¡Qué insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente! (Goethe) El tiempo, en su concepto más existencialista, siempre ha sido una de las más profundas inquietudes de la persona. Su transcurrir, rápido o sosegado según las circunstancias y el momento, su implacable despotismo, su inmediatez o su tensa espera… han obsesionado la mente humana desde que el tiempo es tiempo. El poemario que presento no es sino un conjunto de íntimos soliloquios fruto de reflexiones en torno a ese tiempo, a su paso inalterable, a su insobornable transcurso, al alivio del “yo” interno ante el pasado vivido o el incierto futuro... Son versos escritos con los músculos del alma, a veces malherida, a veces apaciguada, que reflejan las reflexiones sobre ese sempiterno interrogante tratando de encontrar respuesta a las más personales emociones escondidas en las recónditas oquedades de la mente. Versos o prosa poética… ¡Qué más da si, al cabo, no suponen sino mi forma de entender qué es ese tiempo, la percepción más meditada que su inalterable discurrir está esculpido en mi espíritu! Las palabras corren ávidas y paradójicamente huidizas por el papel desmenuzando intensas introspecciones.