante consiente de las palabras, ¿soy yo el autor de una mirada ya moldeada sobre las cosas? ¿Y qué es, finalmente, una mujer, y a la luz de qué un hombre? La obra de Díaz Chavarría está rebosada de interrogantes con rendimientos filosóficos que son explorados detalladamente en sus poemas: Me pregunto hasta cuándo dejará su huella ese ilógico mito masculino de la creación, y se dejará de utilizar el grillete celestial de la costilla…, ¿cómo será el no perderse entre jaurías de Adanes y Evas?, -ese inmortal historial de letras bíblicas como escudos de fuego- (¿Hasta cuándo?.. 1-6) Este poemario reclama y desnuda todos estos cuestionamientos a través de una profunda crítica social y estética al dualismo de las categorías de géneros, los costes simbólicos y materiales que ha significado la construcción de un imaginario arbitrario sobre la mujer, la permanencia cómplice de un patriarcalismo arraigado en las formas poéticas occidentales, y de la que ha incidido directamente en el resultado de una marginalidad racionalista de la mujer. El trabajo de Díaz Chavarría, a través de sus páginas, detecta los focos preponderantes del despotismo masculino en el preludio de una tradición literaria-poética que segrega a la mujer a un retrato tuerto, sospechoso y falseable desde sus cimientos: en primer lugar, el ejercicio (casi) exclusivo de los repertorios lingüísticos por parte de la sociedad patriarcal para definir los parámetros de conceptualización de la mujer, el dilema de una metafísica femenina presupuesta y sus metodologías de significación histórica; y en segundo lugar, inscribir la dimensión de lo femenino en términos categoriales y funcionales dentro de los medios de propagación del discurso del lenguaje, esto es, la mujer exiliada a monismos hermenéuticos, como el motivo de la musa, aquella a la cual el poeta –fundamentalmente hombre- recibe el dictado de las palabras de su propio discurso; como la médium, relación cosmológica con la naturaleza en un imperativo utópico de lo sagrado; como la amante, artefacto social de las prácticas sexuales compatibles con una concepción de la corporeidad sometida a los criterios categoriales de la subjetividad masculina; y, finalmente, la mujer en tanto que protectora del hogar, enraizada a la situalidad de una sexualización del espacio: todas formas de sistematización absoluta de la constelación sexual, política, laboral y espiritual de la mujer en la tesis de una intencionalidad fálica del acto poético: ¿Por qué debés seguir vistiéndote de recato y silencios?..., ¡si por lo menos ello acercara el respeto a tu pecho!, ¿para qué entonces seguir exorcizando tu alma con deberes y cánones si no podés hacer el amor con esa mente enardecida que hilvane de placenteros escándalos y libertades tu identidad?... (Me subleva tanto 10-15) Así pues, Carlos Díaz Chavarría, un destacado filólogo, docente y articulista, nos presenta en este trabajo una pieza compleja de explorar, una constelación interpelativa de las formas del poder que hay detrás de lo que se habla, de cómo se habla y desde dónde se habla, al momento que abre la mirada androcéntrica del lector tradicional hacia una posición hermafroditista de la experiencia del lenguaje, donde el apelativo de género es superado y aniquilado. El poemario, publicado originalmente en 2013 por Editorial Mirambell, Costa Rica, relanzado para su difusión gratuita por Editorial Rove, Argentina, durante el 2013, con segunda edición en el 2014 y declarado por el Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica como Libro de Interés Cultural Público, consagra en sus páginas una inquietud personal, a la vez que una insondable sospecha: la mujer como figura fisiológica e histórica, debe ser repensada no en términos nominalistas de la razón puesta al servicio de un género predominante, sino en la máxima heterogeneidad, contraria a la linealidad narrativa de la autoría masculina, esto es, el horizonte de lo que aún no es, y está en proceso, y es puro devenir. Pero también, lo femenino, no debe ser el entendido de un imaginario que se sustrae de nuestra cosmovisión occidental con un fuerte sentido nihilista, tal cual el objeto letal o tóxico del organismo social masculino, sino, por el contrario, la voz propia de un discurso igualitario del sentido que conceptualiza su propia existencia en el lenguaje y asigna peso a la poesía en sus palabras. Por ello es que este libro constituye un proceso original y fundacional de rastreo arqueológico sobre la mujer: plantea un profundo escepticismo hacia una Razón Trascendental regulada por las formas de poder dominante patriarcal, así como un rescate a la mujer en sus inscripciones sociales, reivindicaciones, resistencias y rupturas frente al discurso político y simbólico del hombre, con un fuerte sentido teleológico de sí mismo; y un catastro sintomático, deconstructivo de la tradición poética sobre y desde la gravitación femenina y su espacio significante en la vertiente americanista. El libro, dispuesto en cuatro capítulos, recorre los distintos territorios que problematizan la concepción de la mujer y lo femenino en el lenguaje poético occidental, y en la que el autor desnuda y desarma sus cimientos, para dar lugar a la invitación de su superación desde una voz universal, en ningún caso no asexuada, sino deslimitada de sus anclajes culturales de relación opresora entre sujeto (masculino) y objeto. Así, el primer capítulo, “Telúrico menguante de los tiempos”, abre la reflexión poética desde la concepción mítica, marco fundacional del motivo de la mujer anclada a los procesos de la naturaleza y los fenómenos corporales; una dimensión metafísica de lo femenino que ha provocado su destierro lírico y discursivo del espacio de la cultura. El segundo capítulo “Crecientes sangres de metamorfosis y testimonios”, da un paso más allá al explorar la emergencia de la mujer como agente social y su imaginario en el devenir histórico; el verso que se hace testimonio de los procesos de ruptura con tradiciones opresoras, reivindicaciones laborales, sociales, culturales y de derecho, a la par de un creciente alumbramiento de la reflexividad en torno al género, la identidad sexual y la incidencia de un pensamiento feminista posicionado. En la tercera parte del poemario, “Irreverentes instintos de piel de luna llena”, Díaz Chavarría arremete directamente con la sexualidad, centrando el gesto poético a la corporeidad de la mujer: el cuerpo en tanto que discurso artístico desbordante de placer, retórica del orgasmo desde sí; ser que experimenta el mundo a través de sus sentidos, vivifica, erotiza, y es productora de estímulos en los que legitima su propia dimensión sensitiva, una práctica personal y constelada, una voz autónoma de su sexualidad, y el devenir de un discurso del cuerpo propio de la mujer, en términos antropológicos y estéticos. Finalmente, el poemario cierra su verso con el apartado “Entre estas libertades de lunas nuevas”, donde se enuncia una invitación a la comprensión, al relato poético de una igualdad de género en el lenguaje y el habla, a la complementación concreta de experiencias entre hombres y mujeres en el tejido social. La búsqueda, en fin, de un lugar donde el lector se puede despuntar de toda categoría determinante sobre el lenguaje, y proclamar una nueva relación del sujeto –ahora provisto de una mirada multisexualizada- con las cosas y las palabras. De los múltiples momentos de interiorización con el poemario se extraen conclusiones reveladoras, y siempre abiertas a futuras inquisiciones. Aquí, a primeras aguas, se señalan dos instancias: desde una orilla, la enunciación tácita de un lector inocente, transversal en toda la cultura y en todos los actos del habla, que ha naturalizado los espacios de poder patriarcal desde donde el lenguaje circula, crea sentido y establece las categorías, los conceptos, las ideas, en las cosas. Díaz Chavarría abre la ocasión de una revisión íntima y existencial de ese lector, culturalmente determinado, cómplice omnipresente de la desigualdad de género, constructor y coautor de una tradición masculina en las formas de leer, comprender y dar sentido al mundo. Desde otra vereda, el poemario hace evidente que la tradición poética occidental se sustenta, no solamente en la instrumentalización del lenguaje bajo cierta comparecencia del poder en un circuito social masculino, sino que el poeta ha encarnado ese ejercicio de opresión contra las mujeres, en tanto que las ha sometido a espacios reductivos en el verso poético, a la par que su figura histórica se ha enaltecido como un colonizador de esos mundos sin voz. De esta manera, “La otra mitad de mi diferencia” es, en conclusión, un espacio reflexivo inaugural de la poesía feminista costarricense –y por qué no decir de paso, hispanoamericana- que coloca a contrapelo la cuestión del motivo y el discurso de lo femenino en el acto poético, así también a las redes que otorgan su estructuración histórica. De otra parte, en Carlos Chavarría la poesía feminista desenmascara la visión androcentrista del lector inocente, y pica con su propia lanza el patriarcado del poeta. Cómo deseo que esta letra ayude a desgarrar los silencios que amortiguan tus labios, escrituras encadenadas en hábitos y viriles vestimentas, entre tantos caminos sepultados por miedos y tapujos, ¡porque no quiero tener voz sin escuchar la tuya!... (Rupturas de tus exilios 1-5). Muchas gracias, Gonzalo Maire.


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