Félix Grande, el poeta del pueblo

Arturo del Villar

DEBO escribir las palabras más tristes este 30 de enero en que ha muerto mi amigo Félix Grande, uno de los poetas más honrados a los que he tenido la suerte de conocer. Su honradez consistía en aplicar la ética a la lírica, de manera que su obra escrita refleja las vicisitudes de nuestro tiempo, que resulta ser un tiempo de crisis, según nos aseguran los sociólogos. Por ese motivo se cuestionóél mismo a menudo la motivación de su trabajo en verso, facilitándonos una amplia poética como exposición de sus ideas sobre la escritura lírica. Félix Grande nació en un momento trágico de la historia de España, el 4 de febrero de 1937, de modo que le faltaban solamente seis días para cumplir 77 años. En aquel tiempo a la vez de traición y heroísmo, según el bando contendiente, su padre, guardia de Asalto, combatía a los sublevados contra la República y sus patrocinadores internacionales, mientras su madre trabajaba en un hospital como enfermera y lavandera, a la vez que cuidaba de su hijo, al que llevaba en brazos corriendo al refugio cuando la aviación nazifascista anunciaba su barbarie contra la población civil. Dada su ideología republicana, la familia perdió la guerra, y en consecuencia la ensangrentada posguerra, de modo que padeció el infortunio de la miseria y el miedo, puesto que los vencidos carecían de derechos ante los triunfadores. Un niño criado en esas circunstancias no puede ser después un escritor dedicado a pulir sus palabras para buscar la manera de eternizarse en ellas. Eso lo pretendían escritores tan antiguos como Horacio o tan próximos como Juan Ramón Jiménez, inquietos por alcanzar la eternización en la memoria de los seres humanos con su obra perfectamente realizada. Y es cierto que lo han conseguido. Nada le importaba la eternidad a Félix Grande, poeta del tiempo presente. Le costó muchos sacrificios salir adelante en esos días de horror y terror, como hijo de vencido que nada podía pedir ni esperar de los triunfadores. Se crió en un pueblo y ha sido el poeta del pueblo, del que deseó convertirse en portavoz gracias a su poesía. La historia de su vida queda explicada en sus versos, hasta el punto de titular Biografía a la recopilación de sus primeros cinco libros poéticos (1971), a los que continuó aportando nuevos datos autobiográficos en sucesivas publicaciones. Otro título significativo buscado para una antología de sus versos es Años (1975), sin calificativo. EL ABUELO QUE HIZO HISTORIA La recreación principal de su tiempo la hizo en prosa, en un libro que resume un siglo de la trágica historia de España, desde las pequeñas historias vividas en el pueblo de Tomelloso, al que está vinculada su familia, aunque él naciese en Mérida por imposición de la guerra: La balada del abuelo Palancas (2003). Libro de memorias que contiene una depurada expresión poética, de prosa lírica aprendida en el habla manchega, la de los ingeniosos hidalgos que se han sucedido en nuestra literatura. El abuelo Félix Grande Martínez se ganó el apodo de Palancas por haber realizado una de esas heroicidades brutales sólo posibles en los pueblos. La llevó a cabo en Tomelloso en el verano del histórico (por tantos otros motivos) 1898, y consistió en mover y arrastrar un cilindro de piedra de unos mil kilos de peso. Cuando le preguntaron cómo lo consiguió, respondió sencillamente que haciendo palanca. Y así obtuvo el apodo, convertido, según costumbre pueblerina, en patronímico. Su nieto del mismo nombre, Félix Grande Lara, el tercer Palancas, después de cumplir los sesenta años quiso recuperar el tiempo perdido, aunque no fuese alegre ni fácil de vivir. Tiempo de hambre y miedo, en el que la familia supo conservar la dignidad. Así, nos cuenta la alegría que sintió cuando en la escuela le regalaron una camisa, azul, naturalmente, que era el color del uniforme fascista, pero no pudo estrenarla porque su padre, Félix Grande Ortega, el Palancas II de la dinastía, encarcelado y represaliado por haber defendido la legalidad constitucional, le prohibió que la usara. Libro de memorias en el que se recupera el tiempo perdido con sus datos exactos, con sus fechas fijadas, pero en el orden desordenado en que llegaban los recuerdos al papel: unas escenas las presencióél mismo, y otras las había escuchado relatar como el caudal familiar transmitido en herencia: Mi padre conservaba una memoria estereofónica y disfrutaba entregándome los recuerdos, sabiendo que con ellos me otorgaba lo mejor de su herencia y que yo no ignoraba que a esos bienes no los desgasta el despilfarro, ni los disminuye el reparto, ni se desmoronan en una partida que no sea la del camino sigiloso del paso de las generaciones. El autor interviene en el relato, puesto que lo redacta en primera persona, aunque no sea el protagonista. Se presenta ante el lector para irle exponiendo sus propios pensamientos y sentimientos acerca de los sucesos descritos. De ese modo le obliga a mantenerse en contacto con él, porque no está hojeando una novela, sino una historia verdadera. Lo notable es que esa historia está narrada con el lujo de la mejor poesía castellana, la que el autor nos fue proporcionando en verso desde 1964. EL ARTE DE PARAR EL TIEMPO La balada del abuelo Palancas fue escrita cuando su nieto había alcanzado la justeza en el decir, una vez perfeccionada su palabra a lo largo de esos cuarenta años de entrega cotidiana a la tarea de escribir. Su prosa se recarga con felices acumulaciones de conceptos para añadirle expresividad, en un coloquio cada vez más próximo a la tensión lírica. La regularidad rítmica se expande en ondas concéntricas, que acumulan lirismo a una narración calificable forzosamente como prosa poética, sin dejar de ser descriptiva, de un neocostumbrismo distante del que estuvo de moda en el siglo XIX, tanto en la novela como en la poesía. Al saber que dominaba el uso del castellano utilizado por el pueblo para hablar con su vecino, en ese pueblo de Tomelloso famoso por las bodegas de sus excelentes vinos manchegos, siguiendo el consejo de Gonzalo de Berceo se dispuso a escribir una prosa en román paladino, que vale bien su verso: Ya con los pies recién aposentados en el desfiladero de la vejez, con las arterias coronarias pidiéndole socorro a la prudencia y con la próstata más impertinente que una china arrendada en el zapato, el nieto mayor de Palancas comprende hoy cómo su abuelo trajinó… Era el momento adecuado para evocar los años de aprendizaje de la vida, el de los variados oficios para ganarse el pan de cada día, hasta conseguir trabajar en lo que verdaderamente le gustaba. Y cuando admitió haber alcanzado la edad idónea para filosofar y disculpar y entender las cosas, con el cuerpo desgastado por el tiempo implacable, redactó en cerca de cuatrocientas páginas la historia de su pueblo, de su familia y de sus aspiraciones. Así concluyó el tercer Palancas de la dinastía una hazaña más memorable que la iniciada por el primero. El hombre de pueblo es también el escritor del pueblo, con el que mantuvo siempre una cercanía sentimental. El tiempo está continuamente insertado en su escritura, como una obsesión a la que combatir para librarse de ella. Es un tema recurrente en la mejor lírica castellana, tanto que Machado definió a la poesía como “palabra en el tiempo”, así que Félix Grande, uno de los mejores poetas de nuestra época, no podía evitar analizarlo en sus escritos. Su tiempo vital resultó amargo, como hijo de un defensor de la República derrotado por los vencedores de la guerra, y así lo retrató para ser fiel a sí mismo. Por ello consigue comunicarnos esa honradez constante en su actitud vital. TESTIGO DE NUESTRO TIEMPO En su primer poemario, Taranto, escrito en 1961, aunque publicado diez años después, se preguntó: “tal vez / un tiempo sea el estigma de otro tiempo”, y lo planteó de tal manera que se deducía la seguridad de que efectivamente era así. El tiempo de hoy es el estigma del pasado ayer, y repite con imitación calcada todas sus estridencias. Por eso resulta inevitable que la historia se imite a sí misma, ya que los seres humanos pertenecientes a una generación son herederos de la predecesora, y sólo han conseguido perfeccionar los medios de matar. Como poeta del presente será considerado en las historias literarias un testigo de cargo sobre la historia española en su época. “Todo se diluye / abandonado en el tiempo”, explicó en su primer libro impreso, Las piedras (1964). En una lectura superficial parece tratarse de una colección de poemas amorosos, pero se descubre enseguida la trampa del tiempo abierta para hacer inevitable la caída en ella, como un paso forzoso: “El tiempo. / El tiempo, el tiempo, hermana”, repetía insistentemente para subrayar sus efectos sobre la mujer a la que se dirigía y sobre él mismo. Fue un tiempo trágico para las generaciones que sufrieron los desastres de la guerra y de su secuela no menos desastrosa, la posguerra encarcelada por la dictadura. A la guerra en España siguieron otras guerras repartidas por todo el mundo, en Europa, África, Asia y América. Esa continuación de las noticias bélicas incidía en menor medida sobre la angustiosa realidad cotidiana española, pero repercutía ampliamente sobre la sensación constante de vivir en peligro. Otro poema del mismo libro lo expone, mediante una fórmula expresiva desarrollada en fases, para la totalidad de las acciones humanas: “Cosas, sueños, todo lleva / el mismo curso; el del tiempo”, hasta concluir por último con todo abandonado en el tiempo. Nada se escapa de la dictadura temporal, los seres humanos nos hallamos tan presos de él como las cosas, camino de la destrucción final y total. Si además resulta que la época es sombría al hallarse dominada por el miedo, el escritor ha de sentirse comprometido con las penalidades observadas a su alrededor. La escritura de Félix Grande en verso y prosa responde a una necesidad ética de manifestar sus opiniones sobre un mundo en descomposición. Uno de sus libros de relatos se titula Lugar siniestro este mundo, caballeros (1980), percepción de un tiempo generacional sobre su época. El mundo, naturalmente, no es nada por sí, más que mundo físico; los encargados de hacerlo paradisíaco o infernal somos sus habitantes en cada momento histórico. Es sabido que ciertos escritores, en diversas etapas, han pretendido olvidar la realidad circundante, mediante la creación en sus obras de ambientes escapistas favorables a la confianza, unos paraísos artificiales muy bellos pero imposibles.Ésos no son los testigos de su tiempo, sino los falsificadores. LOS GOLPES DEL SIGLO No es el caso de la escritura de Félix Grande. Como testigo de su tiempo quiso insertar en él toda su obra, para reflejarlo, y si fuera posible actuar sobre sus consecuencias. Se lee al comienzo de Música amenazada (1966) lo que puede considerase el anuncio del tema inspirador: “El siglo veinte me golpeaba como a un gong”, y poco después: “Se envejece muy rápido en Europa”, consecuencia de la acción golpeadora del presente en aquel siglo demoledor, el de las dos guerras mundiales y las incontables guerras locales. En el poema siguiente, sin título, describió la realidad absurda de una circunstancia sin razón, es decir, irracional, aunque la sufriéramos los considerados animales racionales por un exceso de complacencia en nosotros mismos: Aquí el pasado es absurdo, residual e inexistente a fuerza de ser sombra; el futuro, ajeno y amurallado de clamor y de crimen; el presente, esta cuarentena poblada de palabras en mitades que casan mal y que se roen unas a otras con cautela y monotonía. Pasado, presente y futuro son lo mismo, tres etapas en la eternidad, pero nos duele el instante pasajero, tal vez por ese motivo. El presente de la escritura parecía negativo, sometido a una dictadura controladora de las palabras lo mismo que de las acciones, por lo cual podía adivinarse que el futuro, al menos el inmediato, no sería mejor. El libro completo lleva el desánimo repartido por sus páginas. EL GRITO DE BLANCO SPIRITUALS La denuncia poética expuesta por Félix Grande sobre el tiempo que le correspondió vivir alcanzó un carácter épico en Blanco spitiruals, poemario que obtuvo en 1967 el premio Casa de las Américas en La Habana, y que es el más testimonial de cuantos nos ha legado. Es su libro más reeditado y más citado, y uno de los más representativos de la poesía del siglo XX en cualquier idioma, uno de esos títulos que hacen historia. En cierto modo es asimismo el más comprometido con la realidad de la época, materia de su inspiración, por cuanto expone la alienación del ser humano en los años sesenta del terrible siglo XX. El título es una adaptación definitoria e intencionada de los negro spirituals, esas canciones que ponen la esperanza de un pueblo esclavizado en las promesas religiosas. En estos poemas no hay racismo: son blancos muchos de los protagonistas porque el autor escribía en España y en los años sesenta, cuando no llegaban aquí los extranjeros a buscar trabajo, sino que, por el contrario, los españoles emigraban en persecución de un bienestar económico imposible en su patria. Los protagonistas de Blanco spirituals no tienen una raza concreta. Son unos seres humanos desarrapados, desgarrados, desplazados, gentes que sobreviven como pueden bajo penas, miedos, torturas, persecuciones y miserias. Entre ellos figuran el poeta, su esposa y su hija, unos de tantos ciudadanos. Ya en el primer poema se demuestra la simbiosis racial buscada por Félix Grande: parte de una evocación de los negros en las novelas faulknerianas, para superponer otras escenas con blancos europeos y americanos sometidos a la moderna esclavitud del trabajo alienante. Después se enlazan los cantos negros y gitanos, al unir en un verso a Manolo Caracol y Louis Armstrong, como representativos de dos razas que sufren persecución. PARA EL PUEBLO, CON EL PUEBLO En su ensayo Mi música es para esta gente (1975), título tomado de las palabras con las que Beethoven se vinculó al pueblo frente a la llamada nobleza, dejó claro que estaba con los pobres del mundo, y que clamaba por sus derechos con las armas a su alcance, las de la poesía. Así que, por eso, compuso una poesía cívica, comprometida con su tiempo y con su gente, poesía escrita por un hombre del pueblo para el pueblo. Junto a los parias de la Tierra encontramos en este libro toda una exhibición del poder almacenado en el llamado primer mundo, el dueño de los misiles. La civilización occidental asentada sobre la sociedad de consumo tiene siempre razón, porque posee misiles de largo alcance y los lanza tranquilamente sobre poblaciones civiles cuando le parece oportuno, por saber que nadie le exigirá rendir cuentas de sus crímenes. Encontramos una referencia continua de la actualidad en los días de la escritura del libro, en las noticias tomadas de los medios de comunicación: “Hoy el periódico traía sangre igual que de costumbre”, está explicado en el segundo poema. Lo tremendo es que aquellas trágicas noticias de mediados del siglo XX se parecen mucho a las que constituyen la actualidad más radical a comienzos del tercer milenio. Son diferentes los nombres de los países invadidos por el imperialismo, y el nombre propio del presidente y de los generales directores de la guerra. Lo restante es igual, son las mismas empresas multinacionales las que promueven los conflictos bélicos en su beneficio. Sin embargo, el autor era un poeta, no un periodista, así que no se limitaba a describir objetivamente unos acontecimientos, sino que se colocó en ellos como observador y como crítico, y los juzgó porque le herían. Al leer las sangrientas noticias del periódico, no podía evitar una reflexión acerca de la triste condición humana, y ponía por escrito en verso el resultado de su meditación. Repárese en que la última palabra impresa en el libro es “asesinos”, epitafio para aquel tiempo cruel. UNA POÉTICA ÉTICA Leemos en uno de los poemas más arraigados en su vida familiar, y al tiempo más demoledores de su época, la denuncia de unos crímenes cotidianos aceptados por todos: Escribo para vosotros, testarudos, calamitosos seres que deambuláis en este laberinto agrietado de nuestro siglo. Os mando estas cartas porque creo en el fenómeno poético, lenguaje enloquecido y apesadumbrado que se derrite de calor ante un malasio que agoniza entre el plomo y la rabia. Esta confidencia representa su poética, incluida dentro del poema como una declaración de intenciones más que como un ejercicio retórico equilibrado. Consideraba a la poesía un fenómeno, lo que implica el desconocimiento de su sentido creador. Hace muchos siglos que los mismos poetas y los analistas de sus escritos intentan alumbrar con sus elucubraciones la motivación de la poesía, sin haber alcanzado hasta ahora una definición válida. Por eso hay que creer en el fenómeno poético, que es real y demostrable en sus consecuencias, sin comprenderlo. No importa ignorar las razones de la escritura poética, ya que lo valioso es su consecuencia: el poema. Si el poema ofrece interés, no hace falta explicar por qué y cómo ha sido compuesto, que son datos inoperantes para conformar la comunicación entre el autor y el lector. Debido a ello mencionó el “lenguaje enloquecido”, porque se diferencia del utilizado habitualmente en el diálogo social. Además el lenguaje se apesadumbraba ante la realidad. En la cita se hace referencia a un malasio asesinado por una bala o bomba, porque era la guerra de actualidad entonces, pero la ciudadanía del personaje es intercambiable sin que se altere el sentido de ese verso. El lenguaje poético sirve para denunciar las perversiones de un mundo más enloquecido que él, lo mismo que una crónica periodística. Otra cosa es el alcance de los diversos medios de comunicación. El poeta sentía la obligación de contar a los demás lo que constituía la realidad del presente, para intentar la complicidad de quienes preferían no enterarse, y seguramente para dejar el testimonio ante la historia. Y aprovechó para confesarse ante sí mismo y ante sus lectores, logrando con ello una poética estricta: Escribo porque no soy un degenerado, porque estoy muy en deuda con dos viejos que languidecen en la edad al borde de su nieta, con una persona pequeña vestida con telas graciosas, con seres que me dieron o me dan, con gentes que pasan, con años que transcurren camino de los siglos, con un sueño de amistad popular que cruza solitario como un viejo vehículo del mar por el mar de la historia. En resumen, escribía por motivaciones éticas más que estéticas. Ahí dejó constancia del compromiso hacia sus padres y su hija, representantes del tiempo pasado y del futuro, a la vez que con las gentes anónimas que creían y sentían lo mismo que él. Ese “sueño de amistad popular” le permitía confiar en las posibilidades de cambiar las circunstancias sociopolíticas del momento para modificar la historia. DUDAS SOBRE LA PROPIA INDIGNACIÓN Desde esa posición de ética para la poética, siguiendo el consejo de Machado, llegó a censurarse a sí mismo, en el poema titulado “Sonata para duda y sordina”, advertencia sobre el asunto inspirador de sus sentimientos. Es un poema carente de signos de puntuación, en el que se autoevaluó ante la sociedad a la que pertenecía, planteándose una justificación de sus actos para responder a las dudas de su conciencia: ¿pero y mi propia indignación? heme junto a una mesa escribiendo un blanco spirituals y fumando tabaco emboquillado harto confusa es la situación e inclusive sospecho que no vería más claro aunque hubiese estudiado filosofía […] y no me diga usté que mediante estas líneas se adivina mala conciencia por mi parte usté sabe que hay frases para todo piense lo que le digo si quiere y si no santas pascuas quede claro que nunca le puse un puñal en el pecho para que comulgara mis versitos dubitativos Se propuso así elucidar la conveniencia de identificar la teoría con la práctica. Sentía dudas acerca de su comportamiento. Es cómodo escribir poemas de denuncia contra las injusticias sociales, sentado cómodamente en casa fumando tabaco emboquillado, mientras los policías agraden salvajemente a unos obreros que reivindican derechos sociales. Fue un asunto ampliamente debatido en las jornadas de mayo de 1968 en París, esto es, al año de la publicación de Blanco spirituals. La función del intelectual en la sociedad es motivo de disputas siempre, y desde luego ahora no parece oportuno intentar analizarlo. Quede constancia únicamente de que Félix Grande cuestionó su propia participación en actividades políticas como actor, y no sólo como observador para escribirlos. Se enfrentó a su propia indignación para dilucidar lo que debía hacer con ella, porque le parecía hallarse en una situación harto confusa. El resultado fueron esos versos dubitativos, con los que no logró resolver nada, aparte de componer esos versos sobre la licitud de componerlos. Una tautología de buen resultado, pero incapaz de concluir unas deducciones de carácter universal. Cada persona responde a unos estímulos comunes de una manera específica, y no es posible alcanzar una respuesta universalizadora. La función del poeta consiste en escribir poemas; si lo hace bien ha cumplido su misión. TAREA DE POETA POPULAR El poeta Félix Grande reconocía la escasa resonancia de su oficio (“Por el momento soy únicamente un poeta lírico”, dice uno de sus versos), pero encontraba ánimos para alzar su voz contra las atrocidades de su época vital. Tenía entonces treinta años, y confiaba en alcanzar a ver un cambio político renovador de la sociedad. Las citas tomadas de los diarios de información general, inspiradoras de los poemas, demuestran la inserción de los versos en su momento mismo creador. El poeta asumió su condición de cronista de su tiempo, y la expresaba en verso, como era obligado en su caso. Blanco spirituals nació de los elementos actuales en el instante de su escritura, pero como quiera que las situaciones comentadas en los versos constituyen acontecimientos tan humanos que son cotidianos, mantienen su vigencia absoluta. Basta cambiar algún nombre propio de personas o lugares geográficos para que la historia sea actual. Las sucesivas guerras provocadas por el imperialismo en espacios concretos son capítulos del gran conflicto universal interminable. Cuando apareció Blanco spirituals se discutía en las revistas literarias españolas si era preferible una literatura de preocupación social o de depuración expresiva; la polémica disyuntiva se resumió en dos iconos simbólicos, la berza o el sándalo. En su libro Félix Grande apostó por la berza y el sándalo al mismo tiempo. Su escritura prefería el compromiso social, manifestado con un lenguaje poético exacto y bien desarrollado, lo que le facilitó la toma de contacto con unos grupos sociales deseosos de avanzar en la conquista de las libertades públicas. Cuando el mitin político estaba prohibido y penado, era forzoso buscar otros medios de comunicación. El poeta escribió como un español sometido al horror de la dictadura fascista, pero sus comentarios cobraban alcance universal, como lo demuestra el que su poemario fuese premiado en La Habana. Y además son intemporales, puesto que ahora mismo continúa siendo actual la tesis esencial desarrollada en sus versos, aunque hayan cambiado algunas circunstancias motivadoras de la escritura. Compuesto en verso libre, Blanco spirituals aprovechó muchas de las licencias favorecidas por los escritores vanguardistas, como la eliminación de las letras mayúsculas y de los signos ortográficos, o el enmascaramiento de las palabras con grafías insólitas para dotarlas de un valor semántico original. Es un verso bronco, pero melódico, expuesto con un ritmo que se acerca al de los cantos espirituales negros. Resultaría sencillo poner música a las palabras: se obtendrían canciones corales para alabar a la libertad en todos sus aspectos, el social en primer término, junto con el político, y después el métrico. Pero también sirve de recitado con fondo de guitarra para lograr el mismo efecto. La música es un tema recurrente en los libros de Félix Grande, y no solamente el flamenco. En 1998 recogió 58 poemas de ambiente musical en la antología La canción de la tierra, conjunto demostrativo de su afición a los tonos musicales más variados, aplicados con sabiduría a sus poemas. PARA VOCIFERAR SOCORRO En la primera edición de Biografía se incluyó un libro nuevo, Puedo escribir los versos más tristes esta noche, claro homenaje a Pablo Neruda por utilizar un verso suyo. Está compuesto en prosa, excepto el poema final, en el que se escenifica el paso del tiempo en un laberinto que avanza y retrocede sobre el presente: el pasado nunca se desvanece cuando es atroz, y el futuro nunca llega cuando se sabe que va a ser nefasto. En otro poema, “Candilejas”, el poeta se explayó acerca del sentido de la poesía para él (“Pero has vuelto de nuevo a recurrir a la poesía”) y para sus colegas de dedicación a tan poco acreditado trabajo (“Piensas ahora en los poetas de tu país.¿Cuántos de ellos ejercitan su oficio a escondidas como un parapeto contra las esquirlas de su vida y su época?”). Ningún ser humano se encuentra solo, porque pertenece a una colectividad social asentada en idénticas circunstancias. Se lo contó a sí mismo reflexivamente como si le hablase a otro: “Estás vivo en la historia. Vivo en tu tiempo y tu país”, y por lo tanto comprometido con ellos. Por eso aceptó cuestionarse la validez de su trabajo y del realizado por sus compañeros de oficio. En 1971 quedaba poca esperanza de hacer cambiar las estructuras sociopolíticas españolas. El poeta debía abordar el tema cotidiano de inquietud general, como testigo del momento. Un poema debía ser entonces una crónica de los sucesos que acaecen en la calle, según la recomendación de Juan de Mairena a sus alumnos. Al observar las imperfecciones se imponía denunciarlas, y en eso implicaba a su poesía: “Todo mi oficio se reduce a buscar sin piedad ni descanso la fórmula con que poder vociferar socorro y que parezca que es el siglo quien está aullando esa maravillosa palabra.” Una poesía, pues, para pedir socorro, no para el autor, sino para el pueblo en general, para los habitantes de ese siglo tan precisado de ayuda. La poesía de Félix Grande estaba motivada en esos años por la inquietud proporcionada por la situación colectiva española, pero expuesta desde la intimidad del poeta. Por eso constituye una alianza entre la declaración estrictamente social, que debe ser colectiva, y la personal, que es forzosamente íntima, con lo que se acrecentó su originalidad. HORACIO MARTÍN, EL OTRO En ese mismo año de 1971 tuvo lugar el nacimiento de su heterónimo Horacio Martín, aunque la que podemos denominar aparición estelar ocurrió en 1978, con la publicación de Las rubáiyátas de Horacio Martín. Este poeta dispone de su propia biografía y su bibliografía, y hasta su propio premio Nacional de Poesía en el año de la edición de su libro. Se trata de un personaje importante en la historia, puesto que Horacio Martín Ferrer es nada menos que bisnieto del Abel Martín heterónimo de Machado. Con tales genes por fuerza debía ser un notable escritor. En un “Nocturno” de Música amenazada (1966) relató Félix Grande una alucinación padecida una madrugada en su casa, mientras fumaba un cigarrillo y escuchaba en el tocadiscos a Beethoven, cuando se sintió otro: “Extrañado y sereno, / con el vaso en la mano. Otro. / Era horrible: fui otro”. Parece deducirse que en ese momento ocurrió el encuentro de Félix Grande con Horacio Martín, su otro. La confesión poética evita los detalles psicológicos en este caso. No obstante, hallamos una pista en otro poema del mismo libro, “La guarida”, protagonizado por un joven al que se denomina “El empujado”, enfermo de neurosis, miedoso, dominado por la angustia y con unas infinitas ganas de dormir, aunque no lo hace. El poeta relata que el joven “Enciende un cigarrillo. / Pone en el tocadiscos a Beethoven”, así, en tercera persona, pero como un eco de lo que contó sobre sí mismo en el “Nocturno” al escribir: “puse Beethoven, encendí un cigarrillo”. Identificamos a los dos personajes como un desdoblamiento psíquico del poeta. En ese instante a él le parecía horrible ser otro, mientras escuchaba unos sonidos geniales. Ese otro tuvo que ser la primera manifestación de Horacio Martín. Existe una impresionante sucesión de obras literarias, en las que se cuentan enfrentamientos de un personaje con su otro yo, y suelen terminar en la locura. Escritores como Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez confesaron haberse encontrado con su otro en la realidad, al margen de las ficciones literarias. Por su parte, Machado aconsejó buscar en el espejo al otro que siempre va con uno. Con el espejo y con la sombra es posible tanto descubrir como encubrir al otro. EL LENGUAJE DE LA CARNE Prestemos atención, pues, a este Horacio Martín, autor de las rubáiyátas, espléndidos cantos de orientación sexual en los que hay un protagonista único, el cuerpo femenino. Lo mismo que Félix Grande también fue un poeta comprometido con su patria, con la diferencia de que él solamente consideraba patria al cuerpo de la mujer y al lenguaje. De esa creencia derivó toda una poética basada en la exaltación de la carne por medio de la palabra arraigada en otro cuerpo: La carne me ha enseñado el más hondo saber y el lenguaje me enseña su lección venerable: que el Tiempo es un abrazo del hombre y la mujer, que el Universo es una palabra formidable. El sentimiento amoroso transforma al ser humano. Debiera constituir una circunstancia atenuante de todas las actuaciones provocadas por él, así como el estado de necesidad lo es en la comisión de un robo. Lo sabía Horacio Martín, y se esforzó en comunicarlo a sus lectores. Le parecía que las dos maneras más nobles de mostrar el humanismo son amar y hablar, funciones específicas de los seres llamados racionales. Sin la pasión erótica no sería posible la poesía de Martín. Es un poeta comprometido, en efecto, pero su compromiso no se relaciona con la sociedad, como el de Félix Grande, sino muy concretamente con el cuerpo de la mujer. “La majestad del compromiso” se titula una rubáiyáta, en la que el poeta conmina a la mujer: “Comprométete o calla”, dando así unidad al cuerpo y el lenguaje. Si la mujer se compromete en el acto sexual, debe hablar sobre todo ello, pero en caso contrario ha de guardar silencio, ya que el lenguaje se encauza desde el sentimiento amoroso únicamente; en su opinión, claro está. Por eso afirmó, a la vez que anatematizaba, en otro poema: “Tu piel junto a mi piel, eso es lenguaje. / Todo cuanto pretenda enmudecerlo / maldito sea.” Porque todo ello será hipocresía social rechazable por los amadores. UNA ÉTICA POÉTICA ERÓTICA El nuevo poeta aportó en sus escritos todo el erotismo oriental, sin el pudor típico de los occidentales, impuesto por una interpretación parcial del judeocristianismo. Desde los poetas arabigoandaluces no se había cantado en España la pulsión sexual con tanta libertad y tanto lirismo como lo hizo Martín. Ese aire innovador coincidió con el cambio en usos y costumbres derivado del cambio político, y seguramente presentan alguna relación. Es verdad que la escritura de las primeras rubáiyátas comenzó en los estertores de la dictadura, pero sin la alteración de las conductas sociales sería impensable su publicación, y por lo mismo no merecería la pena continuar la tarea. “No hay amores malditos”, asegura un verso repetido en un breve poema, en contra de la hipocresía en materia erótica asentada en la sociedad española. En efecto, es la sociedad la que está maldita, nunca el sentimiento amoroso, que es natral en todos los seres humanos, lo mismo que el impulso sexual es compartido con los animales irracionales. Cuando interviene la moral religiosa judeocristiana propia de la civilización heredada en Occidente, aparece la noción antinatural del pecado. Los conceptos de patria y lenguaje se fusionan sobre el cuerpo femenino. Así lo indica en un poema descubridor de su poética, “Elogio a mi nación de carne y de fonemas”, en dos versos paralelos, según el modelo de la poesía árabe: “yo no he llamado patria más que a ti y al lenguaje” explica el primero, y “yo no he llamado patria más que a ti y al idioma”, confiesa el segundo. En consecuencia, para Martín el lenguaje es un instrumento de comunicación erótica. Todo lo demás existe, y el poeta lo sabe, pero no se anima a tenerlo en cuenta en su poética. Si la de Félix Grande ha quedado definida como poética ética, la de Horacio Martín es una poética erótica por decisión exclusivista del autor. Ahora bien: la erótica martiana implica una ética, por cuanto su experiencia queda señalada como un ejemplo posible para los demás amadores. LA MUJER COMO LENGUAJE PROFUNDO Martín fue un amador que relataba historias apasionadas, de las que él mismo era protagonista, o al menos pretendió serlo. Muchas personas no se atreven a confesar ante el mundo sus aficiones eróticas, pero Martín declaró en un soneto: “Tu nombre, que es mi túmulo prohibido, / me habla de amor cobarde y placer ido / que aún araña mi puerta y mi tejado”, porque hablaba a la mujer como patria, y no como género ni como individuo. Su intención fue establecer un ordo amoris en el mundo, a semejanza de lo que hizo Agustín de Tagaste, y más cercanamente expuso Max Scheler. Con la particularidad de que Martín lo fundamentó concretamente sobre la experiencia sexual, a diferencia de la intencionalidad de los filósofos, mucho más idealistas y por ello menos realistas. En cambio, Martín era demasiado humano. Pero también poeta, y el poeta se entrega a la comunicación de sus sentimientos, por si resultan útiles para los demás. En él lo peculiar resulta saber que se hizo poeta desde el cuerpo femenino, identificado con el lenguaje, tal como lo defendió en dos versos con los que resumía la síntesis del nombrar: “Tú eres el lenguaje profundo / Contigo todo tiene nombre”, por lo que el ejercicio erótico se convertía en una especie de ejercicio retórico, puesto que todas las cosas alcanzan nombre, esto es, sentido en el cuerpo de la mujer. De ahí que la llame “Bautizadora incomparable”, la encargada de disponer los nombres en el mundo. Tanto es así que en el penúltimo poema del libro se plantea la desafección del tiempo sobre los amantes, cuando el ejercicio se transforma en recuerdo, y el pasado tiende a superponerse sobre el presente. Ya vimos que el tiempo ha sido uno de los temas recurrentes en la obra de Félix Grande. Ese poema, “Crueles pezuñas de los años idos”, concluye con un solitario verso lleno de perplejidad: “Entonces para qué he nacido.” Para amar, desde luego, es la respuesta. Por eso el resumen del libro entero puede mostrarse en otro verso de “Noria de noches”, donde Martín declara: “Yo me entro en el silencio con la palabra amor”, testimonio rotundo de que el amor es el compendio de todas las palabras, es decir, una síntesis del diccionario. DUPLICIDADES DE VARIOS YOS Horacio Martín fue creciendo en intensidad, pasó de del verso a la prosa, y un día se enfrentó a su creador. El resultado es un libro espléndido, Sobre el amor y la separación (1996), difícil de clasificar porque reúne varios géneros literarios, el lírico, el narrativo, el ensayístico, el autobiográfico y el epistolar, siempre con una perfección formal en verso y prosa admirable, por parte de Martín, más un prólogo y un epílogo firmados por su complementario Félix Grande. El juego de las dos personalidades se multiplicó en ese libro, porque sus páginas describen que Martín enloqueció y llegó a creerse el poeta árabe Ibn Zaydún y pretendía vivir como él, como el amante desdeñado en el siglo XI que fue en efecto. De modo que también Martín se convirtió en otro, la reencarnación de un personaje histórico, lo que podría interpretarse como una reencarnación. Pero los desdoblamientos de la personalidad alcanzan su extrema categoría en una novela corta incluida en el volumen, titulada “El marido de Alicia”, un relato modélico presentado como una autobiografía de Martín. Estaba casado con Alicia, y sentía celos de su amante, que era el mismo Horacio Martín joven. De hecho Martín y Alicia habían sido amantes efectivamente antes de casarse. Llega un momento en que el Martín joven amante de Alicia se encuentra con el Martín maduro esposo de Alicia: es lo que definen los psiquíatras como un caso de heautoscopia, la percepción del yo como una persona ajena. Para complicar las cosas, Alicia le confiesa a Martín que siente celos de la muchacha que fue amante de su novio antes de casarse con él, es decir, de ella misma cuando era joven. De ese modo las escisiones de los yos se multiplican como si se reflejaran en espejos múltiples. Los dos sienten un profundo odio al “otro” que son ellos mismos, al que desean matar. Pero la muerte del “otro” que es uno significa el suicidio. Y con un suicidio terminó la vida ¿real? de Horacio Martín a sus 54 años, cuando creía ser Ibn Zaydún. Metidos en cuestiones psicoanalíticas, habrá que analizar las motivaciones que impulsaron a Félix Grande a suicidar a Horacio Martín.¿Sentiría celos del éxito alcanzado con sus rubáiyátas, popularizadas pronto, y merecedoras del premio Nacional de Poesía el año de su publicación? Parecía que la muerte literaria de Horacio Martín conllevaba el silencio de Félix Grande, porque se dedicó a publicar antologías y reediciones de sus libros, hasta que en 2011 dio a la imprenta un nuevo título, Libro de familia, que si no aportó nada nuevo a su historial, mantiene la originalidad creadora del poeta con nuevo tono. Además de la obra poética recordada en esta nota de urgencia motivada por la noticia de su muerte, es considerable la ensayística y narrativa, así como la inspirada por su afición al cante flamenco, excesivamente amplia para comentarla ahora. Sin duda la importancia original de Félix Grande radica en su obra poética, y todo lo demás también es literatura, pero menos valiosa.


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