“Guía de los hoteles inventados” de Oscar Sipán

Si todos los libros de Oscar Sipán son sorprendentes, “Guía de los hoteles inventados”, una novela que fue premiada en la IX Edición de Cuentos ilustrados de la Diputación de Badajoz en 2006, lo es por excelencia en la conjunción de texto e ilustraciones. La historia de Ludovic Sindone, el protagonista, es la de un viajante condenado, sin que sepamos nunca por qué, al único objetivo de recorrer los hoteles supuestos de tres ciudades apócrifas para alojarse en ellos. No es extraño que para viaje tan onírico, personaje tan fuera de lo común o, quizás, no tanto a la vista de la “fauna” que nos rodea, de cuando en cuando recurra a la absenta. Escenarios inexistentes para huéspedes ilustres imaginados, o reales igualmente ilustres. Este es un recurso al que Oscar Sipán nos tiene ya avisados. En “Quisiera tener la voz de Leonard Cohen”, alguno de los personajes de los relatos se encuentra y convive con Antonine de Saint-Exupéry o, aquí, en estos hoteles fabulosos, Ludovic Sindone comerá o fumará o tomará una copa junto a Porfirio Rubirosa, el Barón Von Thysen, Peggy Guggenheim, Buñuel, Patricia Highsmith, Mata Hari o Edith Piaf, pero también con Carlos Castán y Mario de los Santos a quien ha dotado de biografía, sin que nunca pase nada por más que parezca que algo puede suceder. Más bien, va pareciendo que todo ya ha sucedido y de lo que se trata es de que el obligado viajero vaya describiendo, como una vuelta al pasado, los escenario irreales que se diluyen en una atmósfera sin horizonte, sin más historia que el transito estéril de una ciudad a otra, de un hotel a otro, y los encuentros en una emulsión continua de realidad y ficción. Oscar Sipán suele llevarnos de la mano hasta el asombro a través de la metáfora poética. Su lenguaje y su léxico son muchas veces subliminales con el fin de abrir hueco a la sorpresa. Sus listas y enumeraciones de objetos y sucesos son un recurso intencionado, muy visto en el vasto “opus” Rabelaisiano y de Joyce, para transmitir un cierto vértigo. Sería injusto no hacer referencia a las maravillosas ilustraciones de Oscar Sanmartín en perfecto vínculo con el texto. Juntos potencian una atmosfera de irrealidad que da más credibilidad al relato. En la lectura de este libro me ha acompañado como banda sonora muy subjetiva “El pájaro de fuego” de Stravinsky, no porque tenga relación alguna con el motivo que inspiró al compositor, sino por su carácter ilusorio, y porque además me transmite una regresión a los orígenes, una búsqueda de escenarios perdidos en la memoria. Algo que, para mí, le ocurre a Ludovic Sindone.

©Bárbara Fernández Esteban. 01/2014


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