Escribía Borges: "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita". Y luego el pesar. El misterio, la confusión, la omisión. Una trama complicada se entreteje a nuestras espaldas, va creciendo a escalas que no podemos imaginar. Buscamos coincidencias, mensajes, cábalas, causas y efectos. Buscamos una estructura, un patrón que no existe. Eso es lo que me atormenta. Pero tengo esperanzas. Tal vez esto que escribo, esto que grito, no esté dirigido a un interlocutor ausente, tal vez estés ahí, y te pase lo mismo que a mí. Tal vez por eso leas esto, porque nos parecemos. La soledad, aún rodeado de gente. Vislumbrar tan solo un ápice del infinito conocimiento que nunca podremos alcanzar. No entender las reglas de juego de un universo esquivo, relativo y ajeno. Todo eso, ¿te duele a vos?