Manuel Azaña, entre la literatura y la política

Arturo del Villar

A menudo, cuando se entrevista a un escritor se le pregunta por qué motivo ha entregado su vida a la escritura. En cambio, no se suele preguntar a un artesano por qué ejerce su oficio. Quizá sea debido a que la profesión de escritor está más llena de sinsabores que de felicidades, y porque excepto contados casos no se puede practicar con independencia económica, sino que debe ser compatibilizada con otra actividad más lucrativa. Nos referimos a los escritores vocacionales, los que utilizan la escritura como un fin, no a los que se sirven de ella como un medio para obtener prebendas de cualquier tipo, principalmente dinerarias, porque este subgrupo debe ser clasificado como de escribientes. Por el diario de Manuel Azaña sabemos que se planteó las motivaciones y los alcances de la escritura. Suele ser costumbre entre los escritores, meditar acerca de los impulsos que les animan a llenar papeles con sus letras. Para algunos se trata de la más vital de todas las ocupaciones humanas, porque sitúan en ella la supervivencia de su nombre: son tan conocidos los versos de Horacio, en los que anuncia su eternización en la memoria de las generaciones sucesivas, gracias a ellos, que es innecesario citarlos. Contemporáneos y amigos de Azaña fueron Miguel de Unamuno y Juan Ramón Jiménez, preocupados en todo momento por inmortalizarse en la Tierra, mediante la realización de su obra literaria. Es un sentimiento que obliga a poner en la escritura lo mejor de la persona, puesto que será su salvoconducto contra la aniquilación total, una vez consumada la vida física. Se fía en la pervivencia del espíritu, que decide la categoría de los clásicos. Sin embargo, la realidad diaria enseña que las masas suelen ignorarlos. Siendo así, la escritura se convierte en un pasatiempo inútil. VIDA Y LITERATRA COMO SISTEMAS Esta cuestión la tuvo en cuenta Azaña, pese a ser parco en la escritura literaria, a diferencia de sus ilustres amigos citados antes. Demuestra que su ocupación literaria estaba inspirada por un afán comunicativo sincero, aunque no lo prodigase por atender a otras cuestiones más perentorias, de las que no podía zafarse por imperativo popular, y por la aceptación de ese deseo mayoritario manifestado en las elecciones. No obstante, y por el mismo motivo, se preguntaba acerca de la elección entre vida y literatura como sistemas de conducta. Hay quien sacrifica la vida a la obra literaria, como Fernando de Herrera, y se dedica a perfeccionarla insistentemente, porque pone en ella la esperanza de eternización. Otros, en cambio, la utilizan para cambiar las estructuras sociales de su tiempo, aunque les cueste el encarcelamiento, como escogió hacer Quevedo. El resultado literario es muy diferente, por más que en ambos casos obtenga un valor histórico. El 13 de mayo de 1927 confiaba Azaña a su diario una duda causante de inquietud en su conciencia: Ya me es urgente no desestimarme por mi propia conducta. Cuanto más me considere acreedor de la vida, y cuanto más me duela dejarla, otro tanto me es necesario, si he de salvarme de la desesperación, poder tornar los ojos hacia unos cuantos años vividos con entereza, con dignidad íntima; si el dejar tras de sí una obra acabada puede ser consuelo en el desnacer, como dice Unamuno (porque augure cierta supervivencia; porque persuada que no se ha perdido todo el tiempo), esa otra obra de la formación y mejoramiento propios –que desaparece con uno mismo-- se me antoja en algunos momentos más deseable y calmante que todos los frutos del trabajo intelectual. [Las citas de Azaña se hacen por la edición de sus Obras completas en siete volúmenes, impresas en Madrid por cuenta del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales en 2007, indicando el volumen en números romanos y la página en arábigos. La cita anterior, en II, 1036.] Repárese en que dudaba entre elegir el arte de escribir y el arte de vivir. En ambos supuestos se planteaba el tema como un arte, con atención primordial a su repercusión sobre la sociedad y sobre la conciencia, o entre el todos indeterminado y el yo concreto. El punto de discusión se hallaba entre realizar una “obra acabada” que asegurase su permanencia en la memoria de las generaciones sucesivas, o ajustarse a actuar en la vida “con entereza, con dignidad íntima”. REALIZACIÓN DE LA BIOGRAFÍA La disyuntiva no es, por supuesto, entre escribir una obra bella o vivir una vida digna, porque ambas opciones son compatibles. La duda se propone entre emplear el tiempo en perfeccionar la escritura, o entregarse a mejorar la espiritualidad del cotidiano pasar por la Tierra, desprovisto ese término de connotaciones religiosas, que en este caso son superfluas. Al final, el resultado tiende a lo mismo, puesto que se trata de ilustrar el vivir personal, esto es, la ejecución de eso que denominamos biografía. Los héroes han dejado memoria permanente, por sus hechos extraordinarios; consideramos héroes de la humanidad a los científicos, los inventores, los investigadores de cualquier ciencia, los exploradores, los consagrados a ayudar a los demás, etc., de ningún modo a los conductores de ejércitos al combate, aunque denominaran santas a las guerras que organizaron. De igual manera, los escritores y los artistas han legado la expresión de su espíritu, que les sobrevive. También fueron heroicos en su entrega al trabajo intelectual. Pero la mayoría de los seres humanos ignora lo que son ambas formas de heroísmo. En nuestro tiempo los héroes populares son los futbolistas, y por serlo aparecen diariamente en los medios de comunicación de masas, se les imita, se les admira, se les ofrecen contratos millonarios, y hasta se publican libros sobre ellos, aunque su aportación al desarrollo de la humanidad sea inexistente, o más bien contraproducente. EL SALARIO DE LA POLÍITICA Si es provechoso cuestionarse los motivos para entregarse a la creación literaria, no lo será menos adivinar la razón por la que alguien prefiere ocuparse de la intervención activa en la política. Es cierto que todos los ciudadanos estamos obligados a participar en la vida política de la nación correspondiente, por lo menos en las elecciones, pero algunos la aceptan como profesión. A menudo lo hacen para alcanzar un medro personal, en ocasiones con final escandaloso: en 1935, durante el bienio negro de la República, se descubrió el gran timo político llamado del estraperlo, con implicación directa de Alejandro Lerroux y su partido, lo que le obligó a desaparecer apresuradamente de la vida pública. Su caso no sirve de escarmiento, porque en nuestros días se suceden los escándalos de corrupción económica en todos los partidos políticos que tienen una responsabilidad gubernamental. Sus militantes no pueden ser llamados políticos, sino logreros. Asistimos a un espectáculo en el que un partido no se atreve a acusar a otro de corrupción, para evitar que le saquen a relucir sus propias estafas. Pretenden algunos mejorar con su intervención la situación social de las clases necesitadas: son los verdaderos políticos, los seguidores de un ideal, por el que dan lo mejor de su vida, y a veces incluso la misma vida. Un buen ejemplo lo representa Francisco Pi y Margall en el siglo XIX, que desatendió su inicial vocación literaria para volcarse en la acción política, siguiendo su ideología republicana. Deseaba primero acabar con una monarquía deshonrosa para la nación, y después del triunfo consolidar la forma de Estado aprobada en 1873. En pago a su entrega a la política obtuvo cárcel, exilio, insultos, insurrecciones y amenazas, e incluso un intento fallido de asesinato, perpetrado por un cura gallego. UN IDEARIO REPUBLICANO Lo que decidió a Manuel Azaña en el siglo XX a entregarse a la actividad política fue asimismo su ideario republicano: sentía la urgencia de poner fin a una monarquía corrompida, para afianzar seguidamente el nuevo régimen. Le costó muy cara su decisión. Estuvo preso injustamente, pero no le asustaron ni los insultos groseros, ni las amenazas, ni los intentos fallidos de asesinato. Para vindicar su inocencia en un procedimiento penal ilegal, escribió una historia detallada de aquellos meses convulsos, titulada Mi rebelión en Barcelona (1935). Pese a haber quedado probada su inocencia, y no podérsele achacar la comisión de ningún abuso, padeció la persecución de sus enemigos, en la paz, durante la guerra y en el exilio en que murió. Fue una vocación republicana en los dos casos, la razón de que Pi y Margall y Azaña valorasen la actuación política por encima de cualquier otra cosa, y le sacrificaran la literaria e incluso su bienestar. A ninguno de ellos le pudieron encontrar ni el menor asomo de venalidad en el ejercicio de su profesión política, pese a la ferocidad de las campañas que sus enemigos lanzaron en su contra. Poseían una clara conciencia republicana, inspiradora de su comportamiento, y siempre se ajustaron a ella como norma. Tenía que estar muy arraigada para no abandonar el ejercicio de la política, que tantos sinsabores les produjo, y entregarse exclusivamente al cultivo de la primera vocación literaria, indudablemente más tranquila. REALISMO Y PRAGMATISMO Repasemos otra confidencia de Azaña a su diario, escrita el 17 de junio de 1927, para acercarnos a su entendimiento de la política como profesión frente a la literatura. No se olvide que entonces el dictador militar Primo no consentía más política que la suya, acordada con la del rey que lo sostenía contra la legalidad constitucional desaparecida tras su golpe de Estado, por lo que Azaña conspiraba contra los dos: Muchas veces he pensado que yo valgo más para la política que para la literatura. Esto depende quizá de cierta propensión realística que hay en mí, con dos formas: una, que consiste en ver las cuestiones tal como verdaderamente se plantean, desterrando de mis juicios la influencia de los deseos y de la imaginación, […] La otra forma es la comezón pragmática, el desasosiego organizador, un rigorismo puntual que exige de mí que cada cosa a mi cargo esté como deba estar, y la facultad de descender a detalles, que otros creen indignos de su atención. Esta cualidad, si no es congénita, acaso la debo a mi temprana condición de jefe, de amo. Desde los dieciocho años tenía yo muchos asuntos que dirigir y ordenar, muchos criados, muchas responsabilidades. Ya entonces me empeñaba en que todo estuviera como yo me representaba la perfección. (II, 1045.) Dos conceptos sobresalen de esa confesión no escrita para ser publicada: en primer lugar, el realismo innato en él, que le obligaba a ver las cosas como son, y no como preferiría que fueran. Por considerar como referencia una obra literaria que estudió con acierto, era todo lo contrario que don Quijote, y en este sentido, absolutamente cervantino (porque el realista es el autor del libro, y no Sancho, que resulta tan visionario como su señor; lo demuestra el que le sigue en su demencial cabalgada, por el afán de llegar a ser gobernador de una ínsula que el caballero obtenga tras vencer en descomunal batalla a un gigante, cuando todo le demuestra que su patrón es un fracasado total, sin opciones de ganar nada nunca, a no ser palos). El otro rasgo caracterizador es el pragmatismo, derivado sin duda del realismo. Con una nota importante, que es el afán por alcanzar la perfección para identificar la realidad con el deseo, dentro de las limitaciones de toda acción humana. Consecuencia de ello era el rigor que se exigía a sí mismo, y que inevitablemente pretendía hallar también en los demás: este condicionante le proporcionó disgustos, lógicos en un país que vive de la improvisación y de la chapuza como elementos distintivos del ser nacional. CONTRA SU CONVENIENCIA En la misma anotación aludió a los inconvenientes que le ofrecía la política, dado su carácter, tan implacablemente autoanalizado. Recordemos que el escrito data de 1927, cuando estaba disfrutando del éxito alcanzado por su libro El jardín de los frailes, muy bien recibido por los críticos literarios y los escritores, ya que no por el gran público, como era de esperar en una sociedad semianalfabeta. Además, hay que tener en cuenta que hasta entonces su actuación política era escasa, y se limitaba a unos intentos fallidos de conseguir actas electorales, y a la militancia en unos partidos sin arraigo popular, que además en esos momentos eran clandestinos: La verdad es que resulta mucho más fácil brillar en política (periodismo, oratoria, etcétera) que en las buenas letras. Digo más fácil mirando al esfuerzo mental y a la aplicación necesarios para una cosa y otra. Pero la política tiene para mi carácter muchísimos inconvenientes. La gente procede en política por subordinación, no por crítica ni adhesión libre. Y hay además los intereses subalternos. Yo no soy capaz de subordinarme a nadie, ni puedo renunciar a mi libertad de juicio. Tampoco tengo gusto en que nada se me subordine; los elogios me sonrojan, y la adulación me encoleriza. Porque veo la bajeza que los dicta. (II, 1045.) Ante el fallo de ese juicio, reconociendo los inconvenientes de la política para él, y considerando la excelente acogida de su libro recién editado, lo natural hubiera sido olvidar los intereses políticos y consagrarse únicamente a los literarios. Sin embargo, hizo todo lo contrario, puesto que incrementó su participación afanosa en la actividad política, con la intención de poner fin a la dictadura, lo que llevaría consigo la caída de la monarquía apoyada en ella. Como resultado consecuente, la literatura quedó relegada a los momentos en que se hallaba escondido o retenido contra su voluntad, precisamente por su labor política. Así se lo imponía su sentido del deber, en contra de su conveniencia. Algunos se lo agradecemos


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