José María Pérez Álvarez: Examen final

Editorial Trifolium, A Coruña, 2014.

El soliloquio, en literatura, es un ejercicio arriesgado y difícil por cuanto, a solas, caben menos la superchería o el engaño. El escritor puede tener la tentación de burlar pero el lector atento conoce, sobre todo a través de un texto escrito ante el espejo de sí propio, si quien finge lo hace con gracia y acierto o es un mero clown de su vana pretensión. Hay, aquí, sin embargo, en este libro donde vuelve a ponerse de manifiesto la fecunda familiaridad que tiene este escritor con la literatura, algunos pasajes que podrían servir como ejemplo fidedigno de un trabajo bien hecho: “Entra en mi sangre una flecha y sangro palabras que nadie entiende, que nadie se detiene a leer, oh, mártir. Además de genio, santo” Y aún podríamos decir que el riesgo asumido por el escritor es mayor por cuanto el soliloquio se entabla teniendo como interlocutor hipotético no ya el hombre, sino el oficio de ser hombre, aquel por el que se define. Ahí es mayor la exigencia del dominio de la materia, la necesidad de buenos materiales interiores. Volvamos, si no, al texto: “Extranjero de ti mismo, desearías abandonar la geografía por la que deambulas sin destino. Te gustaría hallar la isla, Robinson, pero eres incapaz de orientarte en medio de la tempestad. Cada espacio se transforma en una cárcel y ahí estás tú, sujeto con los grilletes con los que tú mismo te fuiste encadenando. Tu inquieto corazoncito anhela algo que ignoras qué es, que ignoras incluso si existe” Podríamos decir que no es frecuente dar con escritores que vivan de una manera consciente su oficio, lo que debiera ser su identidad, pero ese no parece ser el caso del autor que nos ocupa. Recuérdese, para ello, algunos de sus títulos como ‘La soledad de las vocales’ o ‘Tela de araña’, para poder suscribir tal aserto. Su discurso, a veces, se convierte en tan apremiante reflexión que abduce al lector hasta hacerle suyo. Justo lo que quiere el buen lector. Casi al oído le dice, le conmina: “Mantente en silencio que suele conducir a la felicidad, a la turbia felicidad de esta noche en la que nadie te molesta. El hostal inhabitable es tu patria y no puedes traspasar sus fronteras porque al otro lado te aguarda el exilio más cruel, el enemigo” Implicación con el discurso consciente, presencia real de todo cuanto nutre la duda, soledad de soledades. Así, el hombre y su vínculo necesario: la literatura                                                                           

Ricardo Martínez


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