Clara Lou miró al espejo como todas las tardes cuando llegaba del trabajo y se enfrentó al escuálido joven que parecía burlarse de ella. —¿Quién eres?¡No te conozco, y todos los días regresas a torturarme!—gimió arreglándose la cobriza melena. —¡Soy tú, Álvaro Díaz ! ¿Qué haces con esa ridícula vestimenta una vez más?¿Cuándo entenderás que no eres una mujer?—parecía responder el desconocido con una cínica sonrisa. —Deja de decir tonterías y desaparece de una vez por todas de mi vida. Soy Clara Lou; siempre lo seré—respondía la chica sollozando , mientras golpeaba suavemente el vidrio del espejo para no hacer ruido. Mirtha , su madre, contempló una vez más el extraño episodio y sacudió la cabeza. —Pobre Álvaro, entre su hermana Abril y yo tenemos que hacer malabares para ocultar su extraño deseo de ser una mujer. O quizá sea su verdadera identidad, la vida es muy rara. De cualquier forma, si su padre se entera lo mataría—suspiró cuidando que Raúl, su marido no se acercara. Sería capaz de asesinar a su propio hijo si lo encontrara vestido con ropa de mujer—sacudió la cabeza mirando al cielo.