Robert Hass: El sol tras el bosque

Trea, Gijón, 2014       

Se ha dicho en ocasiones que el poema radica en el primer verso, en las primeras palabras. Aquellas, que, haciendo de introducción a la intención del mensaje, dictan ya una forma de sensibilidad, de contenido que, a partid de ahí, es fácil dejarse llevar toda vez que al resultado a que se ha de llegar viene, de alguna manera, prefigurado. En tal sentido se ha citado en ocasiones el inicio de ‘Tierra baldía’, de Eliot, como el resultado de una especie de premonición poética.        Otras veces, por el contrario, es el final quien ayuda a cerrar –incluso a entender- un discurso que, de inicio, pueda parecer sombrío en cuanto a su intención, o difícil de captar, o sencillamente amparado en un planteamiento brumoso… Entonces, y ahí estaría la magia del poeta, un solo verso, incluso unas pocas palabras, son capaces de elevar a poema lo que era casi una forma de confusión hilada con nostalgia o dolor o pasión no bien expresada.              Al fin, con todo, éstas no dejan de ser, tanto una como otra, formas de interpretación cuando en realidad, hablando en esencial literatura, el poema se deja intuir desde un principio y es el final el que ratifica, con mayor o menor aproximación, la belleza del contenido. Entendiendo que tal ha de ser el reclamo de la poesía: ensanchar el sentimiento de belleza, agrandar la comprensión sensible de cuanto nos rodea..           En el caso de Hass, el poeta norteamericano que nos ocupa (San Francisco, 1941) advertimos, tal vez, los dos ejemplos: en un primer caso el poema que se abre: “Un hombre habla a su exmujer por teléfono” se cierra: “Fuera, blancos, pacientes animales, y parras enredadas, y lluvia”. Aquí lo aparentemente dicho es lo observado: hay una cierta ruptura.     Otro poema, sin embargo, nos lleva a una sensación de lectura más redondeada: “No eres su canto, aunque ella es lo que está/ roto en una canción. /Ella es sus silencios// Puede que sea sus silencios”. Aquí el sentido del discurso se cierra con más calor, con mayor afinidad.                 Cabría preguntarse, no obstante, ¿dónde se inicia y dónde remata un poema? De hecho, quizás sería más acorde a la realidad el considerar que el verdadero poema completo de un autor es la totalidad de su obra. Ahí radica la sensibilidad de su mensaje, la originalidad y eficacia de su discurso.               Al fin, lector, considéralo así: acaso el verdadero disfrute de la poesía radica en el lugar más inesperado. Acaso

                                                       Ricardo Martínez


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