Vivir cuesta arriba

Un día antes del paro cívico de 1981que frenó en seco a Colombia, Manuel y la dirigencia del movimiento tenían listos todos los preparativos, incluidas las medidas de seguridad y los aspectos de clandestinidad que la empresa requería. El fogoso dirigente insistía ante sus compañeros que tomaran la precaución de dormir por fuera de sus casas esa noche, porque era previsible que las autoridades las allanaran y en esa eventualidad serían detenidos sin atenuantes. Por insólito que parezca, el líder desoyó su propia voz y se fue a descansar al barrio Loreto de Medellín, en su residencia. A eso de las cinco de la mañana escuchó el rumor creciente de voces solapadas, se levantó y observó por la ventana del segundo piso, justo cuando un numeroso grupo de militares invadía la casa contigua, la de su padre. A empellones, los militares expulsaron de las camas a sus papás y hermanos, a tiempo que indagaban con feroz insistencia por el paradero del dirigente sindical. Todos negaron su presencia en el lugar pero el padre, con gesto hierático y resuelto, levantó un índice acusador hacia la edificación aledaña, desde donde el perseguido espiaba la escena, detrás de las cortinas. De allí lo sacaron a las patadas para subirlo a un vehículo militar. Inicialmente pretendían llevarlo a un lugar desconocido, seguramente para torturarlo y luego desaparecerlo según práctica ya en boga. Pero como todos los vecinos se habían despertado gracias al tropel, optaron por conducirlo con total sigilo al Batallón Bomboná. Su madre y hermanos lo buscaron por toda la ciudad inútilmente; entonces acudieron ante las autoridades para denunciar el hecho. Mientras tanto, al batallón llegaban legiones de detenidos de toda la ciudad, convulsionada por la movilización de protesta.

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